Ciudad de México, México, 3 de noviembre. El origen de la conferencia-performance “Cuchillos como hojas: reescribir el feminicidio, nombrarlas en el barro”, que presentó la escritora Cristina Rivera Garza, integrante de El Colegio Nacional, surgió por una invitación que recibió hace un par de años por parte del Humboldt Forum, “una institución cultural importante y polémica en Berlín”, para participar en una serie a cargo de la escritora Priya Basil, llamada “Objects Talk Back”, que se podría traducir al español como “los objetos te devuelven la mirada, los objetos te responden, los objetos hablan contigo”.
“El proceso de investigación nos llevó un par de semanas, varias visitas a los almacenes etnográficos que están bajo el cuidado del Humboldt Forum: lugares enormes, donde el pillaje del colonialismo alemán ha llevado objetos de todos los lugares del mundo: nuestra tarea era elegir uno o algunos que nos interesaran para darle la vuelta, para subvertirlos y hacer que esa mirada colonial que había sido responsable de su elección y de su viaje hasta Alemania, ahora hablara y dijera su versión, su parte de la historia”.
Después de hacer un amplio recorrido por el acervo, la colegiada contó que se encontraron con una piezas que se llamaban Story knifes: cuchillo-historias usados, sobre todo, en las comunidades del sureste de Alaska, especialmente las niñas yupic, quienes heredaban los objetos y los utilizaban para escribir historias en la nieve, en los bancos de los ríos, “en el lodo húmedo cerquita al flujo de agua y que las historias que las niñas contaban eran cotidianas, usualmente el tipo de historias que uno aprende de muy joven como advertencias: no te vayas muy lejos, no le contestes a tus papás, cuida a tus hermanos menores y usualmente estas historias terminaban con la frase: ‘y así nos lo enseñaron nuestros ancestros’”.
En primera instancia podrían ser historias comunes y corrientes de la vida cotidiana que quedaban inscritas en la nieve o en la arena, y a través de la cuales los niños aprendían una tradición y, a su vez, la hacían accesible a siguientes generaciones. Aquí, lo interesante para la narradora y para el artista Saúl Hernández Vargas, quien la acompañó en la selección, fue “imaginar a un grupo de niñas alharaquientas, con mucha emoción, con un cuchillo que le ha regalado una tía, un abuelo, que ha estado en la familia por generaciones, alrededor de un espacio de su territorio elegido para compartir esta historia”.
“La cuestión es que, claro, no existe un libro de nieve como tal, no le puedes pasar la página a la nieve o a la arena, y lo que tenían que hacer era continuamente borrar. Entonces, inscribían, contaban; si concluía la historia, lo borraban. Empezaba otra, contaba la historia y la borraba.
Esta tensión entre inscribir y borrar inmediatamente me dejó perpleja en muchos sentidos: es lo que siempre hacemos cuando estamos escribiendo. Parece que queda por más tiempo porque hay hojas, pero los libros también los trituran y, a veces, se quedan olvidados en un rincón de un librero, en la cocina, abajo de la cama. Hay procesos de borramiento que también existen cuando uno está escribiendo en la computadora o a mano”.
De esa mirada vino la esencia del proyecto artístico: se parece mucho a los esfuerzos constantes que hacemos por hablar de la violencia de género en condiciones o en contextos de sociedades patriarcales, que continuamente insisten en silenciar estas historias, “es decir, en borrarlas”, como sucede en Argentina, donde el presidente de Argentina, Javier Milei, había amenazado, por ejemplo, “en borrar del código penal de Argentina el crimen de feminicidio”.
“En esa tensión empezamos a trabajar la conexión del cuchillo-historia y lo que después fue su transformación y las historias de violencia en general, pero más específicamente de las historias de feminicidio”.
Un juego de niñas
El artista Saúl Hernández recordó que, en su recorrido por el Humboldt Forum, se encontraron con distintos objetos, pero fue hasta su encuentro con lo story knifes, con los cuchillos para contar historia, que se despertó la idea de la propuesta artística, complementada con videos y música a cargo de Matías Rivera de Hoyos, para lo cual, primero debían elaborar esos cuchillos, construidos, en su origen, de marfil de morsa, por lo cual primero intentó trabajar con hueso, pero reconoció que no tenía sentido trabajar con un material con el cual no se sentía identificado.
“Entonces decidí trabajar con latón y con cobre. Me interesaba que fuera el cobre, que estuviera muy presente, porque creo que es un material cercano a las historias de los migrantes, ha sido siempre un metal importante interesante para la fuerza de trabajo mexicana desde el siglo XIX.
Finalmente es un objeto punzante, un objeto que también nos remite la violencia, y uno de los procesos importantes era desafilar el cuchillo, no quitarle ese borde y ponerlo en conexión con las formas de la naturaleza de aquí. Esto es que ahora podrían ser llamados hoja-historia, en lugar de cuchillo”, destacó el artista.
A partir de ello surgió la propuesta discursiva de la colegiada Cristina Rivera Garza, con un texto en el cual refleja las dificultades para concretar un proyecto creativo que se funde de manera estrecha con la realidad, en especial con los feminicidios:
“Barro. Es difícil escribir en tierra, el cuchillo-historia se hunde en el suelo dejando una marca que, por unos momentos, evoca una forma. Pronto, sin embargo, esa forma, que no es más que un hueco, se deshace bajo la presión de la tierra que se desmorona. El hueco se rellena, la forma, que era una letra, desaparece. Escribir en la tierra es borrar”.
Para que las letras permanezcan y formen palabras, encadenando frases o completando oraciones enteras; hay que añadir agua y hacer barro, hacer lodo, anotó la escritora: los pantanos, ciénegas y lodazales donde se encuentra el barro han sido históricamente denunciados como desiertos vacíos, tierras baldías intactas, un peligro para la salud; fue en la separación, en la división estricta del barro en sus componentes básicos, agua y tierra, donde surgieron, por cierto, los primeros Estados.
Al principio tuvieron que secar pantanos, ciénegas y lodazales para crear tierras agrícolas ordenadas, y las superficies planas que dieron lugar a las primeras aldeas permanentes. El barro, donde las letras pueden germinar y, con ellas, la memoria a la que nos aferramos fue declarado enemigo del Estado: “ahí, en el barro hemos escrito. Ahí, en el barro, volveremos a escribir”.
“No somos un montón de niñas yupic caminando en grupo sobre la nieve con una hoja-historia, mientras nos acercamos a la orilla del río en las afueras de nuestro pueblo, en un nublado día de marzo. Nos regimos, pero no con esa cadencia cristalina, el repiqueteo de pasos sueltos, rebosantes de libertad y de juntura, salpicando lodo al unísono: no hablamos su lengua, no saboreamos cada sílaba cuando sostenemos la hoja-historia en lo alto y lo llevamos a encontrarse con la tierra húmeda con una facilidad y propósito”.
Lo que sí sucede, en palabras de Rivera Garza, es que una energía ruidosa y electrizante viaja a toda velocidad, desde las costas del suroeste de Alaska hasta la sierra del centro de México, con la voluntad de contar, de sacar a la luz “lo que ha sido silenciado por la fuerza, ya sea por el Estado o por la tradición”.
“Este es el resplandor que nos cubre cuando el duelo se convierte en lenguaje, cuando las palabras, antes borradas o inexistentes, asoman al mundo con sus propios ojos fijos. Esta es la determinación de buscar justicia, no sólo la justicia que las instituciones legales nos han negado tantas veces, sino esa otra justicia más amplia, más duradera, quizá incluso cósmica por naturaleza: es la justicia que brota de la mano de la verdad, delineando los contornos de nuestra memoria colectiva descrita, con acierto, como restaurativa”.
“Nuestros seres queridos permanecerán aquí mientras persista nuestro duelo”, dijo Cristina Rivera Garza. Por eso se decidió llevar hasta El Colegio Nacional unas bandejas llenas de barro suave, casi aterciopelado, fruto del encuentro entre el agua y la tierra, para que escribiéramos “los nombres de las mujeres o niñas que amamos y perdimos usando nuestro cuchillo-hoja, nuestro cuchillo-ramita, invoquemos junto sus nombres en este ritual, que nos reúne a través de las membranas porosas de la vida y la muerte”.
“Hagamos espacio para que ellas lleguen, se asienten y permanezcan en los lugares a los que pertenecen, donde las queremos y donde no las hemos olvidado. Ellas siguen aquí y nosotras, nosotras, nosotres seguimos aquí jugando a ser inmortales”, fue su llamado en la conferencia-performance, para lo cual, tras la cátedra, se invitó a todos los asistentes al patio tres del edificio histórico para concretar ese acto de memoria”.
Posterior a la conferencia, Saúl Hernández bajó desde el Aula Mayor, ubicada en el primer nivel de El Colegio Nacional, cargando una cubeta con veinte litros de agua hasta el Patio de las Jardineras, al otro extremo del edificio. A su lado, Cristina Rivera Garza llevaba los cuchillos que se utilizarían en el performance.
Ya los esperaban los recipientes con arena fina, así como las y los participantes, que aguardaban a la escritora con una mirada solemne y expectante. Cristina Rivera Garza tomó uno de los cuchillos rituales, se inclinó sobre el balde y escribió un nombre: Liliana, su hermana, víctima de feminicidio en 1990.
La conferencia se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: elcolegionacionalmx.

