VIEJOS MAESTROS Y MERCADO ACTUAL

La falta de interés en el arte del pasado también permea en el ámbito académico.

Juan Carlos del Valle
Columnas
Yo, C. 1650. Óleo sobre lienzo, 60x50 cm.
Juan Carlos del Valle

Por 80 millones de dólares, que fue el precio en que se vendió en subasta hace pocos meses un conejo de acero inoxidable del artista contemporáneo Jeff Koons —el número 2 de una serie de tres conejos iguales—, un coleccionista podría haber adquirido ocho veces el Estudio de cabeza y manos de un joven como Cristo pintado por Rembrandt (vendido en casi diez millones y medio de dólares en 2018) y 61 veces el óleo de Santiago el Mayor del Greco (vendido en poco más de un millón de dólares también en 2018). O por diez millones y medio de dólares, el precio alcanzado en subasta por la pintura de Banksy titulada Devolved Parliament, podría comprarse tres veces la Madona con el Niño de Botticelli (vendida este año en poco más de tres millones de dólares) y cuatro veces el Retrato de Olimpia Maidalchini de Velázquez (vendido en poco más de dos millones y medio de dólares hace apenas unos meses).

Hay innumerables ejemplos como estos que ilustran la siguiente verdad: el mercado del arte contemporáneo hace que el mercado de los viejos maestros parezca barato.

La explicación de este fenómeno aparentemente contradictorio puede estar detrás de las diferentes motivaciones que impulsan a los coleccionistas a adquirir una determinada obra de arte. Mientras que para el comprador de viejos maestros suele haber una pasión que radica en la erudición, es decir, en un cierto nivel de conocimiento necesario para apreciar las obras del pasado, para el coleccionista de arte contemporáneo es común dejarse seducir por obras y artistas que revelan un determinado poder económico y social. Sin ser una regla absoluta es cierto que generalmente nuestra sociedad atribuye mucho más valor al poder económico que al conocimiento.

Es evidente además que, a diferencia del flujo de producción constante de los artistas vivos, la oferta de obra en el mercado de los viejos maestros es muy escasa y de poca rotación: las pinturas de Rembrandt, El Greco, Botticelli y Velázquez se encuentran en su mayoría resguardadas en diferentes museos alrededor del mundo o en selectas colecciones privadas. A falta de un interés económico que lo justifique las casas subastadoras invierten más atención y recursos en sus departamentos de arte contemporáneo, mucho más lucrativos.

Maquinaria

Es por eso que cuando Christie’s subastó el Salvator Mundi el año pasado —obra datada en torno al año 1500 y atribuida polémicamente a Leonardo da Vinci— una parte importante de su afilada estrategia de mercadotecnia incluyó presentarla en la subasta de arte contemporáneo, donde sin duda recibió mucha más visibilidad y exposición que si hubiera estado en una subasta de arte clásico, contribuyendo a su excepcional venta récord en más de 450 millones de dólares.

La falta de interés en el arte del pasado también permea en el ámbito académico. De acuerdo con datos de la Universidad de Stanford, la abrumadora mayoría de los estudiantes de historia del arte eligen especializarse en arte contemporáneo debido, entre otros motivos, a que allí es donde encuentran un mercado laboral más viable en un medio donde los trabajos escasean.

La dificultad inherente, y a veces franca imposibilidad, de corroborar la autenticidad de las obras que tienen varios siglos de antigüedad, sumada a la carencia de especialistas en la materia, también desincentiva tanto a vendedores como compradores.

La realidad es que existe una maquinaria bien engranada —compuesta de museos, curadores, instituciones educativas y financieras, galerías, casas de subasta y coleccionistas— dedicada a perpetuar la obsesión de la sociedad con la juventud y el éxito económico, desestimar el arte del pasado y favorecer así el consumo del arte contemporáneo, convertido ya en una mercancía rentable. Y mientras que por el precio de un Koons se pueden comprar varios Velázquez, yo me pregunto si las ventas estratosféricas que publican los titulares de la prensa tienen algo que ver con el verdadero valor y relevancia de las obras vendidas o, más bien, con el efectivo aparato de mercadotecnia que las hizo posibles.