David Guajardo Ruz (Monterrey, 1987) es un poeta que ha sabido entrelazar en sus versos el misterio de la naturaleza, la vastedad del cosmos y la intensidad del deseo humano. La edad renaciente de las rocas, su más reciente libro, no es únicamente un compendio de 15 años de escritura sino también una bitácora íntima de su tránsito por la poesía, la memoria y la reflexión existencial.
Guajardo es, en sus propias palabras, un hombre de muchas pasiones. La poesía es una de ellas, pero no la única. Su vida está poblada de reptiles, árboles raros, acuarelas y jardines. En todos esos espacios late una misma búsqueda: la contemplación, el asombro, la huella del tiempo.
Poeta, narrador, editor y también apasionado de la biología y la conservación, Guajardo es un autor que se resiste a la linealidad. Sus libros recorren más de dos décadas: Un verde hubiera (2005); Circo de dioses (2009); La historia de un no (2011); Fuego con ascendente viento (2014); y De paso por lo que no acaba (2021), donde experimentó con haikus “mexicanizados”.
También ha colaborado en revistas y medios como Letras Libres, El Norte, Río Arga, Los Hijos de la Malinche, The Orbital y El , entre otros. Además, ha publicado la novela Alfiler (2017) y la experiencia sonora Teología de un asesinato (2024). En paralelo, cultiva un jardín de reptiles y plantas poco comunes y fundó la única Unidad de Manejo Ambiental (UMA) en México dedicada al árbol sagrado de las manitas (Chiranthodendron pentadactylon). En él conviven la poesía y la ciencia, el mito y la contemplación.
En entrevista con Vértigo, Guajardo recuerda cómo llegó la poesía a su vida: “Cuando tenía cinco o seis años mi mamá estaba embarazada de mi hermano menor, y yo me acerqué a decirle: ‘Quiero regresar a tu panza, porque de ahí puedo ver tu corazón atravesado por una espada’. Ese fue, según cuenta mi madre, mi primer poema”.
Guajardo reconoce que la semilla se plantó ahí, pero puntualiza que el despertar consciente ocurrió en la adolescencia, acompañado por los primeros enamoramientos y las lecturas de Pablo Neruda y Jaime Sabines. “Esa emoción de escribir los primeros poemas creo que nunca regresa; era como una aparición poética”, confiesa. Su abuela materna, también poeta, le leía versos y cuentos para dormir, lo que cimentó un vínculo temprano con la literatura. A ello se suma una sensibilidad mística cultivada desde niño: “Esas imágenes de ir a las iglesias, los símbolos religiosos… siempre me han acompañado”.
Temas e inquietudes
Si algo distingue a la obra de Guajardo es la presencia de animales, plantas y paisajes. En La edad renaciente de las rocas aparecen coyotes, liebres, asteroides, desiertos y mares, todos como metáforas del deseo, del tiempo o de la imposibilidad.
Este diálogo con la naturaleza no es casual: “Definitivamente mi poesía está poblada de animales, de plantas. El acercamiento a la naturaleza es un acercamiento poético. Está relacionado con la pausa, con la contemplación, con el asombro. Si vas al bosque con los pendientes del trabajo en la cabeza, no logras adentrarte en esa contemplación”, comenta.
Y su trabajo ambiental es prueba de ello. La UMA que dirige para conservar el árbol de las manitas no es un proyecto aislado de su obra, sino una extensión de esa misma sensibilidad. Así, en Guajardo conviven el poeta y el ambientalista, el lector de Borges y el cuidador de reptiles.
Publicar desde 2005 hasta 2025 implica inevitablemente una evolución en la voz poética. Guajardo lo asume con franqueza: “Uno empieza a entrar en la edad de los clichés. Creo que la esencia siempre está ahí, pero al principio las influencias son más visibles. Con el tiempo, las lecturas se vuelven etéreas, dejan de ser citas concretas y se transforman en una atmósfera. Hoy busco cómo hablar de cosas profundas sin caer en la solemnidad pretenciosa, pero tampoco en el chiste fácil”.
El destino, la memoria, las posibilidades de la vida y la naturaleza son temas que Guajardo reconoce como constantes en su obra. “Mi primer libro se llama Un verde hubiera y era una especie de contradicción, porque todas esas cosas que no somos, de alguna manera también las somos si existen en posibilidad dentro de nosotros”, afirma. “También esa tensión entre lo real y lo irreal está presente; y estas posibilidades que tenemos de querer vivir la vida lo más que se pueda, incluso la literatura, la poesía, el arte en general creo que nos ayuda a eso, a poder experimentar dentro de nosotros”.
Los poemas que componen La edad renaciente de las rocas reflejan esa tensión: en Hito fundacional, la voz del otro funda una ciudad inexistente; en Pretextos, la poesía se desnuda como excusa para hablar del deseo; en Asteroide de Damocles, el amor es amenaza inminente que nunca termina de cumplirse; en Eco, la voz ausente resuena para siempre.
Este nuevo libro, explica el poeta, no es una antología ni una bitácora, sino un compendio de poemas escritos a lo largo de 15 años, “una constelación de materiales” que dialogan más allá de su contexto original. “La memoria no es lineal y este libro refleja eso: es un trabajo de imaginación, como pueden ser las constelaciones en las estrellas”.
Sobre los títulos de sus obras Guajardo reflexiona: “Normalmente tanto los libros como los títulos que he manejado siempre provienen de mucha reflexión. A excepción de este, que proviene de un verso que me llegó sin tanto filtro. Me marcó y de alguna manera logra explicar el libro”.
El arte en general, dice el poeta, “nos ayuda a poder experimentar dentro de nosotros. A ponernos en los pies de otras vidas, otras emociones, otros sentimientos”. Y es en ese expandir la experiencia de lo humano que David Guajardo sigue fundando ciudades invisibles, edades nuevas para las rocas, memorias que se niegan al olvido.