Un golpe de Estado con sabor a democracia
A un año de asumir el gobierno egipcio, Mohamed Morsi, quien fuera el primer presidente electo democráticamente luego de 30 años de dictadura, fue destituido por el Ejército en respuesta a las protestas de cientos de miles de personas que exigían su renuncia.
Eran las nueve de la noche del miércoles 3 de julio cuando, en El Cairo, el general Abdel Fattah al-Sisi, jefe máximo de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, anunció la destitución de Mohamed Morsi como presidente de Egipto.
El militar comunicó además la suspensión de la Constitución de forma temporal, la creación de un gabinete tecnócrata para asumir las tareas del gobierno y el inicio de trabajos para celebrar elecciones y elegir a un nuevo presidente.
La medida fue la culminación del gobierno de Morsi, elegido a mediados de 2012 en las que fueron las primeras elecciones democráticas luego de 30 años de dictadura de Hosni Mubárak.
Los militares acusaron que el ahora ex mandatario, miembro de los Hermanos Musulmanes, fue incapaz de satisfacer las demandas del pueblo, que llevaba días congregado en la emblemática Plaza Tahrir de la capital egipcia y en otros puntos del país, exigiendo que se pusiera fin a lo “una inaceptable deriva islamista”.
Durante el anunció estuvieron presentes Ahmed Tayeb, jeque de la institución islámica de Al Azhar; el Papa copto, Teodoro II; el premio Nobel de la Paz, líder opositor y miembro del Frente Nacional de Salvación, Mohamed el Baradei, entre otros.
Ahí, mediante un pacto entre las fuerzas opositoras, religiosas y militares se acordó que el Ejecutivo sería encabezado de forma provisional por el presidente del Tribunal Constitucional Supremo, Adli Mansur.
Motivos
¿Qué motivó a cientos de miles de personas a lanzarse a las calles de Egipto para exigir la renuncia del ahora ex presidente Morsi?
Los analistas políticos responden que existió un sinfín de desilusiones que provocaron en los egipcios un estado de indignación de tal magnitud que los llevó a tomar las calles denunciando que, para el pueblo de Egipto, “Morsi no era digno de liderar desde el poder el proceso de transición que se abrió con las revueltas de 2011”.
Y es que en ese año como mandatario Morsi dejó como saldo de su gobierno una aguda crisis política, social y económica.
Sin embargo, el origen de esta crisis va más allá de un mal gobierno, indica Arlene Ramírez Uresti, profesora del Tecnológico de Monterrey campus Toluca.
—¿Cuál fue el detonante de este conflicto?
—Principalmente la falta de una Constitución renovada a partir de la crisis que dio como resultado el golpe de Estado contra Hosni Mubárak. Dos de las cosas que debemos resaltar en el caso de Egipto son, por un lado, la debilitación del tejido social en función de la radicalización de la Hermandad Musulmana apoyada, por supuesto, por algunas células del Hezbollah que han estado permeando la región del Magreb árabe; en segundo lugar, la polarización de esta sociedad egipcia que aún no ha encontrado un rumbo a definir en su proyecto de nación.
En este sentido, añade la especialista, “lo que registra Egipto en este momento, además de ser lamentable para una nación que estaba a punto de poder reconstruirse, es la posibilidad de una crisis humanitaria de las proporciones que tiene Siria o que Libia tuvo en su momento, si es que no hay una intervención inmediata por parte de los organismos internacionales, y en todo caso, como mediador, de Estados Unidos”.
Hay que tomar en cuenta, añade la analista, que en estas cuestiones lo primero que debe hacerse es proteger el respeto a los derechos humanos y evitar una radicalización del nuevo régimen, que en este caso “está no solo violentando los derechos humanos, sino también deponiendo el orden del Estado de Derecho”.
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