PRIORITARIO, EL CONTROL DEL ENDEUDAMIENTO: BM Y FMI

Se plantea la necesidad de otorgar moratorias de pago a países gravemente sobreendeudados para enfrentar la emergencia de coronavirus.

Claudia Ivett García
Finanzas
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Al Fondo Monetario Internacional (FMI) le preocupa el nivel de endeudamiento que dejará la pandemia en todas las economías, sin distinción de si son más o menos desarrolladas o industrializadas; en cambio al Banco Mundial (BM) le concierne el incremento en los niveles de pobreza y de desigualdad resultante del golpe de la urgencia sanitaria en la micro y en la macroeconomía.

Diversas estimaciones del BM anticipan que la pandemia desatada en marzo del año pasado provoca un incremento de nuevos pobres que oscila entre los 119 y 124 millones de personas a nivel global.

El organismo con sede en Washington y que dirige David Malpass esgrime que los desafíos en capital humano, niveles de pobreza, déficit de empleos y demanda de productos serán mucho más acuciosos no solo durante la pandemia sino también en esa nueva realidad que dejará la pospandemia.

Todavía no se ven del todo en la superficie los daños que provoca la crisis del coronavirus, no salen a flote aún todos los escollos, porque los organismos internacionales acreedores sueltan crédito y financiamiento sin miramientos a casi todos los países que se acercan en busca de oxígeno inminente para no declararse insolventes.

La Asociación Internacional de Fomento (AIF) acepta que redobló esfuerzos al financiar a 74 países con 82 mil millones de dólares; sobre todo son economías africanas, latinoamericanas y caribeñas.

Sin las ayudas a América Latina y el Caribe en la región se habrían incrementado en entre 20 y 30 millones el número de nuevos pobres y por el momento se logra contener ese riesgo.

El FMI, también con sede en Washington y que dirige Kristalina Georgieva, enfoca sus análisis hacia los crecientes niveles de endeudamiento que quedarán como resultado de los empréstitos, fondos de ayuda, apalancamientos de emergencia y préstamos sin miramientos que todos los organismos ceden para evitar que el mundo colapse con las cadenas productivas interrumpidas por los confinamientos decretados en varias naciones.

Si antes de la pandemia diversos países industrializados y otros en desarrollo ya tenían sus niveles de endeudamiento interno en un semáforo en rojo, el mundo pospandemia tendrá niveles inusitados de endeudamiento, para el que habrá que crear una salida efectiva.

El FMI avizora un nuevo ciclo de presiones de la deuda externa e interna sobre el PIB, pero también niveles de déficit que terminarían por socavar la capacidad de ahorro interno.

Como resultado habría un mundo asfixiado por no poder pagar ni lo que se debe hacia afuera ni lo que se gasta hacia adentro; a las puertas del organismo tocaron ya 80 naciones solicitantes de financiamiento urgente, según reconoce el propio ente acreedor.

Hasta Irán, que tenía décadas sin acercarse a pedir un crédito, se ha visto abocado a solicitar de urgencia cinco mil millones de dólares y Venezuela lo ha intentado varias veces de manera infructuosa ante la negativa de concederle dinero al régimen de Nicolás Maduro, hoy dispuesto a cambiar petróleo por vacunas ante la falta de liquidez.

La estrategia pasa por lo mismo conocido de siempre, la receta de toda la vida cuando una economía queda cimbrada y hay que evitar su quiebra: préstamos, subsidios, ayudas, rescates con programas de reformas incluidos y en muchos casos alza de impuestos.

Sufre la microeconomía pero también lo hace la macroeconomía. La pandemia de SARS-CoV-2 crea la tormenta perfecta poniendo a los gobernantes y a las autoridades sanitarias ante el dilema de la bolsa o la vida.

El FMI cuenta con 50 mil millones de dólares por medio de sus servicios financieros de emergencia para países de bajos ingresos y mercados emergentes atenazados por el coronavirus.

También está disponible la Línea de Crédito Flexible (LCF), creada desde marzo de 2009 como un mecanismo para prevenir crisis. Los desembolsos “no se hacen en fases ni se condicionan al cumplimiento de metas de política económica”, como acontece en los programas de toda la vida del FMI.

La pobreza y la deuda son espectros de un mismo mal: una crisis económica que esta vez provoca un shock distinto al de otras ocasiones y nada tiene que ver con una crisis del petróleo, de la deuda, de la inflación, cambiaria y/o con fuga de capitales, de la banca, de la bolsa… ni ha sido en general financiera.

Lo que actualmente se discute son los mecanismos de salida de la crisis económica y cómo enfrentar las nuevas distorsiones en el renglón de los niveles de endeudamiento, en los niveles de pobreza, en los niveles de desempleo y en los niveles de precariedad.

En el intercambio virtual de análisis entre el BM y el FMI en la Reunión de Primavera 2021 (del 5 al 11 de abril) participarán ministros de Finanzas y de Economía, titulares de organismos internacionales y directores de bancos centrales.

Quitar deuda

Lo primero, señala Georgieva, es frenar la fuga de capitales producto de la desconfianza y la incertidumbre por el horizonte temporal de la pandemia. Hasta diciembre del año pasado habían salido 83 mil millones de dólares de los mercados emergentes, una cifra histórica de capitales.

Esa es también una forma de minar la liquidez en las economías tradicionalmente golpeadas ante el más mínimo indicio de que algo anda mal; y se convierte en un círculo vicioso que siempre termina con más endeudamiento.

Georgieva viene planteando sobre la mesa la necesidad de dar moratorias de pago a naciones gravemente sobreendeudadas para enfrentar la emergencia del coronavirus.

El nivel de deuda global superará 100% del PIB mundial. La directora gerente del FMI cree necesario desarrollar paquetes de reestructuración, moratorias, quitas y hasta condonaciones y pagos más flexibles para que los países puedan salir más desahogados de la actual crisis económica.

El año pasado el G-20 acordó la suspensión durante seis meses del cobro de deuda a países en desarrollo. En junio próximo terminará el plazo y no parece que las 43 naciones beneficiadas estén en mejor posición de pagar, aunque momentáneamente se les hayan congelado amortizaciones de cinco mil 700 millones de dólares.

Hoy para el FMI es su principal bandera de preocupación rumbo a su encuentro de primavera: quiere buscar entre los ministros presentes de todas partes del mundo un mecanismo que evite la repetición de los errores del pasado en el manejo de los endeudamientos, que terminan convertidos en pesadas anclas imposibles de quitarse de encima.

A juicio de Adolfo Barajas y Fabio Natalucci, analistas del organismo acreedor, la cuestión es cómo evitar que la nueva recuperación “corra peligro” y al mismo tiempo suceda una acumulación excesiva de apalancamiento.

“El apalancamiento, la capacidad de endeudamiento, es un arma de doble filo. Puede estimular el crecimiento económico porque permite a las empresas invertir en maquinaria para ampliar la escala de producción o a las personas comprar casas y automóviles o invertir en educación. Durante una crisis económica puede desempeñar un papel especialmente importante al tender un puente hacia la recuperación”, esgrimen Barajas y Natalucci.

Señalan en su análisis Enfrentar los peligros de un apalancamiento creciente que el apalancamiento puede medirse como “la relación entre el stock de deuda y el PIB” y ello permite un panorama de las condiciones en las que se encuentra una economía para hacer frente al servicio de su deuda.

“En el periodo 2010-2019 el apalancamiento a escala mundial subió de 138 a 152% y el de las empresas alcanzó un máximo histórico de 91% del PIB. Las condiciones financieras laxas del periodo posterior a la crisis financiera mundial de 2008 a 2009 fueron un determinante clave del aumento del apalancamiento”, explican.

¿Qué tanto ha empeorado esta relación? Barajas y Natalucci argumentan que mucho: “Tanto en las economías avanzadas como en los mercados emergentes el endeudamiento se incrementó aún más como consecuencia de las políticas de respaldo desplegadas en respuesta al shock de la pandemia; además la contracción del producto que sufrieron muchos países contribuyó al alza de la relación deuda-PIB y el apalancamiento de las empresas aumentó once puntos porcentuales del PIB hasta el tercer trimestre de 2020”.

En la Unión Europea (UE) también crece la presión para que el Banco Central Europeo (BCE) perdone o termine liquidando las deudas contraídas por varias naciones del club europeo, como España, Italia, Grecia, Francia, Polonia y Portugal, entre otros.

Durante solo ocho meses del año pasado el BCE dio en préstamo 710 mil millones de dólares por motivos de la pandemia. No son pocos los grupos de economistas y de asesores del Consejo Europeo que sugieren que no se exija la devolución de estos empréstitos, con el argumento de que tantas deudas contraídas de forma inminente terminarán lastrando al PIB a mediano plazo.

Restaurar la confianza

En cambio el Banco Mundial llega a la Reunión de Primavera con un discurso a favor de la vuelta al crecimiento gracias a una recuperación verde, inclusiva y resiliente.

Su dirigente, David Malpass, recientemente dio a conocer una mejor estimación del PIB para América Latina, elevando su previsión de crecimiento a 4.4 por ciento.

Durante una participación en la London School of Economics, previa a la reunión bianual con el FMI, Malpass aprovechó el escenario para adelantar lo que será su postura junto con la del Fondo en aras de presionar para que no se asfixie con el pago de las deudas sobre todo a las naciones con ingresos más bajos.

“La historia nos enseña que los países que no tienen ingresos suficientes para hacer frente a sus deudas no crecen y no logran reducciones significativas de sus niveles de pobreza”, según el directivo del BM.

Lo que se pretende ahora es un gran esfuerzo global en el que participen todos los acreedores, ya sean organismos, instituciones o bien países, pero que se haga algo realmente efectivo en los niveles de endeudamiento y de forma conjunta entre el G-20 y el G-7.

En la visión de Malpass sin una gran coordinación en la materia será muy complicado nulificar los efectos negativos que dejará la pandemia hacia el largo plazo.

“Hablamos de medidas que tengan un costo fiscal limitado, como mejorar la gobernanza y el clima para los negocios, fortalecer la eficacia del gasto en capital humano y físico, y fomentar la flexibilidad económica. Un esfuerzo extenso de un gran número de países para aumentar la inversión y la educación y reducir la brecha entre las tasas de participación laboral masculina y femenina podría revertir los impactos adversos de la pandemia en el potencial de crecimiento”, indica.

Igualmente el Banco Mundial se posiciona en el mismo sentido que la Comisión Europea en una convergencia a favor de salir de la crisis con una economía verde y más resiliente.

Para ello será necesario, agrega Malpass, priorizar la inversión en proyectos de infraestructura ecológica y que sean “ambientalmente sostenibles”, de tal forma que por un lado se detone a la economía y se creen nuevas oportunidades laborales; y por otro, coexista una armonía con los compromisos del cambio climático.

¿Y qué hay de la resiliencia? Desde el punto de vista del Banco Mundial se debe aprender de las lecciones actuales para prevenir el golpe de los shocks futuros y estar en mejor posición de tener una respuesta más asertiva.

Por lo pronto, primero hay que salir de la actual crisis con los menores daños posibles.

Los más perjudicados

La Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco Mundial advierte que la pandemia agrava las condiciones de desigualdad existentes en muchos países pobres.

Todos recurren a un socorro financiero de urgencia, no solo para evitar el colapso financiero del Estado sino también para hacer frente a la compra de millones de vacunas antiCovid.

El informe Perspectivas de la economía mundial, del FMI, señala que para finales de 2021 las necesidades de financiamiento externo de muchas naciones pobres y clientes de la AIF habrán aumentado hasta llegar a 3% del PIB con un monto de 67 mil millones de dólares, superando todo lo que se ha financiado en los últimos cinco años.

También pone el foco en las constantes alertas de la ONU y del Programa Mundial de Alimentos (PMA) que advierten sobre la gestación de una crisis alimentaria en zonas de riesgo como Afganistán, Burkina Faso, la República Democrática del Congo, Etiopía, Haití, Níger, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Yemen y Zimbabue. Se trata de casi 20 millones de personas en riesgo.

El dilema de pagar las deudas y desatender las necesidades de la población por no tener dinero para hacer frente a todo atenaza a varios países.