DESARROLLO Y RESPETO AL MEDIO AMBIENTE

Samuel Rodríguez
Columnas
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El Tren Maya, al igual que todos los grandes proyectos nacionales, confronta a la sociedad en un dilema eterno entre la preservación del medio ambiente y el desarrollo de un proyecto que potenciará la economía regional y local.

Lo que está en el fondo en este caso, pero no se aprecia en su justa dimensión, es el propósito de impulsar el desarrollo del sudeste mexicano que, dicha sea la verdad, frente al resto del país registra un rezago innegable.

Como nación, aunque suene a discurso desgastado, tenemos una deuda histórica con los habitantes de esa región cuyo desarrollo económico y social no está a la par del registrado en el Bajío, centro y norte del país.

Sin duda las expectativas y nivel de vida de un habitante de la CDMX, Guadalajara, Querétaro o Monterrey son muy distintas a las de quienes residen en Campeche, Chiapas, Yucatán y Quintana Roo, con la honrosa distinción de Cancún que cuenta con una prosperidad innegable pero que por desgracia no alcanza a todo el estado.

A lo largo de la historia, como se puede constatar en los anales oficiales y periodísticos grandes proyectos como fueron en su tiempo, por ejemplo, Cancún y Bahía de Huatulco, enfrentaron críticas por sus eventuales afectaciones al medio ambiente y la modificación del entorno natural.

En su momento los Centros Integralmente Planeados, a cargo de Fonatur, se cuestionaron y encontraron oposición de parte de la población residente, que en el mediano plazo terminó por ser beneficiaria de su operación.

Hace 48 años, cuando en 1974 inició operaciones Cancún tras cuatro años de construcción, hubo críticas por parte de ambientalistas, organizaciones y población residente, como las ha habido con grandes obras como el Periférico y los ejes viales del entonces Distrito Federal y en su momento en torno de la terminal aérea de la capital del país.

El proyecto de Cancún como centro integralmente planeado, que tuvo entre otras figuras destacadas a Antonio Enríquez Savignac y Jesús Silva-Herzog Flores, en la actualidad ha superado el estigma de los daños a la naturaleza, entre otros, por contar con Xcaret y ser el antecedente de la llamada Riviera Maya.

Sano equilibrio

Pero las críticas no son privativas de un tiempo y proyecto: son parte de la historia, como las hubo en su momento incluso durante el Porfiriato con la construcción de las vías ferroviarias o las refinerías del país. Sin dejar de lado, por supuesto, el impulso por parte de la iniciativa privada de desarrollos industriales, mineros e inmobiliarios.

Se debe considerar que en el corto y mediano plazos el desarrollo de grandes proyectos como Cancún y Bahías de Huatulco favorecieron la economía local y a los residentes con la generación de empleos tanto directos como indirectos.

De la mano de esos proyectos llegó el bienestar y en consecuencia la elevación de la calidad y expectativas de vida de las familias que radicaban en la zona, quienes encontraron la posibilidad de acceder a empleos formales con prestaciones de ley y en consecuencia vivir mejor.

Los grandes proyectos van ligados a la movilidad social que permite el progreso de los individuos y familias. Junto con ellos llega el progreso y cambia la vida, sin duda alguna.

De ahí que sea necesario colocar en el fiel de la balanza, como en toda situación, los beneficios concretos y las eventuales afectaciones que traen aparejados los grandes proyectos, sean o no desarrollados por el gobierno en sus distintos niveles.

En el caso concreto del Tren Maya se cuestiona el hecho de que se derriben árboles y se afecte el entorno natural, pero no se otorga peso específico a las acciones que se desarrollan para mitigar los eventuales daños y mucho menos a los beneficios para la población.

Como en otros casos, en este por un lado se derriban árboles, pero también se siembran y se realizan otras acciones con el propósito de contribuir a la preservación del medio ambiente.

Se quiera aceptar o no, el desarrollo de grandes proyectos impacta en más de una forma en el entorno, pero no hay que perder de vista los beneficios sociales.

La gran disyuntiva es encontrar un sano equilibrio entre el desarrollo y la preservación del medio ambiente y no caer en el purismo y el extremismo, que cierran las puertas de acceso a mejores expectativas de vida.