LAS FORMAS POÉTICAS DEL AGUA

Los cuadernos del agua
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Rubén Esparza Arizpe. Los cuadernos del agua. Vaso Roto. 99 pp.

El padre de Rubén Esparza Arizpe (Monterrey, 1997) murió hace 28 años. No tuvo ocasión de conocerlo y en cambio creció acostumbrado a que le recordaran su parecido a él. Sabe por referencias que su papá era buen lector y un visitante asiduo de librerías de viejo. El amor por la literatura es una de las mejores herencias que pudo haberle dejado al hoy escritor y ganador del Premio de Poesía Vaso Roto con el libro Los cuadernos del agua.

Una de las virtudes del agua es que toma la forma del vaso que la contiene. Se adapta con facilidad, como sucede con la buena poesía, que tiene la posibilidad de mezclarse con las obsesiones del autor.

“Mi primer recuerdo doloroso es la familia/ diciendo que me parezco a él./ Todavía hoy se aventuran a hacer comparaciones:/ ojos, nariz, cejas/ y esa extraña/ curvatura entre los hombros./ Con el tiempo, no solo fue lo físico./ Mi madre dice siempre lo mismo:/ Tu padre vivía con muy poco./ Lo veía con hambre y sin idea de qué iba a comer ese día,/ pero se gastaba su dinero en las librerías de viejo que ahora visitas./ Me escribía poemas./ No conservo esos poemas/ pero tengo un libro de Sartre que fue suyo./ Nunca lo he leído/ pero sé por el título/ que si me preguntan quién soy/ no debo responder una ausencia,/ aunque no sé muy bien por qué./ La gente se esfuerza por verlo en mí./ Todavía, en las fiestas de familia/ tengo que ir con alguien a que llore y me abrace al decir mi nombre./ Tienen que constatar que no soy/ una sombra/ de la misma forma en que toco estos libros/ para creer en las apariciones”, leemos en uno de los poemas que mejor definen el sentido del libro.

Notable debut

Dividido en cuatro cuadernos, el poemario abre con disertaciones casi científicas sobre el agua. Lleva a la lírica sus propiedades y características físicas. Conforme transcurre la lectura el autor nos sumerge en emociones e imágenes cada vez más íntimas, al punto que al final nos encontramos una carta imaginaria escrita por su propio padre.

Pese a la ligereza y las propiedades líquidas del agua, Rubén Esparza Arizpe consigue conmover y hacernos pensar sobre la permanencia, sobre cómo el tiempo se nos puede ir como agua entre las manos, pero sobre todo nos muestra con una maestría que sorprende —para ser un primer libro—, la manera en que la poesía puede ser ese territorio intermedio donde la vida y la muerte se dan la mano, ese territorio donde aquella comunicación que parece imposible tiene lugar. Habrá que seguir con atención a este joven notable poeta.

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