Por: Federico González
Por si alguna vez pasó por su mente sobreponer un mapa de París sobre otro de la Ciudad de México, le comento que se le adelantaron: si ubica la catedral de Notre Dame en el mismo punto que la conocida Farmacia París descubrirá que la capital francesa estaría delimitada al oriente por el Bosque de Chapultepec y al sur por Eje 3 y Ángel Urraza, mientras que la Torre Eiffel se ubicaría sobre Reforma e Insurgentes.
Dirá usted: “¡Qué ocio hacer estos cálculos!” Tiene razón. Sirva el ejercicio para imaginar el tipo de hastío y cansancio que vive Arturo, el protagonista de la historia con que el mexicano Roberto Wong (Tamaulipas, 1982) obtuvo el I Premio Dos Passos a la Primera Novela.
El joven se dedica a despachar medicinas en la botica. Su vida es ajena a las emociones fuertes, hasta que un mal día a un asaltante que intenta despojarlo del dinero de la caja registradora se le atraviesan unas cuantas balas provenientes de la policía.
El suceso supone un shock para el vendedor. La sacudida lo mueve a no seguir igual y comienza a despertar de su letargo. El problema es que sus actos lo colocan en medio de una vorágine de la cual no será fácil salir ileso.
La ópera prima de Roberto Wong se mueve sobre distintas pistas. Escribir algo nuevo sobre la Ciudad luz no es fácil y es casi un lugar común. Sin pretender descubrir el hilo negro, el narrador dialoga con una enorme estela de poemas y relatos alrededor de la metrópoli europea y la contrapuntea con escenarios del Distrito Federal.
Asfixia
No faltan la nostalgia ni la filigrana literaria de un joven autor ambicioso, que probablemente ha quedado marcado por la urbe europea. Menos aún la inmersión en los bajos fondos, que incluye una crudeza tal vez reiterativa y que aporta poco.
En paralelo, y en un tono más discreto, Wong hace de la violencia otro campo de acción. Pero su materia no es la violencia diaria, aquella que vemos en los noticieros y en las secciones policiales: la sustancia es la asfixia, producto de una rutina enajenante, sin válvulas de escape.
La estructura no lineal, así como el cuidado en el lenguaje, nos hablan de un joven escritor dispuesto a salir de las fórmulas y buscar rutas que refresquen las aproximaciones a temáticas trabajadas hasta el cansancio.
Si busca un par de adjetivos que resuman el sentido de la novela, bien pueden ser: realista y delirante. Claro, con lo bueno y malo que eso supone.