Por Claudia Ivett García
Para descifrar lo que sucede en Morena debemos ir más allá de la reciente decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación de reconocer a Alfonso Ramírez Cuéllar como presidente interino del partido que mantiene la hegemonía del poder político federal y local en este país.
Durante meses hemos sido testigos de los jaloneos ideológicos entre Yeidckol Polevnsky y Bertha Luján, principalmente. Sin embargo resulta inminente entender que lo que sucede actualmente al interior de Morena está estableciendo precedentes que determinarán el actuar de los dirigentes y militantes durante las etapas deconsolidación partidista que tendrán lugar los próximos años.
Recordemos que lo que en 2011 empezó como un movimiento político y social impulsado por el ahora presidente de México alcanzó hace solo un lustro su registro como partido político nacional ante el INE, en 2014. Esto importa ya que a diferencia de partidos políticos añejos como el PRI o el PAN hoy Morena tiene prácticamente a manera de cuaderno en blanco la oportunidad de establecer procesos internos innovadores que den prioridad a la transparencia que tantas veces ha defendido desde trincheras gubernamentales y legislativas.
Este desacuerdo añejo entre la actual cúpula morenista tiene un origen que data de tiempos ancestrales que preceden incluso a la formación y registro de este partido político.
Debemos remontarnos a la vocación tribal de los partidos de izquierda en México, reflejada por supuesto en la cantera del Partido de la Revolución Democrática, de la que emanaron muchos de los liderazgos que hoy buscan el capital político en las filas de Morena.
La pregunta es: ¿logrará Morena diferenciarse de la sectorización ideológica y de las fracturas internas que durante décadas han caracterizado a la izquierda en México? Diferir sin fracturar, debatir sin abandonar las negociaciones internas y acudir a los tribunales especializados.
La Sala Superior del TEPJF les ofreció una salida limpia, validándoles una ruta democrática que sin duda es de corta vigencia. Cuatro meses deberán ser suficientes para que Alfonso Ramírez Cuéllar, ahora presidente interino del Comité Ejecutivo Nacional, sea capaz de renovar al partido y activar sus órganos de dirección. ¿Se irá más allá de la obviedad?
Riesgo
También es importante señalar la coyuntura que le da a todo este proceso el sentido de urgencia: ¿qué les apura? Evidentemente la formación de cuadros y la operatividad de Morena a nivel municipal, estatal y federal. Más importante aún en términos del botín político es considerar que en junio de este 2020 habrá elecciones locales en Hidalgo, donde se renovarán más de 80 alcaldías, y en Coahuila, donde se renovará el Congreso local. Además el próximo año se llevará a cabo una de las elecciones más complejas de nuestro país, donde se disputarán 17 gubernaturas, la Cámara de Diputados y numerosos gobiernos municipales. Y aquí una palabra lo explica todo: “candidatos”.
Me quiero detener también en un término que es indispensable abordar: “gobernabilidad”. Algunos podrían pensar que la gobernabilidad es una característica deseable para cualquier partido político; yo creo que la gobernabilidad al interior de un partido político es indispensable para que este cumpla su objetivo supremo, que es abonar a la democracia nacional. Ningún partido puede ser farol de la democracia y oscuridad de sus instancias internas.
Es cierto que actualmente el sistema de partidos en México está desgastado ante la sociedad y que un partido joven como Morena ostenta la favorable realidad de una oposición diluida. Sin embargo no puede confiarse ante un México que es políticamente volátil, tal como lo han demostrado las urnas en las últimas dos décadas.
Para Morena es momento de actuar y solamente se vislumbran dos vías posibles. La primera es demostrar que pueden ponerse de acuerdo y ejercer la democracia interna, respetando y haciendo respetar el principio de autodeterminación. Es optar por resolver sus controversias de manera ordenada y transparente. La segunda opción es continuar por la vía de la interpretación de la ley y de sus estatutos; el riesgo es que podrían minar no solo la estabilidad de su partido político sino también la de todo un proyecto de gobierno.