Tal parece que la llegada del Homo sapiens a América no fue cuando se creía: según los estudios se pensaba que la última expansión de la especie había ocurrido hace 13 mil años con su arribo a nuestro continente.
La cultura Clovis se consideraba pionera gracias a que se habían encontrado sofisticadas puntas de lanza talladas en piedra y con una forma muy distintiva.
Estos hallazgos se ubicaron en la región de las Grandes Llanuras, que abarca de Nuevo León (México) a Oklahoma (Estados Unidos).
Hasta ahora las piezas habían sido encontradas junto a restos de mamuts y de una especie de bisonte ahora extinta, lo que hacía pensar a los arqueólogos que los primeros pobladores eran grandes cazadores.
Hoy, gracias a investigaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), aquella teoría es desmentida o por lo menos sometida a debate.
En el municipio de Concepción del Oro, en Zacatecas, los especialistas encontraron una cueva con herramienta lítica de tradición tecnológica desconocida, la cual se estudió a la par de fragmentos de hueso animal, restos de plantas y ADN ambiental contenido en sedimento recolectado en el sitio.
Los hallazgos del proyecto que encabeza el doctor Ciprian Ardelean, de la UAZ, sugieren que ese espacio fue ocupado por personas hace aproximadamente de 30 mil a 13 mil años.
La llamada Cueva del Chiquihuite aporta pruebas contundentes a la postura de que el poblamiento de América del Norte fue más antiguo de lo que se suponía hasta hace apenas 20 años y se suma a otros descubrimientos relevantes en las Tierras Altas de Chiapas, México central y cuevas inundadas de la costa caribeña, correspondientes al final de la época del Pleistoceno y al Holoceno Temprano.
Además de proporcionar evidencias confiables acerca de la antigüedad de la presencia humana en la región noroeste de México, las evidencias materiales indican la diversidad cultural de los primeros grupos que se dispersaron por el continente.
El equipo conformado por Ardelean y los investigadores del INAH Joaquín Arroyo Cabrales, Alejandro López Jiménez e Irán Rivera González describe avances en el estudio de la lítica recuperada en la cueva, la cual suma alrededor de mil 900 artefactos de piedra.
En entrevista, el arqueólogo Ardelean detalla que el hecho de tratarse de lítica desconocida no significa algo extraordinario, puesto que la talla de piedra en los grupos cazadores-recolectores del Pleistoceno es distinta: lo relevante es que los datos indican una diversidad cultural amplia de la gente que llegó a poblar Norteamérica.
Su propuesta señala que cada grupo seguía sus rutas y enfrentaba el entorno con respuestas particulares y desarrollaba sus estilos propios.
El investigador llegó al sitio después de un año de recorrer a pie y de manera sistemática kilómetros de sierra en la región de Concepción del Oro en busca de evidencias humanas antiguas, guiándose por la interpretación de la forma del terreno y con la orientación de lugareños. En 2010 alcanzó la Cueva del Chiquihuite, ubicada a dos mil 740 metros sobre el nivel medio del mar y, aproximadamente, mil metros sobre el suelo del valle.
Replantear el origen
Los primeros vestigios se ubicaron en 2012 a través de un pozo de sondeo que indicó el potencial arqueológico. En 2016 comenzó la primera de cuatro temporadas de campo, derivadas de un proyecto de investigación avalado por el Consejo de Arqueología del INAH.
La cueva, describe el también académico de la UAZ, es de paredes grisáceas, tiene dos cámaras interconectadas, cada una de más de 50 metros de ancho, 15 metros de alto y un suelo inclinado repleto de estalagmitas. Estas puntas carbonatadas son las centinelas del pasado: “Debajo de los espeleotemas uno pisa el Pleistoceno”, dice. Las herramientas más antiguas se alcanzaron a tres metros de profundidad, pero en todas las capas se encontraron artefactos.
Por ahora se tienen clasificados núcleos, lascas, cuchillas, restos de lascas modificadas o usadas, rascadores, puntas, azuelas y elementos puntiagudos formados por fractura de los bordes de la piedra caliza y láminas de calcita. Resultados de análisis petrográficos sugieren que no pertenecen a la roca que conforma las paredes y el techo de la cueva; 90% de las herramientas es de piedra caliza recristalizada, de colores verde y negruzco, disponible en las proximidades del sitio, en forma de pequeños nódulos sueltos, erosionados de fuentes geológicas aún no identificadas.
La selectividad de material observada en la fabricación de herramientas refleja un conocimiento de los valores de la piedra disponible, y la toma consciente de decisiones.
Al interior de la cueva la temperatura se mantiene en doce grados, por lo que Ardelean supone que sirvió de refugio obligado durante el invierno, cuando cazadores-recolectores se protegían de las bajas temperaturas registradas antes del Último Máximo Glacial.
El área de excavación se ubicó 50 metros hacia adentro de la entrada principal de la cueva, la cual quedó sellada a consecuencia de un derrumbe a finales del Pleistoceno.
Las condiciones de la cueva, su temperatura regular y el hecho de quedar sellada por el derrumbe contribuyeron a que en su interior se conservara material orgánico en perfectas condiciones, lo que hizo posible recuperar ADN ambiental, porque cualquier componente de un ser vivo queda disperso en el ambiente y cae al suelo, pegándose a las arcillas, las cuales se recuperan para ser analizadas.
Gracias a los estudios de laboratorio se identificaron especies de plantas presentes en cada época. Asimismo se identificaron fitolitos de una especie de palma, algunos quemados, que pudieron corresponder a algún artefacto o alimento llevado ahí por personas; en todos los estratos se halló carbón vegetal, posiblemente resultado de una combinación de incendios forestales y de chimeneas de origen humano.
Entre la fauna se identificó ADN de murciélago presente en todas las capas, así como de roedores, marmota, cabra, oveja y baja proporción de aves: gorrión y halcón; en tanto, de fragmentos de hueso se extrajo microfauna y restos óseos que corresponden a géneros más grandes: oso negro, cóndor y nutria.
La Cueva del Chiquihuite se une así a varios yacimientos en el noreste y centro de Brasil que aportan pruebas que sugieren fechas de ocupación humana hace entre 20 mil y 30 mil años, si bien su datación sigue siendo controvertida. “Aunque han sido excavadas y analizadas por expertos son comúnmente discutidas o simplemente ignoradas por la mayoría de los arqueólogos por considerarlas demasiado antiguas para ser reales”, señala Ruth Gruhn, profesora de Antropología en la Universidad de Alberta en Canadá y quien desde allá reacciona a las investigaciones del equipo mexicano. Sostiene que los hallazgos en la Cueva del Chiquihuite obligan a reconsiderar el tema y a repensar la llegada del hombre a América.