Estamos ante una realidad que ya no presenta opciones; no se trata de “si vamos a aplicarla”, sino de cuán profundo será el uso y protagonismo de la Inteligencia Artificial (IA) en prácticamente todos los aspectos de la vida en un futuro sumamente cercano.
No exageramos en dimensionar el uso de dicha inteligencia como una verdadera y renovada revolución que redefine la interacción humana con una tecnología que hasta hace poco solo existía en la literatura de ciencia ficción.
Sin embargo, el avance exponencial que presenciamos en la última década apunta claramente hacia grandes beneficios si logramos encontrar el punto de equilibrio entre la aplicación desmedida de la IA y el progreso deseable en bases de prontitud, exactitud y eficiencia de la vida humana.
Para tener una dimensión de qué tan grande es la apuesta sobre la utilización de IA la firma International Data Corporation para América Latina estima que la inversión mundial en sistemas cognitivos e IA rondará los 240 mil millones de dólares en 2025. Con un monto que crece exponencialmente año con año, es previsible que en poco estaremos experimentando una recomposición generalizada de los procesos productivos y por tanto del mercado laboral en su conjunto. Es ahí donde debemos anticipar estrategias para que como país podamos “surfear” con gracia la ola que ya está a la vista, en vez de sentarnos a esperar que la misma nos atropelle.
Habrá que subrayar que es muy cierto que México apenas está en el intento de abrir los ojos hacia un mundo que, a su vez, es terreno insuficientemente explorado para la generalidad de las naciones. Pero igual de verdad es que no es identificable un país que se encuentre a la vanguardia en la materia y que haya encontrado ese punto de equilibrio entre el progreso apoyado en IA y el cuidado ético de diversas cuestiones y derechos inherentes a la persona expuesta o relacionada con la aplicación de esta tecnología.
Ética
En China, Japón, Estados Unidos, Canadá y parte de la comunidad europea se avanza en la implementación de un marco legal de protección a efectos de salvaguardar datos personales, biométricos y de información facial. A tal efecto, en casos como el chino, se ha evitado la sobrerregulación, pero a la vez se cuida con rigor el uso de los datos mencionados, sobre todo para actividades relativas a la seguridad pública, las transacciones bancarias y mercantiles, así como para evitar la suplantación de personalidad.
En Estados Unidos el ritmo en realidad lo marcan los grandes empresarios involucrados en el tema. Sam Altman, de OpenAI; Elon Musk, de xIA; así como Sundar Pichai, de Google, han expresado inquietudes concernientes a la necesidad de contar con fronteras y controles suficientes para evitar un desbordamiento en un tema que no encuentra antecedentes. Sin embargo, es claro que las empresas priorizan justificadamente la ganancia sobre el uso indiscriminado o pernicioso de la IA.
En México son pocas las voces que abordan el tema. El CONAHCYT, la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, así como el Senado de la República se han pronunciado con bajo volumen por la protección de datos, así como el uso ético, inclusivo y seguro de la IA sin mayores acciones o estrategias coordinadas. A su vez, el INE intentó implementar campañas para evitar la desinformación promovida por perfiles automatizados en redes dentro de escenarios electorales.
Lo cierto es que vivimos en un país con una alta polarización, donde el enraizamiento de ideologías políticas es terreno fértil para manipulación y desinformación que abonen al caos y a la confusión. La suplantación de personalidad para efectos delictivos y para la falsificación mediante deepfakes son una posibilidad latente y real. Ahí, donde existe un universo que apenas se encuentra en su capítulo introductorio, debe prestarse especial atención en cuanto a lo legal, lo científico tecnológico y, por supuesto, lo social.
Es cierto que las prioridades son otras en un México con problemas añejos, pero repito: ya no estamos en un escenario con opciones, la IA ha llegado para quedarse. ¿Estaremos a la altura del agigantado reto?