Autor: Alejandro Zárate
Es conocido como un mini Mundial donde los campeones de cada confederación en la geografía futbolística miden sus niveles a un año de la Copa del Mundo y prueban lo que será estar en el país anfitrión... Pero hay más retos detrás de una Copa Confederaciones como la que actualmente se desarrolla en Brasil y que concluirá el 30 de junio.
Para los organizadores de un Mundial, este torneo se ha convertido en una prueba exigida por la FIFA para demostrar sus capacidades de organización.
Se demanda jugarse en estadios que serán mundialistas para evaluar sus edificaciones, así como las facilidades de transporte y la reacción de la gente local al saberse que alojarán a la máxima fiesta del futbol.
En el caso particular de la selección mexicana, la Copa Confederaciones le llega en un momento totalmente complicado: se encuentra a la mitad de la etapa final en la eliminatoria mundialista, donde apenas suma una victoria tras seis juegos disputados. Son tres empates de local en el Estadio Azteca, en una de las zonas más pobres de nivel futbolístico.
Su entrenador, José Manuel Chepo de la Torre, señalaba a este certamen como una oportunidad de cambiar de rumbo, pero por lo visto (al menos durante su debut contra Italia, ante quienes perdieron 2-1) se adolece aún de idea futbolística. Sus bonos de confianza ante los directivos están en las últimas y falta encarar la Copa de Oro antes de retomar su vía crucis en la eliminatoria.
Anfitriones
Brasil tiene sus propios retos. En lo futbolístico está el de reencontrarse con su buen futbol y el de resultados propios ante las dudas de poder aprovechar su condición de local para su Mundial el año entrante. Pero es en sus capacidades de ser anfitrión donde más está padeciendo.
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