El dilema de la inteligencia

Pocos se han dedicado tanto a escudriñar la mente humana, como José Antonio Marina (España, 1939).

José Antonio Marina.
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Pocos se han dedicado tanto a escudriñar la mente humana, como José Antonio Marina (España, 1939): a lo largo de varias décadas, el filósofo y pedagogo ibérico ha reflexionado sobre la inteligencia humana y sus investigaciones le permitieron ganar premios como el Anagrama de Ensayo y el Nacional de Ensayo.

Hoy, sus títulos Teoría de la inteligencia creadora, Ética para náufragos, La inteligencia fracasada y Anatomía del miedo son clásicos del pensamiento contemporáneo en castellano.

Actualmente, el intelectual se encuentra en un proyecto más ambicioso: traducir sus ideas a un lenguaje más accesible. Es por ello que, cobijado por el sello Ariel, desde 2012 emprendió la publicación de su Universidad para Padres que incluye las obras La educación del talento, El cerebro infantil. La gran oportunidad, Los secretos de la motivación y el recientemente publicado La inteligencia ejecutiva.

—Lleva varios años dedicando su trabajo al estudio de la inteligencia. ¿Por qué?

—Es el gran tema de la Filosofía. Necesitamos conocer sus límites, sus posibilidades; qué habilidades se pueden adquirir; qué papel juegan la genética y la educación. En este momento tenemos realmente la posibilidad de cambiar la evolución y necesitamos saber con claridad hacia dónde queremos ir.

—¿Qué tanto nos hemos ocupado en su estudio?

—Estamos dando un salto de gigante en la comprensión de muchos de sus mecanismos, pero nos están viniendo desde la neurología; por lo mismo, se aplican en el terreno clínico pero no en la educación. Por eso me he ocupado recientemente en traducir el complejo mundo de los conocimientos sobre el cerebro a un lenguaje comprensible para el ciudadano en general. Le pongo un ejemplo: la neurociencia descubre que nuestro cerebro tiene una plasticidad o capacidad de recuperación mayor a la que creemos; sin embargo, no la aprovechamos; ahora sabemos que siempre se puede aprender; incluso se ha visto que personas en fase terminal pueden seguir aprendiendo. El talento no está al principio, sino al final de la educación. Un niño sano tiene unas posibilidades extraordinarias de desarrollarse, lo que nos debe interesar ahora es aprender a acompañarlo para que explote su capacidad.

—De ahí el origen de esta colección didáctica…

—Hace cinco años puse en marcha una universidad on line para padres, porque me di cuenta de que estaban muy confusos a la hora de realizar sus funciones educativas. Para dar a conocer el fundamento teórico de todas estas cosas, empecé a publicar una colección de libros llamada Biblioteca UP. Durante mucho tiempo pensamos que la función de la inteligencia era conocer; hace 20 años apareció la idea de que también debía ser emocional. Ahora tenemos la clave de todo: una parte del cerebro funge como director de orquesta de todo lo demás, se encarga de poner en funcionamiento la inteligencia cognitiva, de aprovechar las emociones, de dar órdenes.

Inteligencia ejecutiva

A esta facultad, José Antonio Marina la llama inteligencia ejecutiva, misma que se debe aprender a educar. Fenómenos como el déficit de atención o hiperactividad se pueden contrarrestar a través del aprendizaje, asegura el académico. “Los maestros se quejan de que los niños están desmotivados o de que no aguantan el esfuerzo, estas son también funciones de la inteligencia ejecutiva”.

—¿La noción que tenemos sobre la inteligencia es sobreestimada? Al hablar de la importancia de una inteligencia ejecutiva es porque no basta la inteligencia…

—Exacto. Una cosa es la inteligencia que en teoría tenemos, digamos la que miden los test, y otra cosa cómo la usamos. Un alumno de 18 años tenía un IQ de 135, era casi un superdotado; además, sacaba buenas notas. Le gustó mandar y se hizo jefe de un grupo de chicos de su barrio, todos menos inteligentes que él y marginados del sistema educativo; empezó a inducirlos para que cometieran pequeños hurtos. Al año siguiente ya no fue a la preparatoria; se metió en negocios de enervantes y en este momento está en la cárcel. El uso de su inteligencia fue muy estúpido; es decir, hay que saber usarla. No basta con tenerla. De ahí la importancia de la inteligencia ejecutiva, pues tiene criterios de evaluación; por eso al final la neurología se acerca a la ética.

—Sin embargo, estos criterios son producto de una cuestión moral y de valores. La cultura se tiene como un valor, pero una persona culta no necesariamente es buena persona.

—Justo ese es uno de los escándalos de la cultura. Por eso a esta nueva teoría de la inteligencia la relacionamos con la ética. Suelo decir, para escandalizar a mis colegas, que la gran creación de la inteligencia no es el arte, la economía, la ciencia o la técnica, sino la bondad. Me miran como si estuviera loco, pero su función es resolver problemas. Cuanto más profundos, complicados, difíciles y universales sean, mayor cantidad de inteligencia hay que demostrar. Los dos problemas más difíciles son los que afectan a la felicidad de cada uno de nosotros y a la convivencia. La inteligencia puesta a resolver estos problemas es lo que llamamos ética y la realización de esas soluciones es la bondad. Las otras cosas son secundarias, casi lujos. El hecho de que durante mucho tiempo se haya insistido en que la obra más grande de la inteligencia es la ciencia, ha hecho que nuestro mundo progrese científicamente pero siga estancado en cuestiones fundamentales. Seguimos siendo tan violentos e injustos como hemos sido siempre.

—Esta inteligencia a la que se refiere tiene mucha relación con lo emocional.

—Sí. Las emociones nos permiten percibir lo que debe dirigir nuestra acción y ver algunos valores que nos gustaría a todos tener; es decir, que forman parte de un modelo ideal. A todos nos parece que la igualdad es buena, queremos libertad, etcétera. La inteligencia es la facultad que nos debe decir cómo ponerlos en práctica. Es entonces cuando se da la unión entre las emociones, la capacidad de razonamiento y la inteligencia ejecutiva.

Aplicar el conocimiento

José Antonio Marina advierte que la evolución de la tecnología ha puesto en jaque al sistema educativo. “Nuestros alumnos empiezan a pensar que para qué van a aprender una cosa que pueden encontrar en internet”.

Añade que el jugo que se le pueda sacar a la red depende de la inteligencia y el conocimiento de quien está delante de la pantalla.

—¿Se es más inteligente por ser práctico? Pongo un ejemplo: con saber buscar en internet puedo conseguir respuestas a determinadas cosas. ¿Eso me hace inteligente?

—Ese es un grave problema que estamos teniendo en educación. Si mis alumnos tienen dificultades lectoras es porque no comprenden lo que leen. Debemos formar la inteligencia de quien está frente a la pantalla; es algo en lo que hay que insistir por higiene política. Como se extienda la idea de que en internet está todo y no hace falta aprender nada, nos convertiremos en siervos sin capacidad crítica ni de reacción. Es importante que los alumnos sepan que es su memoria la verdaderamente creadora y que el razonamiento crítico es lo que puede salvarles de cualquier tipo de tiranía y adoctrinamiento. Es urgente emitir este mensaje, porque hay demasiadas personas interesadas en transmitir la idea de que internet es la solución de todo.

—¿Los padres y los sistemas educativos están haciendo la tarea en este sentido?

—Hay diferentes resultados. En Inglaterra se apostó por incluir los ordenadores desde las escuelas primarias y últimamente están siendo más cautos, porque descubrieron que introducirlos demasiado pronto producía complicaciones respecto de la forma de gestionar el cerebro. Recordemos que estamos en un nuevo sistema de comunicación. Nuestros hijos están constantemente en comunicación con otros, pero es un tipo de contacto a través de mensajes muy cortos, con lo cual se está perdiendo la capacidad de comprender mensajes largos, cuestión que produce que les cueste trabajo leer libros. Aunque por otro lado están desarrollando una gran habilidad para las multitareas, escuchan música, chatean y hacen la tarea al mismo tiempo. Es decir, tienen mucha capacidad para relacionar información presente, pero el canal que lleva esa información a la memoria de largo plazo sigue siendo muy estrecho. En pocas palabras: nuestros chicos manejan bien la información, pero recuerdan muy poco de lo que han manejado. Eso produce problemas educativos y es un campo de investigación que tenemos que seguir.

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