Hendrickje Stoffels fue la última compañera del pintor holandés Rembrandt van Rijn (1606-1669) y madre de su hija Cornelia. Nunca se casaron porque la esposa del artista, Saskia Rombertusdochter van Uylenburgh, determinó en su testamento que si él volvía a contraer nupcias se invalidaría la dote que le había dejado y su viudo terminaría confinado a la pobreza.
No obstante, Rembrandt encontró en Stoffels a una musa y pareja que lo ayudó a inspirarse y poner orden en su vida llena de dispendios.
Entre los lienzos que protagoniza su última gran compañera destaca Palas Atenea, una pintura en la que alude a la diosa griega de la sabiduría y protectora de los guerreros.
Hoy el lienzo se exhibe por primera vez en México. La sala Jorge Alberto Manrique del Museo Nacional de Arte, en la capital del país, es el espacio donde reposará hasta el 29 de mayo como parte de la exposición La diosa de la casa de Rembrandt.
Inscrita dentro de las conmemoraciones por los 40 años del recinto la muestra reúne también dos dibujos y una estampa de Rembrandt, así como un retrato atribuido a Gerrit Dou, su alumno más destacado.
“Llamamos a la muestra La diosa de la casa… en referencia a la diosa del hogar, la compañera, madre, amiga y gestora. No podía haberla pintado como la sensual Afrodita, ni como la caprichosa Hera, tenía que ser como Atenea, representante de la fuerza, la victoria y la sabiduría”, apunta Carmen Gaytán, directora del Museo Nacional de Arte.
Procedente de una colección particular europea la pieza se realizó para el Festival del Gremio de Pintores de San Lucas de Ámsterdam hacia 1654.
Héctor Palhares, curador en jefe del Munal, subraya que en la obra “Hendrickje aparece de tres cuartos con yelmo, armadura y escudo de exquisitas tonalidades metálicas”.
El especialista explica que la capa de vivo rojo, probablemente pigmentada con la grana americana, contrasta con el fondo en penumbra. “Una luz cenital proveniente del extremo superior derecho del cuadro imprime expresión y solemnidad”.
Agrega que por medio de esta alegoría el pintor le otorga una investidura muy significativa, “acaso como una metáfora de la fortaleza de la modelo para vivir con un artista en oposición a los valores dictados por la moral protestante del siglo XVII. Después de todo era una mujer que vivía en mancebía, es decir, fuera del matrimonio, con un artista viudo”.
Diosa humanizada
Stoffels, explica el curador en jefe del museo, “se desprovee de toda esta tradicional iconografía de Palas Atenea para convertirse en alguien que habla con voz propia a partir de la domesticidad, el encuentro y esa calidez que el maestro utiliza para ponderarla y defenderla de las críticas sociales a las que se vio sujeta por su relación. Era una mujer bella y la pintura la muestra como alguien dispuesta a contrariar a su época. El detalle de las perlas no es menor: nunca antes se había visto a una diosa ateniense ataviada de joyas. Vemos a la diosa olímpica humanizada y cercana al mundo de Rembrandt”.
A través de la obra del holandés nos asomamos al intimismo, domesticidad, usos y costumbres de uno de los periodos más fructíferos de la plástica. Sus trabajos alrededor de Hendrickje Stoffels, su esposa Saskia y sus hijos Titus y Cornelia “nos hablan de una época donde la religión incide notablemente en la vida civil y en la forma de retratarla”.
La obra nos lleva a la mitad del siglo XVII, una década rica en tonalidades, visos metálicos, preciosismo de telas, fisionomías, pero sobre todo en el manejo del claroscuro.
Rembrandt, puntualiza Palhares, no es solamente un artista de su tiempo: “Es uno de los mayores exponentes del retrato en la historia del arte. Sus grandes ejercicios técnicos, sus valores lumínicos, inspiraron al romanticismo, fueron celebrados por los impresionistas y la vanguardia del siglo XX reconoce en él al maestro que enseñará la portentosa importancia del claroscuro en el arte occidental”.
Esta muestra reúne también dos dibujos y una estampa del artista, así como un retrato atribuido a Gerrit Dou, el mayor de los discípulos del holandés. Las pequeñas piezas del pintor, sostiene Palhares, “ofrecen alegorías de la virtud y la caridad representadas en usos y costumbres, con personajes variopintos de la sociedad; eran formas de despertar la virtud, la caridad y la bonhomía como valores protestantes muy exaltados dentro del calvinismo neerlandés de la época”.
Pese a que se trata de una exposición pequeña, apenas cinco piezas, Carmen Gaytán sostiene que su valor no se puede medir por la cantidad de obra, sino por la importancia de las mismas. “Cuando los artistas son de esta envergadura una pieza puede ser ejemplo de su maestría. A través de Palas Atenea podemos indagar en el mundo y la potencia de la paleta de uno de los mayores artistas de la historia”.