Podría pensarse que los dos principales participantes de un libro (autor/lector) fungen uno como productor y el otro como consumidor, pues el escritor hace todo el trabajo de escribir, crear a los personajes y narrar todos los sucesos en los que se ven involucrados, mientras que el lector se encarga de devorar la historia.
Sin embargo, este no es el único trabajo del lector, pues le compete ir descubriendo las diferentes ramificaciones de la trama, si es que las tiene, o pensar cuáles serán los propósitos de la obra, así como alimentarse de distintas opiniones que el libro en cuestión hace que surjan. De esta manera, tanto el autor como el lector son realmente agentes activos.
Roberto Abad, escritor mexicano, lleva este dinamismo a otro nivel: en El hombre crucigrama explora la literatura fantástica, los microrrelatos, la poesía y la paradoja, ofreciendo al lector la oportunidad de darle título a cada capítulo del libro.
El texto contiene muchas historias que son abrazadas por el protagonista, un hombre intelectual que recientemente fue diagnosticado con una enfermedad terminal, ante lo cual decide darse a la tarea de crear un crucigrama mientras los comensales de una cafetería lo escuchan relatar las historias que componen el libro.
Quien tiene en sus manos el texto puede elegir entre dos posibles caminos: el de apostar por el juego y llenar las casillas de un crucigrama presente en la lectura, o el de optar por que esos espacios queden en blanco.
Las historias se convierten en un juego mental para descubrir lo que esas áreas esconden y, además, para fortuna de los lectores, algunas de estas cuentan con pistas para facilitar el encuentro de las palabras.
El hombre crucigrama forma parte de la colección Hilo de Aracne, de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM.
La ilustradora es Kenia Cano, a través de dibujos hechos a mano —siguiendo así la tradición del crucigrama—, completa algunos de los relatos de la obra y se suma al juego del lenguaje.
“Me gustó mucho su trabajo. Me parece que dialoga muy bien con los cuentos, con la extrañeza de los cuentos. Siento que es otra posición sobre cómo entrar al libro a partir de una fauna inventada, en la que existen conejos, murciélagos, medusas… Las ilustraciones están hechas con tinta y papel”, dice Abad en entrevista con Vértigo.
Literatura como juego
El escritor relata cómo concibió esta novedad editorial.
—¿Qué fue primero, el crucigrama o las historias?
—Para mí lo primero era crear las historias que componen cada sección, que son historias que podemos identificar por tópicos. Trabajo mucho con tópicos, con temas que están en la literatura y me gusta reinventarlos, refrescarlos; entonces, hay historias sobre el doble, sobre Dios, sobre la creación del mundo, sobre los libros, las parejas... Es decir, todas estas burbujas que están ahí orbitando en torno del hombre crucigrama son temas que me interesan mucho, que me obsesionan incluso, y en los que estoy pensando todo el tiempo.
Agrega que “fue en una segunda etapa cuando me senté a ver cuáles me servían, cuáles tenían un sentido mucho más literario. Me di cuenta de que ya había suficiente material para generar un libro, pero no tenía todavía esta idea de comprender al libro como unidad. Si no estuviera la historia del hombre crucigrama sería un misceláneo, un libro que trata de muchas cosas cuyos hilos por momentos se unen, pero a veces toman mucha distancia. Así que me planteé darles esa unidad, generar un universo que abrazara a las otras historias; y ahí llegó la historia del hombre crucigrama. Poco a poco fue surgiendo esta idea de quitarle los títulos y que con los títulos se formara el crucigrama. Y crear nuevas reglas”.
—¿Concibe la literatura como un juego de palabras?
—Creo que el juego y la dinámica a la que te lleva la literatura están muy relacionados. El juego, en tanto que parte de nuestra infancia, se desacredita en muchos sentidos cuando en realidad lo que hacemos como lectores todo el tiempo está muy cercano al juego. Sentimos un placer genuino al dialogar con las páginas, con los personajes; nos identificamos con ellos y es un poco lo que hacemos cuando jugamos alguna cosa: ocupas un rol que no te pertenece, pero que en ese momento lo haces tuyo. Eso es la literatura.
Puntualiza que “está difícil escribir así, porque la literatura se sostiene en el desdoblamiento, en llevar al autor, a la autora, y por supuesto a los lectores, a ser otros. Es cierto que la literatura no solamente está hecha para entretener, para divertirnos, pero es algo elemental que nos permite reconocer otros valores y otras virtudes que tienen los libros. Siento que hay ciertas características que se relacionan con el juego y están inmersas en la lectura, que además buscamos como lectores lúdicos. Pienso en esta conexión que nos lleva a ese momento de la vida en que fuimos más nosotros mismos que en ningún otro momento, que es la infancia”.
—Su libro es un juego libre porque, si bien es un crucigrama, también se especifica que hay múltiples palabras posibles…
—Eso me parece que es un hallazgo del libro en sí mismo; yo no me lo adjudico porque es algo que descubrí después. Con cada palabra que el lector elige la historia adquiere otro sentido. Le da una temperatura totalmente distinta al texto, que lo complementa de otra manera. Y creo que eso está muy bien. Me parece que una de las virtudes que tiene El hombre crucigrama es que permite que el lector cambie de rol con el autor. Y es algo que dice por ahí uno de los cuentos. El libro parte del hecho de que el lector puede ser también el autor, puede cruzar esa otra frontera que usualmente no cruza, que usualmente está prohibida.