JARDÍN BOTÁNICO DE ACAPULCO: LEGADO DE MÉXICO PARA EL MUNDO

Liderado por su fundadora, Esther Pliego de Salinas, el lugar cumple su vigésimo aniversario como ejemplo de conservación ambiental y de una labor social comprometida con su comunidad.

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Martha Mejía
Cultura
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Considerado uno de los más bellos y extensos del mundo, el Jardín Botánico de Acapulco cumple 20 años: llega a su vigésimo aniversario transformado en uno de los legados más importantes no solo del país sino del mundo, tanto en materia ambiental y de conservación como en el ámbito social.

Su líder y fundadora, doña Esther Pliego de Salinas, platica en entrevista exclusiva con Vértigo sobre la pasión, el compromiso y el trabajo que significa este esfuerzo.

Inicios

El 2 de marzo de 2002, 31 socias del entonces Primer Club de Jardinería de Acapulco, fundado por doña Esther, abrieron al público con motivo del décimo aniversario del club un sendero botánico que con los años evolucionó a jardín botánico.

“Hace 30 años, cuando mi esposo y yo compramos una casa aquí en Acapulco, una querida amiga, María Garza de Dávila y yo, decidimos fundar un club de jardinería. En ese entonces ya pertenecíamos a la organización internacional NGC (National Garden Club), en la que se enseñan muchas cosas relacionadas con horticultura, medio ambiente, diseño de paisaje y diseño floral”, recuerda.

Agrega que “a mí siempre me llamaron la atención las plantas, desde niña; así que durante los primeros diez años del Club (de Jardinería de Acapulco) insistí a las socias sobre la idea de hacer un jardín. Esto porque México ocupa el quinto lugar de biodiversidad a nivel mundial y Guerrero el cuarto a nivel nacional. Entonces les preguntaba cómo era posible que Acapulco no tuviera uno”.

En un principio “pensamos en hacer un sendero botánico, que es un proyecto mucho más humilde y menos ambicioso que un jardín botánico. Y así comenzamos la búsqueda en diferentes lugares de Acapulco donde nos cedieran un espacio para poder hacerlo”.

Después de tocar muchas puertas, recuerda doña Esther, finalmente el rector de la Universidad Loyola del Pacífico, que era entonces Mariano Alonso, “nos escuchó y nos ofreció en comodato seis hectáreas de terreno de la universidad; en un principio nos lo cedieron para 20 años. No obstante, un jardín botánico no es un proyecto temporal: es un trabajo hecho para que perdure. Por ejemplo, hay jardines botánicos que tienen 300 o hasta 400 años. Entonces nos pusimos a trabajar día a día haciendo lo que se debía: organizando, diseñando, plantando, cuidando todo esto que nos encanta. Ellos al ver todo este trabajo finalmente nos lo dieron a perpetuidad”.

El Jardín Botánico es independiente a cualquier otra institución y desde 2003 se constituyó legalmente como Asociación Civil, AC, no lucrativa, sin recibir ningún apoyo gubernamental.

Jardinería: un arte

El jardín se sitúa en la Sierra Madre del Sur que bordea el puerto de Acapulco, en una altitud de 200 a 400 metros sobre el nivel del mar. Se encuentra en una zona subtropical, con marcados periodos de lluvia y de temporada de secas.

“Muchas veces se piensa que son viveros, pero no: los jardines botánicos son lugares donde se coleccionan plantas y se clasifican. Se trata de un museo de plantas vivientes. Pero su objetivo no solo es contener ejemplares, sino que va más allá porque implica también educar, y la primera forma de hacerlo es con letreros y etiquetas con los datos de las plantas, con toda la información necesaria. Por ejemplo, el nombre común y botánico, la familia, la procedencia, los usos y el número de entrada al jardín. En este sentido cada vez somos más profesionales y todas nuestras plantas —tenemos alrededor de seis mil ejemplares— están debidamente registradas”, indica doña Esther Pliego.

El lugar se ha desarrollado por etapas. “En un inicio con solamente cuatro socias, el marido de una socia, el padre de otra y dos peones con machete en mano. Se fue abriendo la maleza del cerro, serpenteando entre rocas y buscando puntos de interés como un amate blanco que valía la pena observar, un paso entre rocas que lo haría interesante, un palo morado —importante por estar en la lista de árboles protegidos—, algunos espacios donde se podría descansar y, por fin, un área plana, donde unos años más tarde se construiría el Centro Botánico”, explica.

A medida que pasó el tiempo se dio más importancia a las posibilidades paisajísticas, respetando la naturaleza y amoldándose a ella. “La política siempre fue dejar la mayor parte de la flora existente, editándola solamente; y esto se puede notar porque hasta se dejaron algunos árboles en medio de los caminos”, puntualiza.

Hoy el Jardín Botánico de Acapulco mantiene una colección documentada de plantas vivas con el fin de promover su propagación, conservación, exhibición y servir para fines educativos y de investigación.

“Aquí naturalmente lo que más tenemos son plantas y árboles tropicales y subtropicales, ya que estamos en una selva tropical caducifolia. Entre los árboles más importantes figuran las parotas y los cacahuananches. Todos tienen usos, ya sea maderables, culinarios, medicinales o sencillamente de ornato. Tenemos también una colección de palmas, que aun cuando son muy comunes tienen muchos usos; por ejemplo, como alimento, en construcción, en el vestido… para muchas cosas”, dice.

Y agrega: “También tenemos cykas y cicadáceas, que son plantas que parecen palmeras pero no lo son; tienen igualmente muchos usos y están en peligro de extinción. Por ello las tenemos que proteger. Tenemos heliconias y bromelias. Pero curiosamente mucha gente no se entusiasma mucho con las plantas y árboles nativos porque algunos de ellos no son tan vistosos como pueden ser otros no endémicos. Sin embargo, la gran diferencia es que el árbol nativo no batallará en darse porque está en su hábitat. Entonces deberíamos usar y propagar más las plantas endémicas”.

El Jardín Botánico de Acapulco también cuenta con dos UMAs (Unidad de Manejo Ambiental) de Palo morado y Palo de cera, en las que se protege a plantas en peligro de extinción. “El Palo morado es muy relevante para Acapulco, pues solamente se da en esta zona. Por eso tenemos que propagarlos, reproducirlos y reforestar con ellos. Es un árbol de madera muy apreciada porque es de color morado en el centro, muy bonito, pero desgraciadamente se lo han acabado, lo usaban para artesanías, incluso para leña, ¡por Dios!, y es madera muy buena. Y el palo de cera es también una madera excelente que se tiene que proteger porque es propiedad de la nación”, indica.

Impacto social

Anualmente el lugar recibe más de dos mil visitas de escuelas locales y del resto de Guerrero, que además del recorrido incluyen talleres didácticos con temas ambientales.

“Tenemos diferentes cursos. Por ejemplo, hay uno que se llama Guardián Ambiental, que empezó como escuela de verano. Los niños venían encantados a aprender sobre naturaleza y conservación. Ellos mismos pidieron que no fuera nada más en verano, sino que continuara durante todo el año. Y así lo hemos mantenido todos estos años. Tenemos también clases diversas de horticultura, artesanía, diseño, además de otro proyecto importantísimo”, dice.

Se trata del taller Técnico en Parques y Jardines, el cual cuenta ya con dos generaciones de graduados. Más de 70 alumnos se han avalado bajo este taller que los certifica como técnicos en jardines, lo que les da oportunidad de tener un mejor empleo. Está diseñado para personas que tienen una carrera trunca o que ya se dedican a la jardinería pero no tienen un documento que los avale. Este taller les ofrece la oportunidad de tener una mejor y mayor remuneración económica.

“El taller está avalado por la Secretaría del Trabajo y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales del Gobierno del Estado de Guerrero (Semaren). A estas personas, que muchas veces vienen del campo, aquí se les enseña a descubrir y explotar todas sus capacidades referentes a la jardinería. Tenemos profesores que vienen de otras universidades a dar los cursos, cada uno con su especialidad, por ejemplo de riego, poda, tierra, plagas… Todo lo que los alumnos necesitan. Es un curso que dura 96 horas y que definitivamente empodera a la comunidad”, explica la líder del Jardín Botánico de Acapulco.

Cuenta que con un premio monetario que el jardín recibió por parte de la Asociación FUNO se logró una planta de tratamiento de aguas negras que bajan de la comunidad vecina Cumbres de Llano Largo, ayudando así al saneamiento del agua y al riego del jardín.

“Tenemos mucho contacto con esa comunidad porque muchos de sus habitantes son parte de los talleres y actividades del jardín. Como en muchas partes de México, no tienen drenaje y todas las aguas negras de esta comunidad iban a parar al mar. Con ese premio pudimos hacer esa planta de tratamientos de agua; así se evita que las aguas sin tratar vayan al mar y nosotros las podemos aprovechar para riego del jardín”, explica.

Festejos

Luego de 20 años de trabajo doña Esther Pliego comparte con orgullo que el Jardín Botánico de Acapulco no solamente es un bello espacio para visitar y disfrutar, que a la vez da paz y tranquilidad al alma, sino también para aprender y potencializar las capacidades de las personas.

“Son muchos los beneficios que proporciona. En estos 20 años hemos recibido aproximadamente 60 mil visitantes de todas las edades. Se dice fácil, pero a todas esas personas se les ha concientizado acerca de las bondades del Jardín Botánico; han aprendido sobre flora y fauna; acerca de medio ambiente; ecosistemas; conservación y sustentabilidad. No ha sido un trabajo fácil, pero sí sumamente reconfortante”, comparte.

Y añade que “nos hemos ocupado de muchos detalles; por ejemplo, en noviembre de 2020 nuestras instalaciones sobresalieron internacionalmente al construir un elevador que facilita el ascenso y descenso de cualquier persona, haciéndonos un jardín incluyente”.

Este “es un legado de nosotros para Acapulco y para el mundo entero. Esperamos que los jóvenes y cualquier persona venga, conozca, ame y le dé vida a este tipo de proyectos”.

Los festejos por el vigésimo aniversario del Jardín Botánico incluyeron un concierto de la Filarmónica de Acapulco, así como una placa en agradecimiento a doña Esther Pliego de Salinas y a Hugo Salinas Price por su aportación y legado.