El legado de un escritor no solo queda plasmado en sus obras, sino también en la personalidad con que el autor atesora sus creaciones. A sus 70 años, Adolfo Castañón reúne los más de 140 títulos que ha publicado en su larga trayectoria como autor, traductor, editor e investigador, en una guía bibliográfica que da muestra de los vastos recursos literarios de una vida dedicada a las letras.
Con su obra En una nuez: guía de mis libros, Castañón confirma que es menester de los amantes de la tinta —tanto lectores como escritores— la influencia de aquellos que han marcado la pauta.
Para ello el autor recopila en su nuevo libro detalles de su andar por el mundo, sus amigos y sus letras.
—¿Cómo se siente una persona con 70 años de experiencias recopiladas en un solo libro?
—Me siento bien. Contento de haber podido lograr esta pequeña hazaña, que es una hazaña de hazañas porque contiene una guía bibliográfica de los libros que he publicado como autor, traductor, editor investigador y antólogo entre 1977 y 2022. En términos literarios es poco habitual este ejercicio. En México lo hicieron Silvio Zavala y Eduardo Matos, pero más austero.
Este libro, añade, “lo empecé a trabajar hace cuatro años, ya que hacia el futuro tengo pensado hacer una historia documental de mis libros como lo hizo Alfonso Reyes, quien para mí ha sido un maestro. Él tiene una obra llamada Historia documental de mis libros y yo pensé que para hacer algo similar antes tenía que publicar una guía de los míos”.
Alfonso Reyes, puntualiza, “habla de la ‘fórmula del caldo eterno’, que es aquel al que se le echa una cucharadita del caldo del día anterior; esa receta yo la he aplicado en mi trabajo; es así como han crecido los libros sobre Reyes, Montaigne o Steiner. Este ejercicio me permitirá, cuando tenga 80 a 90 años, hacer la Historia documental de mis libros, que además tiene un valor didáctico, ya que habla de la profesionalización del trabajo de escritor. Al final me puse como foco el estudio de mí mismo. Sin embargo, este libro no lo pude haber escrito sin la ayuda de Juan Eduardo Campo, Myrna Martínez Gómez, mi asistente Cristina Milla y Verónica Báez. Hay varios tipos de escritura y a lo largo de mis 70 años he conocido varias formas de escribir; hacerlo con lápiz en un cuaderno, en máquina, en computadora, dictando, revisando impresiones y también la hechura de libros colectivos”.
“El cuaderno, género perfecto”
Adolfo Castañón considera al cuaderno como un género literario, ya que además de utilizar computadora también escribe a mano y tiene alrededor de 100 cuadernos con escritos. Incluso lleva consigo un cuaderno de viajes con nombres de restaurantes, tipos de cambio, tarjetas de amigos, hoteles, librerías… Anotaciones de vital importancia para el desarrollo creativo.
—Cuando me preguntan qué es lo que más me gusta escribir respondo que prosa, poesía y cuadernos. En los cuadernos hay de todo: diario, crónica, aforismos, poesía, cartas y traducciones. Es un ejercicio de disciplina gustosa, de ir trabajando una y otra vez un texto.
Señala que el ánimo es un elemento importante, ya que el deseo de llevar a la práctica una traducción, un poema o una entrevista abre caminos y conversaciones.
Por cierto: el 8 de agosto, en la Librería Bonilla, se presentó un título que reúne textos de 14 autores sobre Castañón. Algunos de ellos son escritores jóvenes, entre los que se encuentran Malva Flores, David Noria, José Manuel Cuéllar, Gerardo Maldonado, Fabián Espejel, Alejandro Arras, Ana Laura Sofía y César Arístides.
—Con todos ellos he colaborado y eso es un testimonio de cómo el hacer un libro lleva a una conversación y a su vez a algo que también es muy importante: la amistad. Detrás de un buen libro hay una amistad. No tengo palabras para agradecer la generosidad del editor Juan Luis Bonilla por alojar estos libros. La escritura no es un acto individual, sino que tiene que ver con una sociedad, una familia, una política de la letra, inteligencia y conocimiento.
Carlos Monsiváis, Octavio Paz y Alfonso Reyes son algunos grandes nombres de la literatura mexicana que aparecen como referentes del también autor de El reyezuelo (1981). A diferencia de ellos, Castañón no ahonda en el ensayo político, pero no es algo ajeno a su vida, en palabras del propio autor.
—Mi padre fue profesor de Teoría del Estado y conoció a muchos políticos. Yo he estado cerca de varias publicaciones como Vuelta, Plural o Letras Libres. Para Octavio Paz la política era una dimensión de la condición humana y por tanto era necesaria. Creo que tenía razón. Es verdad que aparentemente no hago articulismo político, pero puede resultar que tenga una dimensión política en mis críticas literarias.
Acepta que “es verdad que no he incursionado por lo pronto en el tipo de ensayos que escriben Jesús Silva-Herzog Márquez, Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín”, aunque destaca que “por otra parte, el hecho de que esté en mi rinconcito de escritor casi monástico que solo se interesa en cierta política cultural tiene su valor”.
—¿Cuán importante es para usted la curiosidad de un escritor?
—La curiosidad es casi un pulso personal. La curiosidad tiene que ver con el sentido de supervivencia intelectual y del olfato. Para poder respirar se necesita olfato y eso se refleja en el interés por lo que vendrá. Los animales incluso tienen una curiosidad; es algo que tiene que ver con la inteligencia, la conciencia y el lenguaje de las emociones. Uno de mis amigos y maestros fue Carlos Monsiváis, quien fue paseante enormemente curioso y devorador de cultura; lo mismo le interesaba la política que el crimen. En su caso la curiosidad se convierte en una política y eso le permitió recorrer todos los pisos del edificio de la ciudad y la historia mexicana. Don José Luis Martínez, el historiador, gustaba de ver revistas y libros para andar curioseando. El término curiosidad es una llama que hay que cuidar para alumbrarnos en lo subterráneo.
—¿Cuál es el balance de toda una vida dedicada a los libros?
—Balance tiene que ver con equilibrio. Y una de las cosas necesarias para el ser humano, o al menos para mí a mis 70 años, es no perder el sentido del equilibrio, como la posibilidad de saber dónde termina uno y comienza el otro. Para mí es una palabra muy importante porque implica observar lo que uno tiene que hacer en cierto momento. Por eso mi consejo es que hay que vivir, pero también saber pensarse en función de lo que uno hace. Una sociedad que no piensa es una sociedad ciega.
En la vida cotidiana, concluye Castañón, “nos pasamos perdiendo cosas porque estamos distraídos. De alguna manera tenemos que cerrar las ventanas de la distracción, como decía Alejandro Rossi, para tener una vida más o menos organizada y conceptual, literaria y políticamente capaz de no dejar demasiada basura detrás de nosotros”. (Con información de Héctor González).