Fin del estado de bienestar

En los Países Bajos (Holanda) “el clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX” ha terminado y será sustituido por “una sociedad participativa”.

Guillermo Alejandro, rey de los Países Bajos
Foto: Creative Commons
Columnas
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El nuevo rey de los Países Bajos, Guillermo Alejandro, leyó un importante discurso de apertura de las sesiones del Parlamento este 17 de septiembre: si bien es tradición en las monarquías parlamentarias que el rey lea el discurso, este es redactado por el gobierno en funciones y se utiliza para mandar un mensaje político de fondo a la población.

En esta ocasión el mensaje parlamentario señaló que en los Países Bajos (Holanda) “el clásico estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX” ha terminado y será sustituido por “una sociedad participativa”.

En otras palabras, el gobierno neerlandés no tratará ya de cubrir todas las necesidades de las personas o familias en problemas sino que buscará una mayor participación de la sociedad en la construcción de prosperidad.

No es Holanda el único país rico que está empezando a reducir el estado de bienestar social. Estados Unidos y Gran Bretaña lo comenzaron hace tiempo, bajo los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, al disminuir los subsidios sociales porque estos estaban reduciendo la competitividad de las economías e incluso profundizando y eternizando la pobreza de las familias. La modificación de los apoyos sociales fue una de las razones que hizo que estos dos países tuvieran tasas de crecimiento mayores que el resto de las naciones ricas a partir de la década de los ochenta.

En los primeros años del siglo XXI países como Alemania, que modificó su legislación laboral, y Suecia y Noruega, que cambiaron sus programas de bienestar, tomaron también medidas para reducir la generosidad de sus sistemas de apoyo social. Esto les permitió enfrentar con mayor productividad la crisis económica mundial que empezó en 2008.

Otros países, como Grecia, siguieron obsesionados con la idea de que el Estado tiene la obligación de proporcionar todo tipo de satisfactores a quienes no trabajan o tienen problemas, aunque para eso exploten a quienes sí trabajan productivamente o contraten deudas públicas excesivas.

Olvido

La experiencia de Grecia ya la conocemos. El país ha caído en una crisis económica tan fuerte, que su nivel de vida se ha reducido dramáticamente frente al que tenía antes de 2008. Se necesitarían décadas de crecimiento sostenido para revertir esta situación. Pero la mayoría de los griegos, que se niegan a tener reformas estructurales que generen ese crecimiento, piensa que es obligación de los contribuyentes de otros países, particularmente los alemanes, el rescatarlos y subsidiar su nivel de vida.

El gobierno de México no ha querido aprender de la experiencia y piensa que puede construir un nuevo estado de bienestar en un momento en que otros países lo están abandonando. La nueva miscelánea fiscal, que sube los impuestos a 40% de la población fiscalmente cautiva para crear un seguro de desempleo y una pensión universal, es quizás el ejemplo más claro. El hecho de que el gobierno esté regresando a un cuantioso gasto deficitario para impulsar un mayor crecimiento económico es también preocupante. Las autoridades financieras mexicanas parecen haber olvidado los resultados negativos de los años de déficit y hoy alegremente contratan nuevas deudas de cientos de miles de millones de pesos para financiar el gasto corriente.

Una vez más, México va en contra de la historia y de la experiencia económica. El gobierno de Enrique Peña Nieto quiere construir un sistema de bienestar social a pesar de que con ello golpea la competitividad del país y empuja al pueblo mexicano a una mayor pobreza en el largo plazo.

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