Por: Federico González
Francisco Hernández. Mal de Graves. Almadía. 103 pp.
Literatura y enfermedad es un binomio bien avenido: Literatura + Enfermedad = Literatura es un texto del chileno Roberto Bolaño dedicado a su hepatólogo, Víctor Vargas. Ahí discierne sobre la escritura como un mecanismo para atenuar un padecimiento interno; por supuesto, la alusión es en sentido figurado.
Los mejores resultados se obtienen cuando la enfermedad, lejos de ser vista como un vía cruciscon pretensiones terapéuticas, se convierte en un proceso de autoconocimiento.
Dos notables ejemplos son Esta salvaje oscuridad, del estadunidense Harold Brodkey, quien narra sin cortapisas su relación con el sida, y el testimonial del también norteamericano William Styron, Esa visible oscuridad, enfocado a la migraña.
Si bien los ejemplos referidos parten del ensayo o la narrativa, la poesía no está exenta y justo sobre esta línea se mueve Mal de Graves, de Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946). No se trata de un ejercicio autobiográfico en el sentido estricto del término: es su esposa, Leticia Arroniz, quien detona los versos. Ella padece el Mal de Graves, una afección de la tiroides que afecta a la vista y puede ocasionar ceguera.
El poeta empata la experiencia de su pareja con las biografías del médico Robert Graves y el escritor homónimo Robert Ranke Graves. La arquitectura del poemario se inspira en la dramaturgia griega. Hay tres voces, incluida la de una mujer, evidentemente relacionada con su esposa, y un coro que articula a los protagonistas.

Desnudo
El eje del poemario es la enfermedad y, en concreto, la pérdida de la visión. “Creaste ojos para todas las manos,/ manos/ para ojos muertos. Hay quienes se/ desnudan/ para leerte con el cuerpo entero”, escribe Hernández.
Con especial énfasis en la musicalidad y en la exploración de las posibilidades del verso libre el chiapaneco propone una obra íntima, cercana: “A pesar del dolor, la música suele ser/ un consuelo./ Me pongo a descifrar indulgencias/ y cuando no puedo más,/ caigo sobre un colchón donde/ anidan/ mis sentimientos de culpa”, dirá una de las voces en otro pasaje.
Sin dejar de ser una poesía hermética, que exige tomarle el ritmo para incursionar en su entramado, una vez que el lector penetra en la sustancia de la propuesta de Hernández se encontrará con imágenes sugerentes que, sin ser explícitas, alcanzan a desnudar la debilidad del sur humano.
Otros títulos de Francisco Hernández son Gritar es cosa de mudos, Mar de fondo y La isla de las breves ausencias.
