Alonso Ruvalcaba
Como tantas cosas bellas, el melón llegó a España con los árabes. El anónimo autor del Viaje de Turquía, odisea dedicada al muy alto y muy poderoso, cathólico y christianíssimo señor don Phelipe, Rey d’España, Yngalaterra y Nápoles, dice: “Salido de Castilla no hallaréis camuesa ni çiruela regañada, en parte de las que hay hasta Hierusalem; pero hay unas mançanas pequeñas en Constantinopla, que llaman moscateles, que son tan buenas como las camuesas; pera, mançana y melón grande es la quantidad que hay allá, y todo ello sin comparación más varato que acá”.
Dice el Diccionario de Autoridades (1734) que el melón es “fruta bien conocida, de que hai muchas diferencias, y crece en unas matas pequeñas semejantes à las de los pepinos. Hailos de diferentes tamaños y figuras, y son compuestos de una carne dulce y deliciosa al gusto, cubierta de una corteza ò cáscara, que suele estar llena de señales ò rayas a modo de letras, por lo qual se llaman Escritos: y en lo interno se halla la simiente, que son unas pepitas largas y angostas, de color amarillo, las quales están rodeadas de una tela blanca, y como deshilachada, que se llaman las Tripas”.
Néstor Luján coleccionó referencias no sexuales del melón, como esta de San Gregorio el Grande: “Si el maná representa el alimento de la Gracia, destinado a la refacción de la vida interior, es preciso ver en el melón la representación de las delicias terrestres” (supongo que en latín sonaría más contundente, pero no he dado con el texto original); o esta que, según esto, estuvo escrita en la puerta de un médico de Lyon: “Les concombres et les melons / m’ont fait bastir cette maison”, y que quiere decir —pero miente— que los melones y los pepinos producen enfermos para enriquecer a los médicos (“Pepinos y melones/ pagáronme esta casa”).
Luján tenía una venerable inclinación francesa; tal vez no conoció estos enternecedores versos de HD: Have you seen fruit under cover/ that wanted light–/ pears wadded in cloth,/ protected from the frost,/ melons, almost ripe,/ smothered in straw?¿Tú los has visto, los frutos envueltos, faltos de luz, los melones casi maduros asfixiándose en paja? Déjalos fuera: que se pongan amarillos en la luz del invierno, agrios incluso: es mejor el sabor de la escarcha (Or the melon–/ let it bleach yellow/ in the winter light,/ even tart to the taste–/ it is better to taste of frost–/ the exquisite frost), pero miente también, miente: la nieve de melón no es más sabrosa que el melón. En Thoughts in a garden, el poeta Andrew Marvell imaginó un jardín dichosísimo, hecho de manzanas que se caen de maduras, de vides que exprimen su vino a voluntad sobre los labios, de duraznos curiosos y nectarinas y, por supuesto, de melones que salen al paso y te hacen tropezar gozoso y feliz sobre el verdor: Stumbling on melons as I pass,/ Ensnar’d with flow’rs, I fall on grass.
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No el delectable coco, surtidor de las mesas, ni la ciruela regañada; ni la castaña o nuez, ni la preciosa guinda, y cereza, y la bellota, y pera; ni la almendra ni el higo azucarado; y no el membrillo agudo, ni la almécina y armada piña, y la naranja, y lima, y cidra que yo tengo en más estima; ni la fresa con crema ni el maná; no prolongar la fiesta: melón, árabe melón, y delicado, líquido melón, para estos días sin cambios.