La relación de Patricia Rosas Lopátegui con Elena Garro se remonta a 1976, cuando la también investigadora de la Universidad Autónoma de Nuevo León leyó Los recuerdos del porvenir. Desde entonces la escritora le ha interesado como personaje y artista.
Producto de su curiosidad son los libros El asesinato de Elena Garro y el recién publicado en dos tomos Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (Gedisa).
Para Rosas Lopátegui la narradora y dramaturga poblana es la mejor escritora mexicana del siglo XX, solo que a su legado lo opaca una leyenda negra que tiene su origen en la cumbre del poder cultural y político de México, así como en el discurso patriarcal.
Pese a ello la investigadora sostiene que desde 2016, cuando se conmemoró su centenario, comenzó una revaloración de su trabajo. “Es importante decir que su obra cada vez se lee más; sin embargo falta recuperar al personaje”.
Autora de más de una veintena de piezas entre novela, cuento y teatro, Garro fue una mujer rebelde y polémica que aún tiene mucho que decir a los lectores más jóvenes. “Su literatura tiene una enorme línea feminista y de perspectiva de género”.
Después de más de 40 años de estudiar su figura y trascendencia reconoce que no ha sido fácil reconstruir al personaje. “Hay una resistencia orgánica a despojarla de los prejuicios”, dice.
Argumenta que las dos grandes causas del menosprecio intelectual hacia la escritora tienen su origen en su conflictiva relación con Octavio Paz y su presunta injerencia en el movimiento estudiantil de 1968. “A nadie le conviene desdecir la farsa ya que ella en su momento se opuso a un sistema dictatorial y autoritario como era el PRI”.
Recuerda que Elena Garro luchó por la democracia y la justicia social. “Era enemiga de los funcionarios, de los terratenientes, de los intelectuales a quienes llamaba revolucionarios de café, porque no hacían una crítica real al sistema”. Incluso en varias de las entrevistas reunidas en ambos tomos se refiere a sus colegas como escribanos. “No sentía que tuviera que complacer a nadie”.
Alguien más con quien se le asoció ocasionándole más de un conflicto fue el político priista Carlos A. Madrazo. “El gobierno quería eliminarlos. Madrazo pretendió reestructurar y democratizar al PRI y cuando vio que no podía hacerlo fundó el proyecto Patria Nueva, al que se sumó Elena Garro. Los dos fueron chivos expiatorios”.
En el primer tomo de Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos se reúnen por primera vez las acusaciones de Sócrates Campos Lemus contra Madrazo y Garro.
Entre quienes orquestaron el complot estuvieron Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y Fernando Gutiérrez Barrios. Los cuestionamientos a sus compañeros de oficio debilitaron a la propia escritora. “Nunca se comprometió con ningún partido hasta que acompañó a Madrazo. Era una mujer de pensamiento libre y el statu quo no le perdona que los pusiera en evidencia. Incluso Juan Rulfo, en una entrevista con Carlos Landeros, se ríe de ella y le dice: ‘A Elena Garro hay que decirle que no nos venga a ayudar porque sale peor’”.
El otro motivo de la campaña en su contra es Octavio Paz. “Quitarle las etiquetas de loca o rara no será sencillo mientras la cultura mexicana siga siendo manejada por los herederos de Paz”.
Garro, la feminista
Patricia Rosas Lopátegui no niega que la autora de La casa junto al río fuera ingenua y naif. Detalla que René Avilés Fabila, Gustavo Sainz y Emmanuel Carballo le advirtieron que se estaba pasando de la raya. “No midió las consecuencias de su activismo”.
Elena Garro, añade la académica, fue víctima del sistema patriarcal. “Es increíble que incluso mujeres como Elena Poniatowska se sumen a ese discurso, machista y misógino, que busca desacreditar a una mujer, que en este caso es Elena Garro. Al no ser una escritora convencional, lo más fácil es etiquetarla como alguien difícil, rara, polémica y loca. No se doblegó ni en los momentos de mayor control de Octavio Paz”.
En este sentido Rosas Lopátegui resalta a la narradora como un mujer valiente que se atrevió a denunciar la violencia y la desigualdad de género. “Las feministas mexicanas deberían reconocerla como una figura icónica y transgresora dentro de la literatura, pero también desde el periodismo. En 1941 publicó un reportaje que la llevó a entrar al penal de mujeres menores de edad como periodista encubierta a fin de descubrir los horrores que ahí se cometían. Publicó el texto en la revista Así y destituyeron a la directora del penal”.
Concluye que es incomprensible cómo las nuevas generaciones no la han convertido en su bandera. “Es el máximo icono de la irreverencia y transgresión sin concesiones al poder”.