El arte del alejamiento

Memorias de un becario, el arte de alejarse

El arte de disfrutar el alejamiento
Foto: Especial
Redacción
Todo menos politica
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Eusebio Ruvalcaba
eusebius1951_2@yahoo.com.mx

1. Alejarse imprudentemente acarrea consecuencias. De pronto catastróficas. De pronto inauditas.

2. Hay que alejarse con caución. Paso a paso. Que la mujer amada no sienta ese alejamiento como un hecho consumado en contra de ella. Porque entonces reaccionará como un animal acorralado. Urdirá todos los argumentos posibles para volver aquella nave a su cauce. Cuando todo está perdido, lo mejor es ver aquella embarcación hundirse. A la distancia.

3. Cuando el varón es el sujeto del alejamiento, el amor propio entra en su defensa. Mete el hombro. Nada más difícil que admitir ser abandonado. Ni siquiera la práctica del alejamiento lo prepara. Su egolatría le impide darse cuenta; hasta que no le tallan en plena cara la inminencia de las cosas, creerá que todo está en orden. Nada grave, reflexionará cuando el alejamiento toma el nombre de abandono total.

4. Pero el alejamiento no sólo compete a los sentimientos humanos; también a las cosas, a las actividades. A estímulos cotidianos.

5. El alejamiento de una religión provoca reacciones diversas. Desde el hombre que por fin y felizmente se topa con la sensación de libertad, hasta el que se mira desvalido ante los acontecimientos del mundo y suyos. Tiene que ver más con el asombro intelectual que con la edad. Porque la práctica de la religión acarrea un inequívoco efecto de sumisión.

Cuántas veces no es el propio individuo apresado en la urdimbre religiosa quien se siente devastado, porque así fue educado; quien se lamenta de la red en que está inmerso.

Aunque en el fondo sepa que las puertas están abiertas, y que basta con cruzar el umbral para respirar con nuevos aires. Pero aun eso cuesta un esfuerzo con el que no siempre se cuenta. Es entonces cuando hay que aplicar el alejamiento. En el caso de una religión, alejarse paulatinamente dispone al espíritu a nuevas cárceles. Que una ideología conduce a otra.

Implacable

6. Alejarse de una ciudad es todavía más arduo. Una ciudad es más que una familia. Porque es inmortal. Los integrantes de una familia se van muriendo poco a poco. Una ciudad queda en pie aunque sea en la frágil memoria de sus habitantes. Por generaciones. Cuando por fin desaparece ya no tiene que ver con la inmortalidad sino con el sentido común; o el aburrimiento. Hay una suerte de savia que recorre los mecanismos de resguardo de sus oriundos. Un principio reactor cuya energía pasa de ser local a universal. De pertenecer a un país a pertenecer a la humanidad.

7. Acaso de las actividades humanas, en la que no cabe alejamiento alguno sino aproximación cada vez más pronunciada y continua es en el arte. Se puede modificar el gusto —de Brahms a José José—, pero no la fuente de placer y seducción sentimental. El arte acompaña al hombre en las buenas y las malas. Un cuento de Jack London —mejor todavía que de Chejov— nutre el espíritu del más zafio. Una sonata de Mozart ejercita el alma de quien huye del dolor. Un cuadro de Rembrandt vuelve piadosos a los sicarios, y reflexivos a los regimientos de la estulticia.

8. El hombre abriga un terreno para el alejamiento, y otro para la aproximación. Nunca tiene claro en cuál de los dos yacen sus pies. De pronto se inclina por uno y de pronto por el otro. Quizá porque él mismo lleva ese castigo en su regazo. Nadie se merece tranquilidad alguna. ¿Por qué él sí y el resto de la humanidad no? Pero acaso lo que más convenga es permanecer próximo a la comprensión. Como sea, el alejamiento sobrevendrá. Implacable. Con la muerte.

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