Luz, sueño,relojes

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Luz, Sueño, Relojes
Foto: jinterwas/Creative Commons

Por: Elena Fernández del Valle

El ojo y la luz El fondo del globo ocular, por dentro, está tapizado de células sensibles a la luz. Son los conos y bastones de nuestros textos de biología de la secundaria, células que convierten en impulso nervioso la energía lumínica y nos permiten ver los colores y las formas. Hasta hace unos 20 años se creía que no había en el ojo, ni en el resto del cuerpo, otras células que enviaran señales nerviosas cuando la luz las toca.

Poco después quedó definitivamente establecido que en un estrato diferente de la retina el ojo tiene neuronas sensibles a la luz, neuronas cuyos axones llegan hasta zonas del cerebro que no se encargan de la percepción de imágenes sino de ajustar los ritmos del cuerpo y las fluctuaciones del estado de alerta, la atención y el ánimo al día y a la noche, activas aun en personas con ciertos tipos de ceguera. Estas neuronas, las “células ganglionares intrínsecamente fotosensibles”, sostienen su respuesta a la luz a lo largo de horas, avisando al cerebro que es de día aunque pasemos un rato largo en un lugar oscuro.

Relojes El cuerpo es como aquellos complicadísimos relojes medievales en los que a cada hora, a cada estación del año corresponden la aparición de ciertas figuras y cierta disposición del cuadrante. Al comenzar el día aumentan las pulsaciones del corazón y la presión arterial, se liberan una serie de hormonas que nos disponen a estar activos y atentos, e incluso se incrementa la actividad molecular en el núcleo de cada célula.

Cuando el sol se va se dispara la producción de melatonina, la hormona del sueño, y las funciones fisiológicas se orientan hacia el reposo y la reparación del desgaste sufrido. La coordinación general de toda esta serie de procesos tiene su sede en el núcleo supraquiasmático. Allí, un pequeño grupo de neuronas mantiene a lo largo de la vida una actividad oscilante, con un ritmo de poco más o menos 24 horas que se mantiene anclado a la luz solar gracias a la comunicación directa entre la retina y el núcleo supraquiasmático.


Es así, bajo las órdenes de este pequeño núcleo, que oscilan día a día la temperatura, la presión arterial, las funciones del hígado y el páncreas, las cifras de glucosa y la motilidad intestinal.

Si el ajuste entre los órganos es armónico, nos sentimos fuertes y contentos. Si, en cambio, el buen ritmo se ha perdido porque nos falta sueño, porque nos tocó trabajar en turno de noche o porque hemos viajado a otra zona horaria, nos sentimos mal. Nos fallan la memoria y la atención, corremos riesgo de dejar el pasaporte o la cartera en cualquier sitio, comemos en exceso. Si no ponemos a tiempo el reloj biológico, las cosas se ponen peor aún y todo el cuerpo sufre, deslizándose hacia un nuevo tipo de equilibrio en el que predominan las cifras altas de azúcar y colesterol, la tendencia a ganar peso, la tensión nerviosa constante, el sueño inquieto.

Sueño e insomnio Conforme pasamos tiempo despiertos aumenta la necesidad de dormir, contrarrestada por señales de alerta emitidas desde el núcleo supraquiasmático si aún hay luz. Cuando llega la hora habitual de dormir, las alertas cesan y llega el sueño —si estamos en un lugar oscuro y tranquilo.

Pero todos sabemos que, si hay que trabajar por la noche, nos mantenemos despiertos por más tiempo si lo hacemos ante la pantalla de una computadora: las pantallas emiten precisamente el tipo de luz de onda corta al que mejor responden las células ganglionares fotosensibles. Así, el sueño llega tarde y mal. Receta segura para desajustar el reloj biológico: llevar la tableta o la computadora a la cama, noche tras noche.