CIUDADES MONSTRUO

“La velocidad en la que la ciudad se transforma siempre es mayor a la posibilidad de una planeación”.

Ciudades monstruo
Share

La falta de planeación de las ciudades ocasiona problemas de movilidad, fragmentación social y dificultades para acceder a servicios básicos.

La experiencia de la ciudad se asocia a un mejoramiento de las condiciones de vida, mejor salud, educación y empleo, más opciones de entretenimiento y cultura —la cúspide de la civilidad—; pero también al smog, el ruido y a gente malencarada que no dudará ni un segundo en aplastarte con tal de hacerse de espacio en un transporte abarrotado de otros que —al igual que tú— quieren llegar a tiempo al trabajo, a la escuela… Poco importa.

Esta tendencia a vivir en ciudades —aun cuando estén próximas al apocalipsis— va al alza. México es un país predominantemente urbano: casi 70% de su población vive en ellas, lo cual indica no solo que cada vez más personas deciden ser parte de su maquinaria, sino también que las ciudades —como manchas de tinta sobre el agua— se expanden.

Según el estudio Expansión de las ciudades de México, recién publicado por el Consejo Nacional de Población (Conapo), que exhibe el crecimiento de la superficie urbana de las 99 ciudades más pobladas del país, la superficie territorial ha crecido más que la población. En ocasiones de manera explosiva.

Toluca, por ejemplo, registró en los últimos años un crecimiento de 26.28 veces su superficie, mientras su población aumentó apenas 3.25%; o Cabo San Lucas, cuya población aumentó poco más del doble, pero su territorio lo hizo 76.38 veces más.

De seguir así, alerta el Banco Mundial, para 2030 existirán hasta 1.2 millones de km2 de nueva superficie construida.

Romper los límites administrativos se dice fácil, pero en la realidad no lo es tanto. Entre sus consecuencias más alarmantes está el aumento en el consumo del suelo, la pérdida de biodiversidad, mayor contaminación, la fractura social y económica, que aumenta la desigualdad y el incremento de los costos en infraestructura y servicios para el gobierno: ciudades que se devoran a sí mismas.

Falso culpable

Para José María Nava, académico del Departamento de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Iberoamericana, este fenómeno, que obedece a un panorama mundial, tiene que ver con las transformaciones de los modelos económicos y —menciona para Vértigo— “lo más sencillo siempre es culpar a la planeación urbana”.

Sin embargo —retomando al filósofo Jacques Derrida y al arquitecto Rem Koolhaas—, señala que “la velocidad en la que la ciudad se transforma siempre es mayor a la posibilidad de una planeación”.

Organizar una ciudad sustentable implica “atacar situaciones que involucran a distintos sectores socioeconómicos con diferentes necesidades urbanas”. De ahí el gran reto.

—¿A quién correspondería hacer esa planeación?

—Dentro de nuestros tres niveles de gobierno —el federal, el estatal y los municipales— generar la planeación corresponde al último nivel. Y aquí comienzan los conflictos, pues hay municipios que tienen los recursos para hacerlo y otros que no. La capacidad económica de cada administración dificulta establecer una estructura dinámica.

Sabemos, añade, “que hay planes de desarrollo en distintos niveles, desde el nacional hasta por alcaldías. Pero muchos de ellos se hicieron en los noventa o a principios de la década de 2000 y hoy son ya obsoletos”.

Nava puntualiza que “por más que la ley prevea que esos planes se renueven cada tres años —vuelvo al tema de la economía—, hacer un plan integral requiere una cantidad de expertos y profesionales interdisciplinarios y, en ocasiones, no hay forma de pagarlo. Y aunque se haga, toman su tiempo. Pero las necesidades humanas no saben de tiempo”.

—Si no se puede esperar a que las ciudades estén mejor planificadas, ¿qué hacer?

—Habrá que encontrar otras estrategias de planeación que sean más flexibles que las estructuras que teníamos hasta hace pocos años. Ya no basta con ceñirnos a las fronteras administrativas actuales. Pensar en municipios o estados ya no es posible. Necesitamos comenzar a planear interurbanamente, interestatalmente, intermunicipalmente.

Propone: “Consideremos a la CDMX, que no es la CDMX; es decir, esta ciudad está conectada con varios municipios, tanto del Estado de México como de Morelos, Puebla y hasta de Hidalgo. Y todos esos territorios son los que tendrían que considerarse, aunque no sean propiamente parte de ella. La pongo de ejemplo porque soy chilango, pero lo mismo sucede en Guadalajara o Monterrey”.

—Hay un sentimiento de desesperanza en los habitantes de las ciudades, como la CDMX, por la falta de planeación…

—Sé que puede resultar difícil de creer, pero la planeación de la CDMX es una de las más completas del país. Lo que pasa es que, de nuevo, muchas veces esta estructura de planeación está hipersegmentada. Todas las alcaldías cuentan con un plan de desarrollo urbano y con una estructura y un esquema distinto de implementación, pero no todas lo han podido llevar a cabo, porque no todo sucede al mismo tiempo.

El problema, señala, “es que la velocidad de evolución de nuestra planeación casi siempre es más lenta que la velocidad con que evoluciona nuestra sociedad. Entonces, ahí es donde debemos seguir trabajando arduamente para establecer estrategias más vanguardistas e innovadoras”.

Otros horizontes

—¿La redistribución de la población ya no es opción?

—Cuando menciono que se deben encontrar nuevos sistemas y dinámicas no me refiero a mover todo físicamente hablando. Lo ideal sería, a partir de nuestra situación real, encontrar fórmulas y plantear alternativas donde la población pueda desplazarse lo menos posible de su vivienda a sus fuentes de empleo, lugares de escuela o de recreo.

Hace mucho tiempo, indica, “eso se denominó acupuntura urbana: detectar zonas que estén muy desequilibradas y planificar a partir de ahí. El oriente de la CDMX podría servir de ejemplo. La mayoría de sus habitantes se desplazan al otro extremo de la ciudad en función de su trabajo. ¿Qué pasaría si empezamos a incentivar a las empresas para que inviertan en espacios de trabajo más cercanos a esa población en lugar de seguir haciendo polos de desarrollo cada vez más lejanos entre un sector y otro?”

Desde luego, explica, “habría que sacar varios permisos legales para fomentar ese tipo de inversión, entre otras cosas. Sin embargo, estas estrategias que se han hecho ya en otras ciudades no plantean un punto terminal —hasta aquí llegamos y ya estuvo—, sino que deben ir viendo dónde se requiere ese ejercicio integral de inversión, atención social y desarrollo ambiental. Es un trabajo que se va haciendo y que nunca acaba”.

—¿La construcción de un millón de viviendas abona a esa otra manera de entender la planificación de las ciudades?

—He podido participar en varias reuniones —tanto de la administración pasada como de esta— donde la intención de diversificar la fórmula de desarrollo urbano es positiva y hasta esperanzadora. Sin embargo, el anuncio de la construcción de un millón de viviendas es un anuncio político, algo que la gente quiere escuchar, pero no implica todavía una planeación. Es un objetivo, un anhelo…

Seguramente, agrega, “la doctora Claudia Sheinbaum tiene a un equipo estudiando la manera en que se implementarán estas viviendas. Estoy seguro de eso. Pero lo que pasa en la realidad, en el poco tiempo que tiene nuestra presidenta en su administración y lo que suceda en el proceso tan complejo como es construir un millón de viviendas, es otra cosa. Esa parte va a ser medular. Y ahí estamos.

×