Sin falsa modestia, Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) dice que su curiosidad es tan grande como su ignorancia. A través de él hablan los libros que ha leído, y créame no son pocos. Su título más reciente es Una historia natural de la curiosidad (Almadía), volumen donde reflexiona acerca de la forma en que nos cuestionamos ante el mundo.
Sin embargo, a sus casi 70 años poco sabe del cansancio y trabaja en tres nuevos proyectos: una biografía de Maimónides; una memoria de su famosa y amplia biblioteca, que por ahora yace empaquetada en Francia, pues Manguel se trasladó a Nueva York hace unos meses, el tercero es una investigación sobre el Dr. Atl, el pintor mexicano al que recientemente descubrió.
Sin perder el optimismo, Manguel dice a Vértigo que confía en que habrá tiempo para todo.
—Su libro Una historia natural de la curiosidad viene a contradecir aquello de que la curiosidad mató al gato…
—La curiosidad mata al gato, pero en cada sociedad y momento histórico la razón por la que matamos al gato es diferente. La curiosidad es la característica esencial del ser humano. Nos hace reflexionar y cuestionar al mundo, pero cada sociedad pone límites a esa curiosidad y matan a los gatos curiosos que han sido perseguidos desde la noche de los tiempos, entre los que se encuentran científicos, poetas, exploradores, que han buscado lo que está más allá del horizonte visible. Solemos condenar a los hombres y mujeres que preguntan constantemente por qué, cómo, cuándo, dónde…
—¿La curiosidad es instintiva?
—Sí. A lo largo de los milenios el ser humano ha desarrollado esta capacidad de tener la experiencia del mundo. Por medio de la imaginación crea narraciones para moverse por el mundo. La curiosidad y la imaginación están hermanadas, no hay una sin la otra.
—Se dice que el arte está para cuestionar, para hacer preguntas.
—El arte hace preguntas, el dogma da respuestas. Por eso ninguna religión o partido político puede convencer meramente con el dogma: tienen que dar ejemplos, parábolas. Por eso la religión y la política se apropian de las historias que inventamos, para justificar sus invenciones.
—Que terminan por convertirse en elementos identitarios…
—Son cimientos de identidad porque la sociedad elige estas identidades. A veces esas identidades son positivas y generosas. Por ejemplo, cuando Inglaterra elige las historias del Rey Arturo propone una cierta ética y nobleza que aun cuando el ciudadano se siente traicionado por el gobierno sigue pensando de manera inconsciente en esos antepasados míticos. Argentina, que eligió a Martín Fierro, tiene que vivir con una ética de la amistad más importante que la autoridad del gobierno. Martín es un desertor y su amigo, el sargento Cruz, lucha contra sus propios soldados por amistad. Eso que parece una historia noble, en términos sociales significa que ningún ciudadano tiene confianza en su gobierno.
Estilo
—Comenta que el dogma da respuestas. ¿Qué predomina hoy: el dogma o las preguntas?
—El dogma, porque somos perezosos. Tenemos miedo, queremos que nos consuelen y nos afirmen. Pascal decía que los grandes espacios del Universo lo aterraban; a todos nos aterran los grandes espacios vacíos, queremos llenarlos para asegurarnos de que sabemos lo que está más allá del horizonte. Cuando Alicia se encuentra con el gato de Cheshire y le pregunta qué camino debe tomar; el felino le contesta que eso depende de a dónde quiera ir. Al ser humano no le gustan este tipo de respuestas, porque lo cuestionan. Mejor dicho: nos gusta cuestionar, pero queremos que se nos responda afirmativamente.
—¿Cada época tiene sus propias preguntas?
—Cada época tiene su estilo de preguntas. En realidad en todas las épocas nos hemos preguntado: ¿quiénes somos?, ¿qué debemos hacer?, ¿qué hay más allá de la muerte?, ¿cuáles son nuestras responsabilidades? Supongo que esas preguntas empiezan con el hombre prehistórico. Lo que cambia es el estilo. No preguntamos como lo hacía Sócrates, que quería conocerse a sí mismo. Platón lo dice de otra manera y luego Montaigne ya no pregunta: ¿quién soy?, sino: ¿qué sé? Hacemos las mismas preguntas de formas distintas.
—Sin embargo parece que ahora a dudar se le atribuye a una carga, si no negativa, sí de debilidad.
—Claro. Creemos que hemos perfeccionado la máquina para contestar preguntas. Cualquier duda que tenemos la buscamos en internet y creemos en eso sin pensar si la información es falible. Las respuestas de la red hay que tomarlas con precaución.
Etiquetas
—Muchas veces nuestra curiosidad, en cuestiones políticas, incluso estéticas, va dirigida hacia lo que queremos que nos respondan…
—En la pregunta está la respuesta y la única forma de evitar esa redundancia es buscar una mejor forma de preguntar.
—Sus preguntas como investigador, como escritor, ¿han ido cambiando o se mantienen?
—Las preguntas permanecen. En sí no han cambiado las formas de mis preguntas. Desde niño quería saber quién era yo. Me resultaba extraño que frente a mi nodriza era una persona y frente a mis padres o vecinos otra. Todavía es algo que me inquieta. Llamarme argentino o canadiense; hombre, padre, abuelo, compañero; definir mi identidad sexual, darme una atribución política. Cada vez que eso ocurre mi instinto es cuestionarlo. Si me dejan solo yo diría que soy un escritor canadiense nacido en Argentina. Pero cuando alguien externo me define, inmediatamente reacciono. No hay nada más peligroso para el individuo o para la sociedad que aceptar las etiquetas, porque promueven la pereza del pensamiento.
—Volvamos al tema de la identidad…
—Es esencial. Cada vez que abrimos la boca tenemos que decir: “El que dice esto soy yo”. Rimbaud define la paradoja diciendo: “Yo siempre es otro”, es un yo que está actuando en esta situación y no es el yo que era en la mañana o que será esta noche.
—Algunos de sus libros tienen una vocación renacentista, en tanto que maneja un conocimiento enciclopédico. ¿Se los plantea así?
—Hay que ser muy sabio para poder limitarse. A medida que transcurre mi vida me doy cuenta de mi gran ignorancia. No soy capaz de decir que algo es mi campo.