Nunca está mal tener una mente abierta; de hecho, resulta necesario dentro del campo de los saberes y conocimientos. Siempre puede haber una nueva investigación o hallazgo que cambie la manera de pensar sobre algo. En las ciencias esto es una constante. Sin embargo, para demostrarlo es indispensable un proceso metodológico riguroso con experimentaciones y pruebas que le otorguen validez, evitando así que se quede estancado en una mera hipótesis.
La historia no escapa de esta realidad y los historiadores, como estudiosos del pasado, se esfuerzan por encontrar y analizar evidencias que permitan construir relatos sólidos y coherentes sobre el mundo que precedió, armando un rompecabezas con piezas que encajen.
No obstante, han llegado retos que desafían la rigurosidad de estas disciplinas, como la seudohistoria, fenómeno común al estudiar, principalmente, las civilizaciones antiguas.
Estas corrientes, que se nutren de especulaciones y teorías sin fundamentos sólidos, parecen desdibujar la línea entre la realidad y la ficción proponiendo interpretaciones del pasado con base en conjeturas y deseos antes que en pruebas empíricas. En la actualidad no se puede hablar de una sola historia, sino de diversas historias, producto de mentalidades que corren paralelamente unas y otras. En ciertos casos pueden surgir a partir de manifestaciones de un anhelo por explorar lo desconocido y lo misterioso; y en otros, como estrategias de manipulación política o cultural.
Lo válido y lo infundado
Entonces surgen interrogantes: ¿debe tener la misma validez una hipótesis sobre el posible número de trabajadores que se necesitaron para construir las pirámides de Giza, que una teoría de los extraterrestres como sus constructores?
El historiador inglés Eric Hobsbawm ofrece una pista al momento de enfrentarse a estas preguntas: “Resumiendo, creo que sin la distinción entre lo que es y lo que no es así, no puede haber historia. Roma venció y destruyó a Cartago en las guerras púnicas y no viceversa”.
La problemática de la seudohistoria radica en su función de menospreciar dos aspectos: el primero es la capacidad de los seres humanos a lo largo del tiempo para diversas labores y actividades (construir, idear, imaginar, organizarse y pensar); y el segundo, más contemporáneo, el trabajo de los historiadores y arqueólogos que dedican gran parte de su vida a estudiar el pasado.
Las famosas teorías de alienígenas ancestrales o de la supuesta existencia de una civilización global muy avanzada parten de una base: ofrecer respuestas simples para preguntas complejas. Los argumentos de estos “expertos” (énfasis en las comillas) se sostienen tan precariamente como un elefante en una cuerda floja, basándose en interpretaciones sin fuentes o con una lectura errónea de ellas.
Esto puede deberse a no tener en cuenta el contexto y el pensamiento en cierto periodo o a querer forzar imágenes e ideas contemporáneas en un pasado alejado de esta realidad.
Para los historiadores el reto consiste en discernir lo válido de lo infundado, separando aquellas teorías que cuentan con un respaldo documental y arqueológico de las que carecen de él, pero sin perder la capacidad para sorprenderse ante nuevos hallazgos.
El análisis crítico y el examen exhaustivo de las fuentes son herramientas indispensables en esta tarea. En este sentido, algo positivo nace de la seudohistoria, puesto que constituye una invitación a reconsiderar las metodologías y los enfoques de la historia, así como a enfrentar los desafíos que la realidad, siempre compleja y enigmática, plantea para estas disciplinas.