Ante los cortes de luz que registra la región diversas cooperativas que lideran mujeres impulsan soluciones sostenibles en comunidades rurales.
Los apagones en Quintana Roo y en buena parte del Caribe mexicano se han intensificado en las últimas semanas: miles de familias reportan cortes de electricidad que pueden repetirse hasta cinco veces al día en ciudades y prolongarse por dos o tres días en comunidades rurales.
La Comisión Federal de Electricidad (CFE) atribuye los fallos a problemas en líneas de transmisión, a la falta de capacidad en la generación interna y a la antigüedad de la infraestructura eléctrica.
“En las comunidades hay familias que nunca han tenido electricidad porque están lejos del último poste. Y para las que sí están conectadas, los apagones significan quedarse sin agua y sin comunicación. Hemos vivido cortes de hasta tres días seguidos”, explica a Vértigo Dulce Magaña, coordinadora general y representante legal de la Cooperativa Túumben Kóoben.
Causas y efectos
Recién el 26 de septiembre pasado un apagón afectó a más de 2.2 millones de usuarios en Yucatán, Campeche y Quintana Roo. La CFE informó que la causa fue una falla en trabajos de mantenimiento en líneas de transmisión, lo que provocó la desconexión de nueve centrales eléctricas.
Jesús Elías Valdés, académico e investigador en energía del Tecnológico de Monterrey, explica que la infraestructura de la península es limitada: “La región tiene solo un enlace de 400 kilovolts con el sistema interconectado nacional. Al fallar, entra en ‘modo isla’. Las unidades generadoras se desconectan para protegerse. En términos técnicos, esto se debe a la falta de inercia eléctrica: la capacidad de la red para sostenerse estable cuando una parte falla. Si no hay suficiente generación interna, no hay inercia y las plantas se desconectan para protegerse. Es como un cuerpo sin fuerza: cualquier golpe lo derriba”, dice.
Ante ello, la estrategia federal ha sido construir nuevas centrales en Mérida y Valladolid, así como reforzar el gasoducto que abastece a la región, obra que estará lista hasta 2027.
“Eso permitirá que la península funcione de forma más autónoma si hay fallas en la conexión, pero también aumenta la dependencia del gas proveniente de Estados Unidos”, advierte el investigador.
Añade que “ya hemos visto lo que pasa cuando una tormenta invernal allá obliga a cerrar la llave del gas: México queda vulnerable”.
Valdés insiste en que el camino debe ser la diversificación. “La energía solar y los sistemas de almacenamiento en baterías son una excelente alternativa. No podemos poner todos los huevos en una sola canasta. Además, generar electricidad con gas natural en la península es muy caro; la solar puede ayudar a reducir costos y a dar estabilidad en horas pico”.
La falta de electricidad afecta la vida cotidiana y la economía local. En comunidades rurales, los apagones interrumpen el bombeo de agua, la conservación de alimentos y la producción agrícola. En áreas urbanas y turísticas el comercio, restaurantes y hoteles también registran pérdidas económicas significativas. Según Valdés, la infraestructura limitada y la dependencia de un único enlace hacen que la península sea especialmente vulnerable a interrupciones prolongadas.
Energía comunitaria
En este contexto, el trabajo de la cooperativa Túumben Kóoben cobra relevancia. Fundada hace casi dos décadas por mujeres de la región maya, surgió para ofrecer alternativas energéticas y de salud a comunidades rurales. Sus primeros proyectos abordaron la eficiencia en el uso de leña mediante estufas ahorradoras, diseñadas para reducir el consumo y disminuir problemas respiratorios. Con el tiempo, la cooperativa amplió su labor hacia baños secos, sistemas de captación de agua de lluvia, agroecología y energía solar, siempre con un enfoque adaptado a la cultura local y a la realidad de cada comunidad.
“Cuando hay apagones en una comunidad, la única casa iluminada suele ser la que ya tiene paneles solares. Eso demuestra que existen alternativas reales”, señala Magaña. Los proyectos combinan capacitación comunitaria y financiamiento accesible: sistemas solares básicos de tres focos y carga de celular se entregan mediante pagos a dos años o de manera gratuita con donaciones. La cooperativa también implementa alumbrado público en calles oscuras y bombas de riego para garantizar la producción agrícola, la seguridad y el bienestar de los vecinos.
“Si no hay energía, no hay agua. Y si no hay agua, no hay producción. Todo está conectado. Por eso trabajamos en soluciones integrales que incluyen iluminación, agua y seguridad”, agrega.
La cooperativa se ha nutrido de experiencias internacionales. Magaña relata que conocieron a las “mamás solares” de India, mujeres que enseñan a instalar sistemas mediante símbolos y colores, sin depender del lenguaje escrito. Posteriormente intercambiaron conocimientos con grupos de Belice, Guatemala y Chiapas. “Aprendimos cómo la falta de luz impacta a las mujeres y cómo instalar sistemas fotovoltaicos de manera inclusiva”, indica.
Actualmente la cooperativa realiza talleres de instalación de paneles solares, focos, cargadores y bombas de agua, capacitando a familias para que puedan mantener y expandir los sistemas en sus comunidades. Los proyectos se implementan con criterios de equidad: “Nuestra misión es que las familias que viven a oscuras tengan acceso prioritario a la energía. No trabajamos para quienes ya tienen luz suficiente”, puntualiza Magaña.
Participación comunitaria
Desde su creación la cooperativa ha priorizado el liderazgo femenino. “Los cargos de liderazgo siguen siendo mayoritariamente ocupados por mujeres. Queremos visibilizar la labor femenina y garantizar que puedan decidir sobre sus necesidades energéticas”, explica Magaña.
La participación incluye a hombres, niños y jóvenes, pero con un enfoque que reconoce el papel central de las mujeres en la cocina, la colecta de leña y la gestión de recursos comunitarios.
“Nos reunimos con 80 mujeres en un encuentro regional de mamás solares. Discutimos cómo instalar sistemas, cómo resolver problemas de energía y cómo generar liderazgo en nuestras comunidades”, señala.
Los proyectos combinan formación, donación de equipos y seguimiento. Sistemas de riego, iluminación y bombas de agua se entregan según necesidad, priorizando comunidades con mayor vulnerabilidad. Cada instalación incluye capacitación práctica: los integrantes aprenden a instalar, mantener y replicar los sistemas, asegurando continuidad a largo plazo. “La formación es clave. No solo damos equipos: enseñamos a usar y mantener la energía solar. Si una familia recibe un panel y no sabe cómo cuidarlo, pierde su inversión. Queremos que las familias puedan gestionar su energía de manera autónoma”.
En la península el contexto es complejo: infraestructura limitada, apagones constantes, aumento del consumo en zonas urbanas y turísticas y dependencia de gas natural importado. Frente a esto, la cooperativa busca soluciones integrales que combinen generación distribuida, capacitación y equidad de género.
“Las comunidades deben entender que la energía es un derecho, pero también una responsabilidad. Por eso capacitamos y entregamos equipos que las familias pueden pagar o recibir por donación, siempre garantizando que el acceso sea justo y equitativo”, agrega Magaña.
La formación de capacidades, la integración familiar y la priorización del liderazgo femenino constituyen la base del modelo que la cooperativa ha desarrollado en 20 años de experiencia, consolidando un enfoque de sostenibilidad energética y social que combina innovación, equidad y resiliencia comunitaria.