En la columna pasada abrí el debate: destrozar también es amar la música. Es la exigencia que como oyentes, fans y amantes del arte debemos aplicar. Les puse el ejemplo de Miley Cyrus y mi decepción con Something Beautiful. Pero si el caso de Miley es una decepción, el de Taylor Swift con su último disco es el síntoma de una enfermedad de la crítica moderna: la complacencia ante el éxito ineludible.
Acepto que Taylor Swift es ahora prominente en la industria musical e incluso a mí me gusta gran parte de su música. Es un genio del marketing, una escritora de hits innegables y una de las figuras más importantes de nuestro tiempo.
Pero justo porque está en la cima, como la presión de la artista top del mundo, es donde la exigencia debe ser máxima.
Y al escuchar The Life of a Showgirl, su último trabajo, no puedo evitar sentir que estamos ante un álbum escrito sin la presión de tener que ser realmente bueno.
Es un trabajo con poca profundidad. Parece que Swift sabía que, hiciera lo que hiciera, vendería millones y sería coronado por la prensa, como en el caso de Rolling Stone, que le dio la calificación más alta a minutos de haberse estrenado.
Sin miedo
Ahí es donde surge el problema que señalé: la crítica ha perdido su filo. Cuando un artista tan brillante como Swift entrega algo que huele a una fórmula hueca para entrar al algoritmo o incluso hecho con Inteligencia Artificial (IA), la crítica debería levantar la mano más fuerte que nunca. Pero, en cambio, se rindió ante el fenómeno.
Sin embargo, lo más agotador de la era del “poptimismo” y el fanatismo es la respuesta al desacuerdo. Lo he visto: el fan que no se une a la alabanza absoluta es atacado y cuestionado, se le dice que “entonces no eres un verdadero fan” o, peor, que es un simple hater.
¡Qué absurdo! La lealtad no es una obediencia ciega a aplaudir cualquier cosa. Al contrario: el fan que exige calidad es el que más se preocupa por la carrera de su artista favorito.
Si queremos que la música pop evolucione, que Taylor Swift sienta la necesidad de nuevamente mostrar esa empatía con su público como lo hizo con Folklore o Evermore, la crítica debe ser honesta y nosotros, como oyentes, debemos exigirle.
Dejemos de tener miedo a destrozar. Dejemos de sentirnos culpables por el disgusto. No somos haters; somos amantes de la música que demandamos excelencia. La crítica no es crueldad, es la chispa que enciende el debate y que, con suerte, empuja a los artistas a hacer discos que realmente valgan la pena; incluso a la artista más grande del mundo.