“LA CLARIDAD ES UNA CUALIDAD DE LA POESÍA QUE NO PUEDE SER SOSLAYADA”

“La enfermedad, la tristeza o la pesadumbre tienen más éxito que la alegría”.

Eduardo Langagne
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Para Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952) la poesía es una posibilidad de diálogo y así la ha vivido desde que comenzó a escribir. Egresado de la carrera de Letras Latinoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha publicado más de una decena de libros, los cuales le han valido para ganar los premios Casa de las Américas (1980); Poesía Aguascalientes (1994); y José Lezama Lima Casa de las Américas (2016).

Si algo distingue sus versos es la claridad. No confundir con simpleza, por favor, pues Langagne sabe escudriñar la condición humana con notable sutileza. Ejemplo de ello son sus dos libros más recientes, Descifrar sus acertijos y Galería de ecos, ambos publicados por editorial Medusa y la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

—¿Ambos libros los trabajó en paralelo o cómo se dio la coincidencia de su publicación de manera simultánea?

Descifrar sus acertijos tiene que ver con una tradición y con un ejercicio que realizo desde hace varios años. Es lo que se llama poema de ocasión o poema onomástico. Los escribo como respuesta, saludo o comentario para mis amigos. Lo ideal sería que siempre fueran décimas de reflexión, pero no es así. Tiene relación también con la tradición de la espinela, que se usa tanto en la música popular de América Latina y que me gusta mucho porque te permite en un espacio breve expresar cosas que te estimulan en el momento.

—Y que tienen un carácter cotidiano…

—Es una manera de conversar y una parte de la oralidad que me gusta atender porque está vinculadísima a nuestro idioma. La décima tiene esta fortuna; gracias a la espinela creada por don Vicente Espinel uno puede expresar cosas sencillas en diez versos. Desde luego, hay una manera de hacer décimas mucho más reflexiva y profunda. Ahí tenemos uno de los grandes poemas de nuestro siglo XX, Décima muerte, de Xavier Villaurrutia. Otro autor que hizo décimas notables fue Elías Nandino; y, por supuesto, Pita Amor con sus Décimas a Dios. En fin, Gutiérrez Nájera, Amado Nervo y Manuel Acuña las utilizaban mucho. Después se dejó de usar, solo quedó en el ámbito popular. En mi caso, me interesa como un ejercicio permanente de conversación con nuestra lengua.

—¿Por qué se dejó de usar en la poesía contemporánea?

—No lo sé. Me da la impresión de que esto se empezó a dar después de la primera veintena del siglo XX con las vanguardias, aunque ya hablamos de Villaurrutia, Nandino y Pita Amor. Pero lo cierto es que en las vanguardias muchas propuestas dejaron de lado el verso medido y la rima. El propio Machado, en poemas de sus últimos años, hace reflexiones valiosísimas sobre el uso de las formas, las formas clásicas, el verso medido, etcétera. Quizás en el ámbito de la recepción de los lectores perdió fuerza, cosa que no sucedió en el ámbito popular. Por ejemplo, en las décimas jarochas, las colombianas o las venezolanas hay canciones estupendas. Violeta Parra en su gran obra tiene muchas décimas; qué decir de los decimeros cubanos que tienen un cuidado formal extremo.

—Tal vez fue un tema de lectores, aunque las vanguardias poéticas durante el siglo XX tendieron hacia la abstracción y formas más herméticas…

—Puede ser. Creo que las vanguardias fueron muy valiosas para una concepción de la poesía contemporánea. Pero es verdad que dejaron de practicar esta y otras formas, como el soneto. Hay muy pocos autores vivos o libros publicados recientemente que ofrecen sonetos.

Poesía y conversación

—Aquí quiero destacar una cualidad de estos libros y en general de su poesía: la claridad o transparencia, cosa no muy común en la poesía contemporánea tampoco.

—Creo que esto es producto del aprendizaje de nuestros grandes poetas en nuestro idioma, sin dejar de incorporar a poetas de otros idiomas. La claridad es una cualidad de la poesía que no puede ser soslayada. El poeta necesita encontrar su propia manera de expresar las cosas y puede hacerlo con una claridad que no sea simpleza, porque además la claridad puede estar llena de connotaciones. Hace rato mencioné Décima muerte, de Villaurrutia: es un poema con gran profundidad filosófica, pero con mucha claridad.

—En particular, Galería de ecos es una suerte de diálogo con autores, tradiciones. ¿Le interesa la poesía como un diálogo?

—Me interesa mucho. Galería de ecos plantea una conversación —así, versa en cursiva—. Es decir, a través del verso se puede conversar ampliamente, tocando temas que tienen que ver con toda nuestra tradición formal, apelando a lo que ya te mencioné. Las vanguardias son riquísimas, la poesía contemporánea tiene también propuestas valiosísimas y uno de los planteamientos que hago en el libro es que el verso libre es libre, pero es verso. Y ese concepto, creo, se debe mantener cuando haces el poema. Un poema es una estrofa con versos; el verso libre, con todas las variantes y posibilidades, es una estrofa contemporánea.

—A partir de lo que menciona, entiendo que ambos títulos reúnen poemas escritos desde hace tiempo, ¿no?

—En el caso de las décimas hice una compilación con lo que tenía en el archivo. Prácticamente todas son inéditas y varias recuperadas de correos electrónicos. Eran recados. Otras, como las dedicadas a Tomás Segovia, las hice en el avión. Algunas más fueron hechas mientras se editaba el libro, como la que dediqué a la editorial. Para Galería de ecos revisé y reuní poemas relacionados con lo que uno lee y referencias siempre valiosas, cosas que por descuido olvidamos.

No esconder nada

—En su caso, ¿qué tanto funciona la poesía como elemento de reflexión?

—Creo que contempla todo lo que hemos aprendido a lo largo del tiempo. La reflexión puede estimular al poema, como también la descripción a veces es muy útil. El poema te mueve a la reflexión en tanto que te exige decir las cosas de la mejor manera posible y te posibilita la idea de tener una mayor profundidad. Regreso al tema de la claridad, porque puedes tener profundidad con claridad, es decir, no tienes que esconder nada, puedes decirlo claramente y tener un alcance mucho mayor.

—Al reencontrarse con los poemas de Galería de ecos, ¿qué tanto sigue suscribiendo sus opiniones?

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—Las lecturas de poesía, bajo la idea de que la poesía siempre es inédita, continuamente se transforman. Algo pasa, pero el poema vuelve a salir, renace. Entonces, la lectura, la relectura, siempre te ofrece una nueva posibilidad y vas tomando, casi diría yo, nuevos encuentros con el tema. Por ejemplo, me pasó con un poema de Lee Masters incluido en Spoon River Anthology, donde tiempo después encontré una referencia al huitlacoche, solo que él lo llama excrecencia del maíz: este descubrimiento fue en un ejercicio de relectura.

—¿Esta idea de que la poesía siempre es inédita funciona también para el autor?

—Es muy buena pregunta. Pienso que sí, el poeta brasileño Paulo Leminski dice que tú crees que estás haciendo tu poema, pero el poema es el que te dice cómo debes hacerlo. Es sorprendente cómo el papel te exige y arrebata cuestiones que no sabías que ibas a escribir, es una maravilla, por eso seguimos en esto.

Tradición y vanguardia

—¿Qué relación tiene en este sentido con su poesía?

—Pienso que cada conjunto de poemas, cada libro, ha tenido una referencia en el mismo sentido. En los años setenta se hablaba de la dicotomía entre Vallejo y Neruda. Se discutía muchísimo en el mundo latinoamericano si uno como poeta era nerudiano o vallejiano, y yo me propuse escribir un libro (Donde habita el cangrejo) que fuera ambos al mismo tiempo. Digamos que tuve suerte, porque obtuvo el Premio Casa de las Américas en el ya lejano año de 1980. La única persona que leyó ese dato fue una crítica en la revista Casa de las Américas. Después, cuando había un desdén a las formas clásicas me pareció interesante publicar un libro apegado a estas formas y gané, en 1994, el Premio de Poesía Aguascalientes (Cantos para una exposición). Siempre he buscado que mis poemas respondan a líneas de pensamiento que están en el ambiente.

—Suerte le llama con modestia…

—No… Bueno, es verdad, porque acuérdate que un concurso es muy interesante y estimulante, pero si no lo ganas no quiere decir que tu libro no valga la pena: quiere decir que el jurado no coincidió en que tu libro le pareciera una buena propuesta.

—Claro, pero en el caso de Cantos para una exposición coincidió en que era una época en que la poesía parecía darle la espalda a los lectores por su grado de complejidad.

—Eso me lo comentaban amigos de Colombia y Argentina: decían que la poesía mexicana es ilegible. Hay muchas notas, reseñas, discusiones y mesas redondas, digamos, latinoamericanas, que abordaron el tema porque salía. Pero creo que cada país define sus tendencias.

—¿Pero diría que llegó a ser ilegible?

—Yo creo que no, pero sí me parece que en esa búsqueda el poema no siempre tenía claridad. Y a veces no es solo una cuestión de claridad, sino de propuesta para un lector, la connotación. Digamos que a veces había oscuridad. Con todo, hay cosas muy valiosas en nuestro idioma, propuestas que también encontraron lectores.

Posibilidades de lectura

—Sin embargo, usted nunca se fue por ese camino…

—Mi naturaleza es otra. No puedes trabajar una poesía por moda. Desde luego, me interesa reflexionar sobre el momento, pero a mí manera. Como decía Machado: “Nunca perseguí la gloria”.

—¿Entre las formas abstractas qué le llamaba la atención?

—Hay autores que hicieron libros complicados, complejos, y que valía mucho la pena leer. En algún momento Juan Gelman hizo una poesía críptica, encerrada. José Lezama Lima tenía una poesía compleja, pero con unas posibilidades de lectura inmensas. Entre los Contemporáneos, Villaurrutia; o qué decir de Muerte sin fin, de José Gorostiza, que es un poema cerrado, pero al mismo tiempo luminoso; por otro lado, en el mismo grupo Pellicer tenía una poesía deliciosamente cantarina. Más adelante tuvimos a Jaime Sabines y autores de mi generación que optaron por hacer una poesía con mayor densidad, como la extraordinaria Coral Bracho.

—Es interesante el caso de Bracho, porque es una gran poeta y con varios premios, pero con pocos lectores.

—Eso es algo normal en la poesía. Creo que tiene mucho que ver con la difusión. Amado Nervo, por ejemplo, fue muy conocido y leído. Es un caso de la poesía. Unos amigos uruguayos me contaban que en su casa, de niños, había libros de Amado Nervo porque vivió ahí. Sucede lo mismo con Sor Juana Inés de la Cruz, quien ahora tiene una mayor y muy merecida difusión, en parte a causa del ensayo Las trampas de la fe, de Octavio Paz. En ella puedes encontrar un poema piramidal y complejo como Primero sueño y al mismo tiempo sus redondillas, sonetos y décimas, que son sus versos más famosos.

—¿Con el tiempo cambia la forma de abordar un poema?

—Uno nunca sabe cómo lo hará. Siempre hay una sensación distinta. Creo que hay que mantener un ejercicio, casi diría yo, de destreza para que el poema no se te vaya. Me explico: más o menos todos tenemos la misma sensación de la calle, pues todos vemos prácticamente lo mismo, pero el detalle poético que aparece por ahí no se te puede ir. Esa es la destreza que uno tiene que ejercitar día con día, sin importar la actividad que tengas durante el día.

Musicalidad

—¿Qué tanto abona la música, usted es melómano?

—Mucho, para mí la música es esencial. Escuchar música, y aquí no solo me refiero a música popular, sino música en general, es un alimento maravilloso para el espíritu. Al final las artes van juntas. Cuando era muchacho me propuse ir a conciertos sinfónicos, pero también a exposiciones de fotografía y pintura. Entre los autores de mí generación hacíamos comentarios y todo eso enriquecía el entorno, lo que entra por el oído y la vista al final se traducía en poesía.

—Pero en su poesía hay también una reivindicación de la canción como forma poética. En Galería de ecos dedica versos a Rafael Mendoza y a Robert Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan.

—Creo que hay grandes autores de canción popular que tienen gran influencia en la vida cultural. El peso de Dylan es indudable; cuando obtuvo el Premio Nobel me dio mucho gusto y lloré de la emoción. Serrat es otro increíble y maravilloso cantautor, pero además es un poeta; el brasileño Chico Buarque también es genial y además tiene novelas fascinantes. Cuando la Academia Brasileña de las Letras aceptó el ingreso de Gilberto Gil, reconoció que las letras de las canciones también plantean búsquedas lingüísticas interesantes. En México, José Alfredo Jiménez indudablemente es un gran autor, pero también Agustín Lara y Álvaro Carrillo lo fueron. La canción popular, para mí, es parte de mi formación.

—Usted además toca la guitarra. ¿Cómo influye el oído musical en su escritura?

—Déjame hacer un planteamiento académico. La canción es heterotélica, es decir, encierra muchos significados, por eso para completar su dimensión necesitas de la melodía o la música. El poema en cambio es autotélico, es decir, el significado está en sí mismo, camina solito, tiene una música propia. El poema se defiende solito y desde que se trabaja ya va jugando con su propia musicalidad. En ese sentido, son cosas distintas.

—Su poesía tiene la cualidad de la vitalidad, pero no desde una perspectiva oscura: a pesar del tiempo, cuestiones como la finitud o la enfermedad no le han interesado. ¿Por qué?

—La enfermedad, la tristeza o la pesadumbre tienen más éxito que la alegría. Al lector le gusta más ver o leer tragedias que la sonrisa. Claro que tengo momentos tristes o apesadumbrados, pero no sé, a lo mejor no he querido contarlos. Fernando Pessoa nos enseñó que no se escribe solo con la emoción, sino también con el recuerdo de la emoción, que es una idea sencilla, pero profundísima. Te pongo un ejemplo, Jaime Sabines pudo escribir sobre su padre cuando murió, ahí tienes el bellísimo y tremendo Algo sobre la muerte del mayor Sabines. En mi caso, creo que he podido proponer un poema en vida de mi madre o de mi padre, de modo que tras la muerte de ellos no tengo algo que decir que exprese lo que necesito.

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