El exceso de nutrientes y las descargas agrícolas detonan floraciones algales y la pérdida acelerada de oxígeno en los cuerpos de agua del país.
La agricultura a gran escala sostiene buena parte de la economía nacional y garantiza el abasto de alimentos, pero también deja una huella profunda y poco visible en los ecosistemas acuáticos del país: en regiones agrícolas como el Bajío, el noroeste y parte del sureste la aplicación intensiva de fertilizantes químicos, los residuos ganaderos y las descargas provenientes de la acuacultura han convertido a ríos, lagunas y estuarios en receptores permanentes de nutrientes en exceso.
Este fenómeno, conocido como eutrofización, altera la calidad del agua, provoca la pérdida de oxígeno y transforma ecosistemas completos que dependen de un equilibrio delicado para funcionar.
Marea verde
En esencia, la eutrofización ocurre cuando nitrógeno, fósforo y materia orgánica se acumulan en un cuerpo de agua más rápido de lo que este puede procesarlos.
Erik Coria Monter, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM, explica en entrevista que “la mayor parte de los nutrientes que llegan a los cuerpos de agua provienen de la agricultura industrial y la ganadería intensiva”.
Las prácticas tradicionales de fertilización buscan maximizar el rendimiento, pero rara vez consideran la capacidad del suelo para retener nutrientes. Como resultado, una proporción considerable del fertilizante termina infiltrándose en los mantos freáticos o escurriendo hacia arroyos y ríos.
Cuando los nutrientes llegan al agua desencadenan un cambio acelerado: las microalgas, normalmente presentes en pequeñas cantidades, encuentran condiciones ideales para reproducirse sin control. Las manchas densas oscurecen la superficie, bloquean la luz y afectan a organismos que dependen de ella para fotosintetizar.
Pero el deterioro mayor sucede cuando estas microalgas mueren: su descomposición consume grandes cantidades de oxígeno. “Esa pérdida de oxígeno genera zonas muertas donde prácticamente ningún organismo puede sobrevivir”, detalla Coria Monter.
En nuestro país este fenómeno se ha documentado en áreas costeras del Golfo de México, lagunas del Pacífico y distintas zonas del Golfo de California.
Cuando estas cargas de nutrientes alcanzan zonas costeras el daño se multiplica. En México uno de los casos más críticos se observa en el Golfo de California, donde el deterioro ambiental ya muestra señales preocupantes.
Sobre este punto, Carlos Ernesto Rodríguez Gómez, director general adjunto de Inteligencia Sectorial en Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA), explica a Vértigo que parte del problema “se origina en los campos de Sinaloa y Sonora, donde algunos productores incurren en sobrefertilización y aplican nitrógeno adicional que escurre hacia el océano, afectando a la vida marina”.
Impacto
La infraestructura para tratar descargas agrícolas, ganaderas y municipales profundiza el problema. Muchas plantas de tratamiento operan por debajo de su capacidad o simplemente no existen en zonas rurales. Así, aguas cargadas de materia orgánica, detergentes y nutrientes llegan directamente a los ríos, potenciando la eutrofización.
Las consecuencias alcanzan tanto a la biodiversidad como a las comunidades: pescadores ribereños reportan disminuciones en especies sensibles al oxígeno y granjas acuícolas enfrentan pérdidas derivadas de episodios de baja calidad del agua.
Este deterioro local forma parte de una crisis global. La historia moderna de la agricultura no puede entenderse sin el nitrógeno sintético, cuyo uso se masificó tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque permitió duplicar los rendimientos y alimentar a poblaciones crecientes, también inauguró una dependencia que hoy tiene un costo ambiental evidente.
El estudio Nitrógeno en los sistemas agroalimentarios y el medio ambiente, publicado en Science of the Total Environment, detalla que alrededor de 80% del nitrógeno aplicado en los campos agrícolas se pierde en el ambiente; es decir, no lo aprovechan las plantas, sino que termina en el agua, la atmósfera o acumulado en el suelo.
Por su parte, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calcula que la eutrofización está asociada a más de 500 zonas muertas costeras en el mundo.
Los efectos no se limitan a lagos interiores. Mares semicerrados —como el de Bohai, en China— registran episodios recurrentes de hipoxia severa vinculados con las pérdidas de nitrógeno agrícola.
En Europa, la Comisión Europea estima que alrededor de 70% del nitrógeno aplicado cada año también se pierde, una señal de que el problema es estructural y no exclusivo de ciertos países.
Algunas soluciones
Rodríguez Gómez indica que para enfrentar este panorama FIRA impulsa programas de transición hacia bioinsumos y agricultura regenerativa, como Sustenta+, que buscan mejorar la salud del suelo, reducir la dependencia de fertilizantes sintéticos y disminuir el escurrimiento hacia los cuerpos de agua.
A escala global, más de 300 científicos reunidos en el Taller Internacional de Nitrógeno han subrayado la necesidad de reducir a la mitad las pérdidas de nitrógeno para 2030. Las medidas van desde la revegetación de canales de riego y la gestión de nutrientes a nivel de cuenca, hasta el uso de soluciones con base en la naturaleza y la recuperación del nitrógeno presente en residuos urbanos y lodos de plantas de tratamiento. Sin embargo, solo una fracción mínima —alrededor de 10%— regresa a los cultivos.
La solución requiere un enfoque integral, que abarque toda la cadena: regulación del uso de fertilizantes, ampliación de infraestructura, técnicas más eficientes de aplicación y alianzas entre instituciones científicas, productores y gobiernos locales. También demanda cambios en los patrones de consumo: dietas menos dependientes de proteína animal, reducción del desperdicio de alimentos y compras más responsables.
La eutrofización no es solo un fenómeno bioquímico: es evidencia de cómo la actividad humana transforma el territorio y supera límites ecológicos. Cada kilogramo de fertilizante aplicado sin un manejo adecuado tiene el potencial de recorrer kilómetros y alterar la vida de un ecosistema entero. Reconocer esa conexión es el primer paso para frenar una degradación silenciosa, pero cada vez más visible, en los ríos, lagunas y mares de todo el mundo.

