Cuates de Australia: ‘El documental es una aventura’

A 160 kilómetros de Cuatro Ciénegas, enclavado en pleno desierto, se encuentra el rancho Cuates de Australia. Bien a bien nadie sabe a que obedece su nombre. Algunos dicen que la familia de Madero lo bautizó así por un asunto relacionado con las sesiones espiritistas que celebraban cerca del lugar. Otros aseveran que se debe a que está cerca de unos cerros conocidos como Los cuates. Una hipótesis más tiene que ver con los viajeros que llegaron al lugar para explotar las minas cercanas.

Redacción
Todo menos politica
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A 160 kilómetros de Cuatro Ciénegas, enclavado en pleno desierto, se encuentra el rancho Cuates de Australia. Bien a bien nadie sabe a que obedece su nombre. Algunos dicen que la familia de Madero lo bautizó así por un asunto relacionado con las sesiones espiritistas que celebraban cerca del lugar. Otros aseveran que se debe a que está cerca de unos cerros conocidos como Los cuates. Una hipótesis más tiene que ver con los viajeros que llegaron al lugar para explotar las minas cercanas.

Lo que sí se sabe con seguridad es que año con año el poblado es víctima de una cruenta sequía que obliga a sus habitantes a salir rumbo a lugares más húmedos. Una vez que pasa la ola de calor, todos regresan a casa para seguir con su vida.

Motivado por el carácter itinerante de sus pobladores, el documentalista Everardo González filmó Cuates de Australia.

Durante tres años el realizador estuvo haciendo constantes visitas al lugar. “Me encargaron hacer la historia del noreste y en Cuatro Ciénegas alguien me llevó a conocer el rancho”, cuenta el realizador en entrevista.

El rodaje inició en 2007 e implicó tres años; ocho meses más se dedicaron al montaje. A lo largo de ese proceso, González descubrió que además de la sequía lo que sucede en Cuates de Australia daba para plantear una serie de reflexiones sobre los ciclos de la vida: “Conforme pasaba más tiempo allá, me di cuenta de que podía hablar de cuestiones más primarias, como la esperanza de la gente”.

El tono costumbrista del documental permite conocer la vida cotidiana de sus habitantes, quienes sin caer en dramas ni en la victimización asumen con serenidad la sequía y la necesidad de abandonar su hogar.

“Lo que ves es lo que la gente conoce. No les causa mayor sobresalto, porque es lo que vieron sus padres, amigos y vecinos. A nosotros nos puede parecer duro, pero para ellos es algo normal; tampoco es la sequía de África. No es un pueblo que se desplaza porque todo muere; ellos siempre regresan, porque saben que tarde o temprano lloverá. Para nosotros puede parecer dura la vida del campo, como para ellos la vida de ciudad es difícil”, dice González.

El ejercicio visual propuesto por el director se compone de planos largos que hacen énfasis en la aridez del desierto. “Quería establecer una analogía y equiparar al desierto con su forma de ser. Por un lado puede parecer un terreno generoso; pero también es hostil. Los paisajes vastos son tan hermosos como terribles, porque orillan al aislamiento.

Todo eso lo quise integrar en lo visual durante el montaje. Son conceptos que se aterrizan sobre la marcha, porque si no fuera así mejor filmaría ficción. El documental permite que estas revelaciones surjan mientras filmas, es como un ejercicio de improvisación permanente”.

Sin caer en un tono contemplativo, el filme sí se deja llevar por la atmósfera del lugar. Convencido de que cada proyecto dicta la manera en que debe ser contado, el director asume que el género del documental se debe supeditar a lo que sucede ante la cámara: “No podía contar la película a partir del testimonio, porque es un lugar donde la gente es callada. Por lo mismo, no encontré el tono hasta que me di cuenta de que sólo podía contarla a partir del paisaje”.

Autor de los documentales La canción del pulque y Los ladrones viejos, Everardo González no sólo ha cosechado reconocimientos, sino que también ha conseguido tener continuidad dentro de un género minoritario.

Lejos de pensar en fórmulas o secretos, el cineasta atribuye sus logros al trabajo y a la fortuna. Si bien la experiencia otorga más seguridad, el miedo ante cada nuevo proyecto no se pierde. “Lo que más me preocupa es saber, ¿quién contará la historia? Porque ese ‘quien’ dictará la manera en que se construirá la película. Mi filosofía consiste en quitarme el peso que impone el medio en la espalda. Cada proyecto lo enfrento con la libertad de experimentar; si funciona, excelente; pero si no, ni hablar. Hay un montón de películas malas y no pasa nada. La continuidad depende también de las expectativas que pones en cada proyecto”.

Si algo le ha enseñado el oficio es que cada película deber surgir de una motivación personal. “Imagínate: es un proyecto que te tomará cerca de cuatro años y que, además, vas a empezar y terminar solo, porque es un barco al que sube y baja mucha gente. La ventaja del documental es que la película es un fin, pero el camino es toda una aventura. Y a mí me emociona eso. Incluso con Cuates de Australia te puedo decir que siempre quise hacer una película de vaqueros. De niño viví pegado a los ranchos, por mi papá. Cuates de Australia era una manera de saldar ese pendiente; digamos que fue un gusto que me di”.#documental cautes de australia
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