PAUL AUSTER Y EL ARTE DE LO ORDINARIO

Federico González
Cultura
PAUL AUSTER

La noche del martes 30 de abril se dio a conocer la muerte de Paul Auster, justo en pleno Día del Niño —perdón, no me acostumbro a decir día de las infancias—, cuando es fácil recordar aquellos primeros cuentos e historias que nos encaminaron, a quienes nos gusta la lectura, hacia la literatura.

Los hermanos Grimm, Verne, Salgari y algunos otros tejieron el trampolín que nos llevó a brincar a autores juveniles y de ahí hasta que un día caes y te encuentras con Tombuctú, una entrañable novelita protagonizada por Mr. Bones, un perro callejero que se convierte en el inseparable Willy G. Christmas; aquella fue, si no mal recuerdo, la primera novela que leí de Paul Auster (Brooklyn, 1947-2024).

Después siguió la inmensa La Trilogía de Nueva York, ese experimento donde el narrador juega con los géneros y manifiesta de manera franca su afición por el policiaco. Tanto le gustaba, que se creó el seudónimo Paul Benjamin para firmar obras netamente insertadas en el género negro.

Siguieron El palacio de la luna, La noche del oráculo, The Brooklyn Follies, Diario de invierno y varios títulos más; incluso aquel divertimento que fue La historia de mi máquina de escribir, cuyo nombre dice todo.

Auster, sin saberlo, se convirtió en un compañero. Su forma de manejar el azar llevó a que en Hispanoamérica lo compararan con Borges y Cortázar, cosa que siempre me pareció no del todo acertada. La razón: el estadunidense escribía de gente ordinaria.

Vale decir que fue un autor prolífico y, como pasa en estos casos, unos libros gustan más que otros. Pero lo cierto es que no es justo regatear el rigor por contar, por recordarnos siempre que hay momentos que cambian la vida, una llamada, un choque, un roce; instantes que nos llevan a dejar de ser quien éramos.

Obsesiones

Elegante y cercano a la literatura francesa, país donde vivió y cuya experiencia está registrada en A salto de mata, es un autor atípico en la tradición estadunidense. No habla de los campos como Faulkner, Cormac McCarthy o Richard Ford; tampoco está entre los grandes críticos de la doble moral norteamericana como Philip Roth. Su lugar está al lado de Don DeLillo y de Siri Hustvedt, su esposa, quienes hacen miradas microscópicas a los detalles, la casualidad y el indetenible paso del tiempo.

Todavía en Baumgarter, su novela más reciente y abierta sobre la vejez y el duelo, sigue manifestando las mismas obsesiones.

Una de las bondades del periodismo es que en ocasiones te permite estar cerca de gente a quien admiras. Que me perdonen mis maestros por citarme, pero tuve ocasión de entrevistarlo en dos ocasiones, la última en 2017, en el marco de la FIL de Guadalajara.

En estos días he vuelto a una de sus respuestas: “La novela es una forma de literatura que no es acerca de héroes, ni reyes ni reinas: es sobre gente ordinaria. En su esencia la novela es un producto de la democracia, es un arte democrático, apela a que todas las vidas son importantes. Si eres un buen escritor y escribes sobre un vagabundo, el lector entenderá cómo es vivir en las calles; las novelas pueden hacernos compasivos, abrirnos a experiencias que no hemos tenido”.

Gracias, Paul.