UNA REVISIÓN DE LA MALDAD

“Cuesta creer que el concepto del mal no tiene asignado a un individuo”.

Ignacio Anaya
Columnas
MALDAD

¿Existen monstruos en la historia? No hablo de seres mitológicos o del mundo de fantasía, sino de aquellos sujetos cuyos actos resultan tan recriminables, que adquieren la etiqueta moral de monstruo u otras por el estilo.

Hay un considerable número de estos personajes, todos ellos en la lista negra del pasado. Pero ¿qué implica el categorizarlos como tales? Sus acciones no son defendibles, eso es cierto; sin embargo, resulta peligroso usar una especie de brújula que apunta hacia el bien o el mal.

La filósofa alemana y judía Hannah Arendt acuñó un término que a sus inicios resultó controvertido: la banalidad del mal. En resumen, ella establecía que un individuo normal puede ser llevado a cometer crímenes atroces sin sentido de culpa bajo ciertos sistemas políticos. Para llegar a esta idea se basó en el caso de Adolf Eichmann, un funcionario nazi y uno de los principales organizadores del Holocausto, quien en 1960 fue secuestrado en Argentina por fuerzas israelíes y posteriormente sometido a un juicio que lo sentenció a la pena de muerte en 1962.

Lo interesante, o mejor dicho aterrador, fue que este sujeto era, según Arendt, un tipo normal e incluso algo ingenuo. En sus actos no había una intención malévola o una maldad intrínseca en el individuo. Por otro lado, tampoco tenía un trastorno de personalidad o mental. Era alguien que actuaba porque seguía órdenes y creía que eso estaba bien. No era capaz de detenerse a juzgar sus propios actos y nunca pensó que tendría responsabilidad moral alguna.

A la sociedad le parece necesario pensar que existen personas malas porque sí. Tal vez cuesta creer que el concepto del mal no tiene asignado a un individuo e incluso en muchas ocasiones ni se hace presente a los ojos de quien comete el crimen.

Ironía

En México, se habla mucho de degenerados, monstruos, infelices u otros adjetivos que no hacen más que dar por hecho la relación de la culpa con la maldad. La violencia rebasa a las instituciones en el país, eso es claro, al igual que ser conscientes de la existencia de una demasiada cantidad de asesinatos por todos lados. Sobre todo, hay un número creciente de individuos que son capaces de cometer crímenes contra la humanidad. Lo horrorizante es que no son monstruos. Irónicamente eso haría las cosas más fáciles, pero son personas normales que en muchos casos no se perciben a sí mismas como seres terribles.

Al cuestionar la etiqueta de “monstruo” se deben entender las circunstancias y sistemas que pueden llevar a una persona común a cometer actos atroces sin sentir alguna responsabilidad moral. Como argumentaba Arendt en el caso de Eichmann, no es que haya una maldad intrínseca en el individuo.

Este reconocimiento resulta necesario al momento de enfrentarse a la violencia y la criminalidad en la sociedad, ya que atribuir la culpa únicamente a la malicia individual sin considerar el contexto más amplio puede ser contraproducente y no abordar las raíces subyacentes del problema. En México resulta relevante comprender que no son simplemente “monstruos” los que cometen crímenes, sino personas como cualquier otra. Claro, deben enfrentar la justicia, pero también hay que pensar por qué lo están haciendo. Simplemente hablar de personas malévolas se queda muy corto.