Por Guillermo Deloya
La lección ha sido clara: México sencillamente no funciona sin la presencia y participación de la mujer en la vida del país. Sin embargo, a pesar de lo contundente e ilustrativo que resultaron los episodios vividos el 8 y 9 de marzo, no hemos logrado estructurar un plan de acción transversal a la actividad económica, política, social, jurídica y un largo etcétera donde se debiese reivindicar con acciones específicas al papel de la mujer mexicana.
Me atrevería a afirmar que la ausencia pudo ejemplificar más que la manifestación. Sin restar importancia a la segunda hay que tener en cuenta que la contribución al funcionamiento de la economía por parte de las mexicanas es un tema que con urgencia tiene que estar presente ya no por ciclos sino permanentemente para proceder a su revaloración.
La “desaparición” de la vida cotidiana de millones de mujeres que en nuestro país decidieron dar ejemplo silencioso de su indiscutible importancia me evoca el recuerdo de la novela de Enrique Berruga, El martes del silencio, donde la forma más eficaz que se encontró para descarrilar el andar de un país regido por el mal gobierno fue exactamente la fórmula empleada en pasados días: véannos con detenimiento al ser invisibles.
Impacto
Y no será posible a partir de ahora regatear sobre la contribución que cada integrante del sexo femenino hace a favor del país. Solo para hurgar en ciertos indicadores: conforme a los datos del INEGI 22 millones de mujeres componen un gran porcentaje de la Población Económicamente Activa, concretamente alrededor de 40% del total de la fuerza laboral mexicana; la mayor participación de la mujer mexicana, se da en los sectores financiero, salud, comercio, educación y hotelería.
La no participación en una sola jornada del cúmulo de mujeres unidas a la causa del 9M se estima cuantificable en 34 mil 571 millones de pesos. Dicha cantidad se compondría tanto por el trabajo formalmente remunerado como por aquel no remunerado; tal es la importancia en dicho impacto que estaríamos cerca de 0.15% del PIB.
Sin embargo no nos podemos quedar sin que al 9 de marzo le siga la concatenación de días donde, ahora sí, mediante análisis y diagnósticos sólidos, identificación de áreas de desigualdad, acuerdos y compromiso empresarial y gubernamental llevemos al aterrizaje a que, dicho en palabras sencillas, la mujer mexicana encuentre las mismas condiciones para desempeñarse en este escenario del México que tanto les debe.
No dejemos que el impulso tan prolífico que ha tenido un movimiento se diluya en discusiones estériles. Precisamos acciones inmediatas y continuadas con objetivos medibles.
Existe un largo sendero por el cual transitar hasta la igualdad sustantiva plena que, más allá de la estructuración requerida en los ordenamientos jurídicos, conlleva un compromiso real desde los núcleos más primarios de la sociedad para adjetivar una ruta que derive en su real implementación en la realidad mexicana. No bastan las loas ni los reconocimientos ensordecedores a la mujer por parte de los varones y mucho menos se trata de una grácil concesión ni de una dádiva que aparece esporádica para mera pose y lucimiento de un puñado de personajes que poca o nula idea tienen de la profundidad de la deuda histórica que se tiene con la mujer.
Cuenta una leyenda del África oriental, concretamente de Madagascar, que existen dos mujeres dotadas de todos los prodigios posibles. Su tenacidad y magia las convirtieron en poderosas matriarcas que con generosidad han regido los destinos de dos imperios que habitan en los fondos de los lagos Rasoabe y Rasoamasay. Ahí la armonía, la prosperidad y la abundancia proliferan a raudales; tanto así que las míticas gobernantes deciden compartir dones y regalos a los humanos de noble espíritu cuando las aguas de los lagos espejean en tranquilidad. Sin embargo los malos comportamientos y belicosos reclamos por ayuda agitan las aguas y vuelven invisibles a las mujeres. Cuando ellas desaparecen todo tipo de desgracias pueden caer sobre los pueblos, que se vuelcan en piadosos ruegos por su aparición.
Así, la ausencia de la mujer mexicana ha dejado una lección del porqué es primordial su presencia. Ahora falta que honremos conjuntamente su existir más allá del adornado discurso o, peor aún, más allá de la disimulada indolencia que solo siembra infortunio en esta doliente patria.