‘José Revueltas era diferente a todos’

“Revueltas se hizo escritor sobre la marcha. Fue un gran lector y un autor autodidacta”.

José Revueltas
Ilustración: Especial

Ignacio Trejo conoció a José Revueltas gracias a Gustavo Sainz, quien lo llevó a su clase en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. “Era un hombre pequeño, delgado… parecía más viejo de lo que era”, recuerda.

Poco después el narrador duranguense le regaló una edición de autor de Los muros de agua. “Me llamaba la atención cómo podía caber tanto conocimiento en una figurita”, comenta Trejo Fuentes.

—¿Qué tipo de escritor fue José Revueltas?

—Revueltas se hizo escritor sobre la marcha. Fue un gran lector y un autor autodidacta. Como Rulfo encontró en la vida su escuela, tenía muchas cosas que contar y lo hizo bien; no le faltaron excesos pero, ¿quién no los tiene? Ha sido uno de los mayores exponentes de la literatura mexicana moderna.

—Cuándo habla de excesos ¿a qué se refiere?

—A excesos retóricos, sobre todo. En su novela Los errores cae en soliloquios demasiado largos, parrafadas de tipo filosófico y político que se podrían reducir. Me gusta más Revueltas como cuentista porque va al grano, expone con claridad la exploración interna. En sus primeros libros pienso en Los muros de agua, abundaba la indefinición de sus personajes; fue un rasgo que corrigió en sus títulos subsecuentes.

—Era un autor muy respetuoso de la tradición oral y el habla en los personajes…

—Sí. En Los errores, por ejemplo, cada quien habla como le corresponde. Revueltas proviene de un pueblo y en los pueblos la tradición oral es muy importante. Quizá por eso abrevó de ello. Supo captar la sustancia de los diálogos. Mientras que Rulfo poetizó el habla, Revueltas fue más textual. Lo que más me llama la atención de su obra es el corset donde estaba encerrado: sus ideas comunistas y marxistas, su religiosidad, aunque no era creyente. Siempre tuvo esa ambigüedad. Por eso sus conflictos con el Partido Comunista de México.

Paralelismos

—¿Esta dualidad la expresaba como un conflicto?

—En su literatura figura como una angustia. Hay ciertos paralelismos entre él y Dostoievsky. Ambos estuvieron en la cárcel, ambos tuvieron ideas avanzadas para su país, sus demonios son similares. No sé qué tanto leyó al escritor ruso pero comparten el interés por la maldad, el crimen, la injusticia, así como también el aliento de cooperar en lo social a través de su literatura. La presencia de la muerte fue otro de los grandes temas de Revueltas. La mira como una vía de escape, no como un castigo. Sus personajes casi siempre mueren en aras de fugarse de la cárcel, otra de sus grandes obsesiones.

—¿Su militancia política demerita su literatura?

—No, son elementos indisolubles. El problema de la literatura política es que se deja arrebatar por los ideales y descuida la forma. Quienes no encuentran un balance se vuelven panfletarios. Revueltas cuidó mucho la estética. Se dice que fue un gran seguidor de las técnicas de Faulkner. Conocía la técnica y la estrategia literaria, por eso su ideología no empaña su literatura. Dentro de la literatura mexicana pocos lo han conseguido. Acaso otros casos son Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos.

—Otro de sus rasgos es la capacidad para desmarcarse de la literatura de la Revolución Mexicana.

—Esto es fundamental para entender su literatura. No se montó al tren del caballito y los balazos. Abordó los problemas políticos desde otra perspectiva. Antes de la Revolución los lectores mexicanos estaban saturados del indigenismo; después entraron en juego otros conflictos, pero también se saturó. Revueltas era como una isla porque era diferente a todos.

Maestro

—Para la generación de La onda se convirtió en una figura tutelar…

—Sin duda, sobre todo para José Agustín. Durante los sesentas la literatura mexicana se podía dividir en tres sectores: los autores de La onda; los estetas con gente como Salvador Elizondo y Fernando del Paso a la cabeza, y los novelistas políticos, como Gerardo de la Torre o Luis Carrión. Sin embargo todos los jóvenes de la época leyeron a Revueltas.

—¿Qué descubrieron en Revueltas?

—Sus técnicas. Si bien la novela que rompe con todo es Al filo del agua, de Agustín Yáñez, les llamaba su atención la forma, el uso de los diferentes puntos de vista. No contaba historias lineales.

—¿De qué manera dialogó con Rulfo o Arreola?

—Literariamente hay paralelismos. Los tres se preocupaban por encontrar nuevas formas de contar. Rulfo no se parece a ninguno de sus antecesores, era silencioso, le gustaba la fotografía. Arreola vivía en el limbo, pensando en mujeres, en literatura francesa, digamos que era un esnob. Revueltas en cambio andaba en otras broncas, participaba en la política abiertamente, por eso se la pasó en el bote. Los tres fueron grandes escritores y sobre todo maestros de un montón de gente.

—En el caso de su generación, ¿qué supuso la figura de Revueltas?

—La mayoría de nosotros teníamos admiración por Cuba y el socialismo. En lo personal nunca me dejé seducir por la Revolución Cubana o el marxismo; sin embargo, Revueltas influyó a gente como Agustín Ramos. Alrededor del 68 se generaron muchas falsedades. Ahora resulta que muchos de los escritores mexicanos estuvieron ahí y la realidad es que no. Surgieron al menos 50 novelas a partir del movimiento estudiantil. Y la verdad es que no se puede hablar de una literatura política mexicana sin Revueltas.

—¿Actualmente es leído José Revueltas?

—Sí, es leído. Con el tiempo ha conquistado lectores. Lo veo en mis alumnos: les doy un texto y piden más. Su pensamiento filosófico es muy importante. La existencia o no existencia de Dios, la injusticia, la fragilidad del ser humano, la miseria...

—¿Un lector neófito por dónde le puede entrar a Revueltas?

—Por sus cuentos. Material de los sueños, tal vez. Entre sus novelas se podría empezar por El apando, aunque es difícil agarrarle desde el principio.

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