De la tragedia surgen héroes y heroínas: personas cuyas acciones destacan en medio del caos y la incertidumbre. A veces nacen de la compasión, otras de la empatía, y casi siempre de esa necesidad íntima de ayudar cuando la situación lo exige.
Los elogios que reciben son numerosos y merecidos. Representan aquella capacidad de actuar por el bien del otro, incluso mediante el sacrificio que muchos observamos como un valor fundamental de la sociedad; por ello se les celebra.
Sin embargo, la centralidad de esas figuras en el discurso público puede tener un efecto contraproducente al momento de pensar en responsabilidades. Sobre todo, cuando son apropiados en narrativas que terminan por esconder los problemas que llevaron en sí al acontecimiento o inclusive que siguen surgiendo después de este. La reciente explosión de una pipa de gas en Iztapalapa, en la Ciudad de México, lo muestra como el caso más reciente.
La explosión desató actos de sacrificio, auxilio, solidaridad y valentía por algunos ciudadanos mexicanos. Ciertamente, lo fueron y eso no lo pongo a discusión. No obstante, sin restar mérito a quienes actuaron, esos gestos quedaron pronto absorbidos por una narrativa que prefiere celebrar a unos cuantos antes que examinar el deterioro sostenido de la ciudad desde hace tiempo. Reconocer las actitudes de quienes ahí estuvieron no es problemático; lo inquietante, a mi parecer, es que el episodio caiga en una romantización al punto de ocultar las causas que lo hicieron posible. En otras palabras, parece que se habla del suceso solo en términos de heroicidad y no de sus problemáticas.
Ciudadanía crítica
Los hospitales que atienden a los lesionados carecen de medicamentos y las lluvias han pasado factura a esas instalaciones. Aun así, el foco se mantuvo en las imágenes de solidaridad. Es, en cierta medida, un fenómeno desconcertante.
Por ejemplo, mientras la cifra de fallecidos crecía, circularon imágenes generadas con Inteligencia Artificial que buscaban honrar el sacrificio de Alicia Matías. Y ahí pareció quedarse la historia, como si la única narración posible fuese la de héroes y heroínas; como si en el imaginario público se fijaran solo esos actos y no las negligencias que forzaron a una abuela a proteger con su cuerpo a su nieta. Por momentos, incluso el propio gobierno pareció cómodo con que el relato del sacrificio dominara la escena.
Las tragedias no deberían clausurarse con sus héroes/heroínas. No se debe caer en eso. Lo deseable, a mi parecer, es que sean honrados con una ciudadanía crítica: aquella que además de conmoverse por el coraje de los individuos pregunta por qué fallaron las inspecciones, quién autoriza sin permisos, qué protocolos no se activaron y qué decisiones políticas precipitaron el desastre.
Una ciudadanía que convierte el duelo en exigencia de transparencia, la condecoración en auditoría, el homenaje en mantenimiento e inversión pública.
Una que entienda que actos como el de Alicia Matías no se pueden quedar en puras narrativas heroicas.