Su candidatura empezó como un chiste. Que un empresario de historia controvertida, varias bancarrotas a cuestas, protagonista de un reality show y con un copete de caricatura aspirara a la Presidencia de Estados Unidos parecía un acto cómico. Nadie tomaba en serio la candidatura. A lo mucho se calificaba como un esfuerzo de autopromoción para el dueño de los hoteles y casinos Trump.
Las risas y burlas han desaparecido. Hoy Donald J. Trump es el presidente electo de Estados Unidos, el país más poderoso del mundo. Un novato de las lides políticas que nunca ha ocupado un cargo público se las arregló para vencer a otros 16 aspirantes a la candidatura presidencial del Partido Republicano y después a una de las maquinarias electorales más eficientes y poderosas de la Unión Americana, la de Hillary y Bill Clinton. El triunfo tuvo un sabor especial porque casi todas las encuestas señalaban que estaba condenado a la derrota.
Trump logró la victoria a pesar de haber cometido todos los errores posibles. Insultó o descalificó a grupos considerados indispensables para ganar una elección, como los mexicanos y las mujeres. Cuestionó a los padres de un soldado muerto en Irak por ser musulmanes. Sobrevivió a la difusión de una grabación en que se vanagloriaba de sus conquistas sexuales y de tomar a mujeres de sus partes íntimas, así como a las acusaciones de una docena de mujeres que afirmaban haber sido objeto de agresiones sexuales de su parte.
Al final nada importó. Casi 60 millones de estadunidenses votaron por Trump. No había acusación que los disuadiera. Trump ganó votos precisamente porque era diferente, porque no era parte de la clase política, porque era vulgar y el elector común y corriente podía identificarse con él.
Defectos preocupantes
Hoy este hombre controvertido ya es presidente electo, pero nadie sabe a ciencia cierta cómo será su mandato. Cuando los políticos tradicionales llegan al poder tienen una trayectoria en el servicio público que permite conocer su estilo de gobierno, sus ideas, sus prejuicios y su eficacia. Trump es un misterio.
Ha amasado una gran fortuna, pero más bien por actos de audacia que por inversiones inteligentes de largo plazo y solo tras haber pasado por varias bancarrotas. Como empresario parece haberse especializado en evitar el pago de impuestos. Cuando se le cuestionó sobre esto en la campaña, respondió: “Eso es ser un empresario inteligente”.
Hay quien piensa que Trump se moderará como presidente. De hecho, ya su discurso de victoria, en la madrugada del 9 de noviembre, evidenciaba un tono más amable y tolerante. Incluso dijo que los estadunidenses tenían mucho que agradecerle a Hillary Clinton por sus esfuerzos.
Pero los defectos que mostró durante la campaña difícilmente desaparecerán. Preocupa su intolerancia ante quien no está de acuerdo con él o lo cuestiona, su excesivo amor propio que se convierte en narcisismo, su incapacidad para entender los temas de la economía, como el libre comercio, o de la ciencia, como el calentamiento global.
Quizá Trump no termine siendo la pesadilla que algunos han previsto, pero hay buenas razones para pensar que los próximos cuatro años serán cuando menos difíciles para la relación entre México y Estados Unidos. No preocupa la amenaza de construir un muro que no tendrá ningún efecto práctico, pero sí la de anular el Tratado de Libre Comercio, un acuerdo crucial para la economía de los dos países. Eso no es cómico.