Por: Federico González
Julián Herbert. La casa del dolor ajeno. Penguin Random House. 303 pp.
Entre el 13 y el 15 de mayo de 1911 alrededor de 300 chinos fueron masacrados por tropas revolucionarias y ciudadanos de Torreón, Coahuila. Se trata de la mayor matanza de inmigrantes de ese país asiático en América, pero a pesar de las dimensiones de la tragedia el caso cayó en el olvido y el gobierno mexicano ni siquiera pagó la indemnización a la que se comprometió.
Poco más de 100 años después, el escritor Julián Herbert (Acapulco, 1971) revive el suceso y tiende un puente con el presente de México.
El paradero de los orientales fue la fosa común. Las investigaciones, la versión oficial y el escrutinio internacional no desembocaron en nada. Es más: México ni siquiera pagó la indemnización a la que se había comprometido. Una primera aproximación al tema, anteriormente la había hecho José Luis Trueba Lara en su libro Genocidio. A diferencia de Herbert, él revisó el fenómeno a nivel nacional.

Pasado es presente
La casa del dolor ajeno es la leyenda que enuncia el Estadio Corona, sede del Santos de Torreón. Herbert retoma la frase que para muchos en una orgullosa amenaza y cambia el sentido. Tras la lectura, obliga a bajar la cabeza. El narrador, experimentado y celebrado por su anterior novela, Canción de tumba, echa mano de la novela negra y el western para construir un relato donde todo es real.

Cuenta el arribo de los chinos a Torreón y la forma en que construyeron su fortuna; así como la manera en que sembraron odio y envidia entre los empresarios y políticos de la época.
Con premeditación, alevosía y ventaja, exhibe el doble discurso de la sociedad mexicana hacia los inmigrantes: cuestionamos el trato que Estados Unidos da a nuestros connacionales, pero callamos ante la dureza con que se recibe a los centroamericanos, y en este caso a los chinos, que arriban a México.
Al tender un puente con el presente, papel que desempeña el narrador de la historia, Julián Herbert nos recuerda que la desaparición forzada y la impunidad de las autoridades no son nuevas. Imposible no pensar en Ayotzinapa y la matanza de Apatzingán.
Quizá la mayor lección de su relato reposa precisamente en la comprensión de que el uso represivo de la violencia tiene una continuidad inobjetable en la denuncia de nuestra corta memoria histórica, uno de nuestros yerros más grandes como sociedad. No obstante, nos incita también a reencontrarnos a partir de nuestro pasado, a hurgar en nuestro pasado para recomponer el rumbo.
Otros libros de Julián Herbert son La resistencia y Álbum Iscariote.
