Un equipo internacional de astrónomos, en el que participa Roberto Galván Madrid, del Instituto de Radioastronomía y Astrofísica (IRyA) de la UNAM, descubrió que los agujeros negros, además de alimentarse de gas muy caliente, también pueden darse un “atracón” de nubes gigantes de gas molecular muy frío, en forma de “aguaceros” grumosos y caóticos.
El hallazgo, dado a conocer recientemente en la revista Nature, es la primera observación directa que demuestra que un hoyo negro tiene otro tipo de “alimentación”, diferente al ya conocido.
Galván Madrid explicó que esos agujeros pueden ser de dos tipos: los de masa estelar, con pocas veces la masa del Sol, y los supermasivos, con millones y millones de veces la masa solar.
Los astrónomos están “más o menos convencidos de que casi cualquier galaxia, incluida la Vía Láctea, tiene un agujero negro supermasivo en el centro”; se calcula que el nuestro tiene tres millones de veces la masa de nuestra estrella brillante.
Pero el que se observó en este hallazgo está en el extremo superior del rango posible de masas de agujeros negros: es 100 veces más masivo que el de nuestra galaxia: 300 millones de veces la masa del Sol, explicó el científico.
Ese hoyo negro se ubica en el centro de la galaxia más brillante y pesada de todas las que conforman el cúmulo denominado Abell 2597, conocida como BCG (Brightest Cluster Galaxy), a mil millones de años luz de la Tierra, distancia que, aunque suene lejana, no lo es tanto, pues es parte del Universo local, es decir, del espacio exterior más cercano a nosotros y que corresponde a sólo 1% del tamaño del cosmos.
Este objeto ya se había observado previamente con otros instrumentos, como el Telescopio Espacial Chandra de rayos X, y se sabía que como otros cúmulos de galaxias está embebido en un baño de gas muy caliente (a millones de kelvin).
Ahora, se añade una nueva pieza con el uso del radiotelescopio ALMA (Atacama Large Millimeter/submillimeter Array), en el desierto de Chile, con el cual los expertos pudieron detectar el gas frío.