Acostumbrada a la itinerancia, Laura Restrepo (Bogotá, 1950) desde hace algunos años hizo de México su lugar de residencia. La ganadora de premios como el Alfaguara y el Sor Juana Inés de la Cruz vive al sur del Distrito Federal, cerca del Centro de Tlalpan. “Es como un pueblo”, dice esta mujer, quien asevera que todavía se estremece cuando ve las montañas de su ciudad natal.
Poco después de las nueve de la mañana, la escritora entra a escena. Su atuendo cuidado revela que es una mujer madrugadora y dispuesta a hablar, ahora de Hot sur (Planeta), su nueva novela.
La historia se centra en María Paz, joven de origen latino que llega a Estados Unidos buscando cumplir el sueño americano. Al otro lado del Río Bravo, esa ilusión se convierte en pesadilla cuando es acusada del asesinato de su marido.
—Una vez más el tema de las migraciones…
—Es el gran tema de nuestro tiempo. El asunto era darle una vuelta y no presentarlo con el viejo esquema. Hacia el futuro veremos las confrontaciones entre las hordas desterradas que huyen de la guerra, el hambre y la falta de agua, y las civilizaciones que se encierran y amurallan para defenderse de los que llegan. De eso dependerá qué pase en el planeta. Por supuesto, mi apuesta está del lado de los nómadas. Es un sofisma la idea de que el sedentarismo es la cuna de la civilización; quien ha tenido un carácter fundacional y ha echado la historia a rodar ha sido el nomadismo.
—¿Pero no es utópico pensar en un mundo sin fronteras?
—Es una utopía que mucha gente persigue. El pensamiento de Bolívar hablaba de una América sin fronteras y él logró avanzar bastante; después hubo un retroceso enorme, cuando se volvieron a delimitar las fronteras nacionales. La Unión Europea con todos sus tropiezos, también parte de la idea de un territorio donde se pueda circular libremente. Es decir, no me parece tan utópico y menos en esta época de disolución de las naciones. Todo eso generó un nuevo escenario, donde para mí era interesante colocar a los protagonistas, unos seres sensibles donde el territorio ya no es lo que te da señas de identidad, como sucede con los indocumentados en Estados Unidos.
—Habla del nomadismo. ¿Qué tan importante ha sido su experiencia de constante migración?
—La experiencia personal es fuerte y determinante. Para mí siempre ha sido un placer la idea de que la vida es posible en cualquier parte. La gente que te rodea es tu hermana. Desde luego, siempre volviendo, porque yo vivo apegada a mis montañas bogotanas, que aún me encogen el corazón. Eso siempre estará ahí. Pero que el planeta es abierto no lo cambia nadie.
—En su novela lo que otorga identidad en su caso es el lenguaje…
—El español es el territorio común que habitamos 500 millones de personas. En Estados Unidos, donde el migrante es perseguido, el territorio que les permite construir fraternidades, que les permite sobrevivir, es el español. Es interesante cómo adquiere carácter territorial la lengua.
—Por eso su carácter protagónico…
—Cierto, le dediqué mucho tiempo. Uno de los lugares comunes a la hora de tratar el tema de los indocumentados es la visión sociológica. Se parte de la base de que si estamos hablando de uno de los grandes dramas latinoamericanos la versión tiene que ser sociológica o una especie de informe para derechos humanos, y yo quería hacer literatura. Quería que mis personajes no fueran seres de estudio, sino con matices cercanos a la condición humana. Por eso monté en torno de ellos una novela negra.
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