La escena teatral contemporánea en México ha encontrado en La duquesa de Malfi, de John Webster, un vehículo profundo y perturbador para reflexionar sobre las formas más complejas de la violencia, el poder y la resistencia femenina.
Bajo la dirección de Ruby Tagle Willingham y con adaptación, producción, traducción y actuación de Daniel Martínez, esta puesta en escena se presenta como un grito poético que invita a observar —y ojalá transformar— nuestro presente desde la potencia del teatro clásico.
Escrita en el siglo XVII, esta tragedia jacobina narra la historia de una joven viuda noble que desafía las normas sociales y familiares al casarse en secreto con un hombre de clase inferior. Al desobedecer a sus hermanos, quienes desean controlar su vida y herencia, la duquesa se convierte en blanco de una violenta persecución.
La obra expone la corrupción del poder, la opresión patriarcal y la lucha por la autonomía femenina, mientras se desarrolla una espiral de traición, locura y muerte.
Dicho proyecto, que comenzó como una inquietud creativa prepandémica y evolucionó en una propuesta digital durante el confinamiento, ha logrado materializarse en una producción escénica que conjuga estética, política y emoción. En entrevista con Vértigo, Tagle y Martínez revelan la intimidad de un proceso de años marcado por la colaboración, el deseo de justicia poética y el compromiso con el cuerpo femenino como territorio simbólico y real de lucha.
Para Tagle dirigir La duquesa de Malfi en este momento histórico no es solo una elección estética o narrativa, sino también una decisión profundamente política y humana: “Lo que sucede en el teatro es para que no pase en la realidad,” afirma. “Lo que intento con La duquesa de Malfi es honrarla a través del teatro, que es un espejo social, un espejo humano; habla de la condición humana y me compromete”.
Su lectura de la obra escapa a los lugares comunes del feminismo ilustrativo. Más bien, parte de una visión radicalmente humanista. La duquesa, para ella, no es una mujer del pasado ni una víctima arquetípica, sino una figura que irrumpe desde el futuro para inmolarse en su presente histórico y detonar discusiones que aún no hemos terminado de tener: “Poner sobre la mesa el humanismo más allá de las luchas genéricas pertinentes del presente. Es una invitación a ello y una reflexión muy profunda”.
Antes del montaje se dio una lectura dramatizada durante la pandemia. En aquella etapa de incertidumbre, Tagle y Martínez se dieron cuenta de que La duquesa de Malfi tenía lo que tanto necesitaba la sociedad: esperanza. Y su impacto fue inmediato. Durante una de las funciones por Zoom un grupo de mujeres migrantes, víctimas de violencia y pertenecientes a una Organización No Gubernamental (ONG), agradeció la lectura de la obra por contar su historia.
Sobre lo anterior, Martínez recuerda que “la directora de la ONG nos dijo ‘gracias por hablar de nosotras’. Ruby y yo, bueno… yo estaba hecho un mar de lágrimas. En ese momento todo sobre esta puesta en escena cobró sentido”.
Justicia escénica
El proceso de traducir y adaptar el texto original no fue sencillo. Martínez, quien también interpreta al complejo personaje de Bosola, asumió la tarea junto a Ramón Márquez. El objetivo era claro: encontrar un lenguaje contemporáneo sin sacrificar la poética del original. “El texto está escrito en pentámetro yámbico y tiene una estructura muy concreta. Hice primero una traducción literal y luego, con Ramón, la redujimos porque el teatro jacobino dura en promedio cinco horas”, explica.
Una de las grandes fortalezas del montaje es el lenguaje visual. Tagle, con formación en danza y experiencia operística, apuesta por una escena dinámica, simbólica y físicamente comprometida. El espacio escénico se construye desde el vacío, con una paleta limitada pero contundente: plata y rojo. “El rojo habla de la sangre. Es una tragedia macabra, el derramamiento está presente todo el tiempo. Pero no es una alegoría de la violencia; todo muere para que nazca lo nuevo”, afirma.
La música, interpretada con instrumentos antiguos, y una iluminación en claroscuro, complementan un universo estético donde conviven el pasado y el presente. La plataforma escénica funciona como geografía abstracta: permite múltiples lecturas y evoca distintas topografías humanas.
Para Tagle, “antes de que se mueva un cuerpo o se escuche una voz, ya hiciste una promesa visual, y esa promesa debe cumplirse”.
En este sentido, el vestuario y la coreografía también son vehículos narrativos. La escena no ilustra el texto, lo encarna. El cuerpo —particularmente el femenino— aparece como campo de batalla, pero también como lugar de resistencia y posibilidad.
Otro de los sellos distintivos de esta puesta es su tratamiento del combate escénico. No es violencia gratuita ni coreografía ornamental. Es un lenguaje en sí mismo, desarrollado por Martínez y Márquez con precisión y expresividad. Tagle también interviene con su visión de movimiento escénico. “Lo visual y dinámico conecta con los jóvenes”, comenta Tagle. “Y eso es importante, porque si bien somos responsables del caos, también la esperanza la encarna la juventud”.
La pertinencia de La duquesa de Malfi no fue evidente desde el principio. Nació como un sueño, como un deseo actoral, pero se transformó en una necesidad social. Esa es quizá la enseñanza más profunda del proceso: el teatro no solo se hace por pasión sino también por compromiso. “Cuando el horror es tan evidente, tan gráfico, el único camino para entenderlo es la belleza”, dice Tagle. “Construir un puente de belleza para poder digerir el caos que hemos creado como sociedad.”
Quienes se suman a hacer posible esta escenificación son Jesús Hernández, Carlo Demichelis, Jimena Fernández, Emil Rzajev, Miguel Cooper, Rodrigo Caravantes, Sandra Escamilla, Paulina Treviño, Everardo Arzate y otros destacados actores. Esta imperdible puesta en escena se presentará hasta el 29 de junio en el Teatro Orientación Luisa Josefina Hernández de jueves a domingo. Los boletos tienen un costo de 150 pesos y se recomienda para un público mayor a 15 años.