LOS ESTRIDENTISTAS

“A este grupo se le puede resumir en tres palabras: imaginación, humor y quehacer vital”.

Screen Shot 2021-05-07 at 1.21.57 PM.png
Columnas
Compartir

Todo ángel necesita un demonio que le invite un café…

El poeta veracruzano Manuel Maples Arce caminaba bajo una lluvia torrencial por la avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón) en la colonia Roma. En el número 100 encontró un cafetín y, ante la empapada que llevaba, decidió meterse. No había nadie.

Fue conocido también como el establecimiento de la imaginación, donde se comenzó a reunir un grupo de poetas y literatos.

El más dotado fue el mismo Maples Arce, pero pasaron por el lugar personajes como Germán List, Salvador Gallardo y Miguel N. Lira, entre otros. A ellos se les conocería como Los Estridentistas.

También andaban por ahí Manuel M. Ponce, el joven Silvestre Revueltas y pintores de la talla (por lo grande y grueso de su cuerpo) de Diego Rivera.

A este grupo se le puede resumir en tres palabras: imaginación, humor y quehacer vital. Esta corriente nació en 1921 y duró, dicen, hasta 1927. El periódico El Universal Ilustrado sería su agencia propagandística.
Al cabo de los años Manuel se trasladó a Xalapa, Veracruz, a la que denominó “Estridentópolis”.
Según List Arzubide, Maples Arce entró en el café. En el establecimiento no había nadie, pasó a otra pieza vacía donde encontró una cafetera caliente. Se sirvió, regresó a su mesa y se bebió el café. Como nadie vino a cobrarle la pagó al aire y dejó una propina a una mesera que nunca vio. Fue así como regresó noche tras noche y nunca encontró a nadie. De ahí la anécdota que llamarían al Café Europa “el café de nadie”.
Hay una novela corta que lleva por nombre El café de nadie, escrita por Arqueles Vela y publicada en 1927. Una historia de amor entre Abelina y uno o dos o todos los parroquianos. El marco de la historia es “el café de nadie”.
El café de nadie
Tris entró en el lugar vacío. No había nadie. El cuerpo inerte estaba en la mitad del pequeño cuarto y tenía la cara desfigurada llena de balazos. Era una masa de carne, sangre, huesos y sesos. La imagen estaba exactamente igual que el último encontrado en las mismas circunstancias.

Junto al fiambre había un origami hecho con una hoja blanca. Una vez más no había nadie, pero a diferencia del asesinato anterior Tris encontró una huella de sangre en el origami. Aunque la sangre era de la víctima la huella era del asesino.

Tris halló en la base de datos a un japonés de nombre Akira. Lo encontró en un edificio por las calles de Donceles. Había dos Uzis en el cuarto. Akira trató de tomarlas pero, una vez más, Tris sacó antes sus dos pistolas, que vació sin vacilar “Todo ángel necesita un demonio que le invite un café…”

×