A poco más de diez años de su muerte, aún no se ha dicho todo acerca del poeta español José Hierro (Madrid 1922-2002). Autor de entrañables obras como Libro de las alucinaciones o Cuaderno de Nueva York, el escritor cultivó una lírica que lo llevó a ganar los principales premios del idioma: el Cervantes de Literatura, el Reina Sofía de Poesía y el Príncipe de Asturias.
No obstante, poco se sabe de su faceta como crítico. A partir de este interés, el poeta y crítico mexicano Miguel Ángel Muñoz incursionó en los archivos del madrileño para rescatar sus artículos y ensayos en el libro Los sentidos de la mirada. Convergencias sobre arte (Editorial Síntesis). “Es una vieja deuda”, comenta el compilador en entrevista.
Para Hierro, la crítica literaria y plástica fueron actividades colaterales. Su reconocimiento como poeta motivó que ambas facetas pasaran prácticamente de largo.
“Siempre tuve curiosidad por meterme a los archivos y por fin, ahora que se celebraron sus diez años de muerto, inspeccioné en sus cajas y encontré artículos para periódicos, libros, catálogos. Seleccioné lo que me pareció más representativo de su crítica de arte”, dice Muñoz.
Óptica
Los criterios usados por Muñoz tuvieron su punto de partida en los artistas mismos y la idea de construir un retrato historiográfico del arte contemporáneo en España y Europa. “Hierro hizo un registro de las exposiciones que pasaban por Madrid y Barcelona, en una época donde su país todavía estaba bajo la dictadura. Reseñó las grandes muestras e hizo una memoria en su columna de arte. De este modo, el lector podrá descubrir lo que pasaba durante los setenta en el arte europeo bajo la óptica de un poeta, no de un crítico ni de un historiador. Digamos que es una historia del arte paralela a la crítica”.
A lo largo de su vida José Hierro publicó sus comentarios en los periódicos El Alcázar, de Toledo, y Nuevo Diario, de Madrid, además de las revistas Tauta, Batik y Guadalimar.
“En 1960, cuando empieza a escribir, reconoce que no es un crítico especializado”, explica Muñoz. Su primera colaboración es de hecho el desglose de los siete puntos que regirían su desempeño como crítico: “Es mi costumbre escribir exclusivamente de aquellas exposiciones y artistas que me hayan parecido importantes”, explicó el poeta, para luego añadir: “En cualquier caso, mis comentarios —superficiales o menos superficiales— estarán escritos con la máxima claridad. Nunca he creído que el arte deba ser tratado de forma abstrusa y plúmbea”.
Camino
El compilador comenta que el recorrido propuesto en el libro permite registrar una evolución en el sentido de su crítica: “En paralelo a su poesía se aficionó por la pintura y el dibujo. Sus escritos no dejan de tener ese halo poético y de cuidado por el lenguaje. Fue amigo de muchos de los pintores de su momento y en paralelo iba escribiendo de arte; fue madurando sus conceptos y lo hizo de tal manera, que elaboró textos verdaderamente descubridores sobre gente como Picasso o Goya”.
Muñoz asevera que para Hierro la crítica era un género literario: “Su poesía estaba salpicada de arte. Me atrevería a decir que su poesía estaba llena de pintura y su pintura llena de poesía. Quizá no pensó que estos textos fueran parte fundamental de la historiografía del arte, pero sin duda aquí está una historia del arte vista por un poeta, porque va de Kandinsky a Chillida, de Chillida a Barceló, y de ahí brinca a Matta y a Tàpies”.
Incluso compara los trabajos de Hierro con los escritos de Octavio Paz: “Su aportación fue similar a la del Nobel mexicano al escribir de arte. Ambos eran tan claros, que a través de sus palabras nos permitieron imaginarnos una pintura. Siempre he creído que los mejores críticos son los poetas; es una comunión que siempre han tenido los grandes apasionados del arte. John Berger dibuja, lo mismo que John Asbery. Y también están los grandes pintores que escriben, como Tápies, Rafols Casamada o Canogar”.
Muñoz recuerda que conoció a José Hierro, en 1995, gracias al poeta José Ángel Valente. “Lo entrevisté y sobrevino una larga amistad. Me decía: ‘Para entender la pintura hay que aprender a verla y oírla’. Yo le preguntaba que cómo se oía. Recuerdo que me ponía como ejemplo un cuadro de Barceló donde había unas palmeras; argumentaba que en esa pintura podías sentir las olas del mar, pero al mismo tiempo se podían escuchar. Una de sus grandes lecciones fue la enseñanza para escuchar la pintura; eso es algo que muchos críticos no tenemos”.
Muñoz adelanta que seguirá trabajando con los archivos del poeta, a fin de recuperar sus otras facetas: “Lo que sigue es recuperar su archivo literario. Tiene una cantidad impresionante de ensayos literarios que publicó en revistas, periódicos y prólogos”.