JULIETA FIERRO, GRAN DIVULGADORA DE LA CIENCIA

La física y astrónoma ingresará a la Academia Estadunidense de Artes y Ciencias en una ceremonia a finales de septiembre en Cambridge, Massachusetts.

Martha Mejía
Ciencia
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Incansable, rebelde, alegre, generosa: así es Julieta Fierro Gossman, una de las máximas divulgadoras de la ciencia en México, quien platica en exclusiva con Vértigo sobre su próximo ingreso como miembro honorario de la Academia Estadunidense de Artes y Ciencias, una hazaña que solo han logrado 14 mexicanos, además de personalidades a nivel mundial como Albert Einstein y Charles Darwin.

“Es un honor enorme, inesperado, apreciadísimo, un verdadero regalo de la vida”, comparte la astrónoma en su departamento en Copilco, Ciudad de México.

Para conocer a Julieta

Fierro nació en la CDMX en 1948. Realizó sus primeros estudios en el Liceo Franco Mexicano y la preparatoria en la Universidad Motolinía, un internado dirigido por religiosas. Su mamá falleció cuando ella tenía 13 años. En ese entonces su hermano Miguel, con síndrome de Down, cumplía apenas once meses, por lo que ella junto con su hermana asumieron el reto de enseñarle de la mejor manera posible lo que era el mundo. “Quería que él aprendiera todo. Creo que ahí, con Miguel, fue donde aprendí a explicar sencillas las cosas”, dice.

Posteriormente, cuando iba en la preparatoria —estaba en un internado de monjas— “comencé a dar clases particulares a mis amigas; en las vacaciones daba clases a los niños de la cuadra; después, en la carrera daba clases particulares de matemáticas. Así es que he sido maestra desde que tenía 13 años”.

Estudió Física en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde se tituló en 1974, y posteriormente realizó una maestría en Astrofísica en la misma institución.

“Mi hermana, que en ese entonces tenía 15 años, me decía: ‘Tú eres tontita, mejor estudia Física’. Ella era como una mamá. Y se lo agradezco, porque entré a Física que no me gustaba tanto, pero ahora me fascina. Ahora veo que es la manera elegante, inteligente y lógica de analizar a la naturaleza”, relata.

Y añade: “Pero ahí —en la Facultad de Ciencias— también había un letrero que decía ‘carrera de astrónomo’. La Astronomía es un posgrado de la Astrofísica. Había materias de Astronomía que eran optativas, de las cuales me metí a varias; y claro, me enamoré y desde entonces estoy en esto”.

Rockstar de la ciencia

No pocos recordarán los recorridos de la doctora Fierro en patines por los pasillos de la Feria del Libro Infantil y Juvenil invitando a niños y niñas a las actividades que ahí realizaba el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia.

Ya entonces, en los ochenta, era investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM y empezaba a publicar libros de divulgación con gran éxito. También era docente en la Facultad de Ciencias. Poco después fue desarrollando un estilo propio para impartir conferencias de divulgación, que las hacen inolvidables.

En 2016 debutó como actriz en la serie infantil Sofía Luna, Agente Especial, un programa dedicado a la comunicación de ideas científicas. Su papel era el de la Agente Julita, una líder del conocimiento que guiaba a los jóvenes en su tarea como investigadores secretos de la ciencia.

—¿Cómo se hizo divulgadora de la ciencia?

—Fue gracias a Manuel Peimbert (astrónomo e investigador mexicano). A él lo invitaron a la tele. En esa época era el crimen perfecto porque nadie lo veía, era malísimo —dice sonriendo—. Entonces me dijo: “Ve tú”. Y me fue bien; hasta la fecha. Ahora hasta estoy en el Consejo Ciudadano. Luego lo invitaron a escribir un libro y me dijo: “Escríbelo tú”. Y me siguieron invitando a escribir libros. Lo invitaron a dar una conferencia y me pidió impartirla; y me siguieron invitando a impartir conferencias”.

Entonces, cuenta, “aunque Manuel quería que yo fuera una gran investigadora como él, terminó llevándome al camino del mal: la divulgación. Y le agradezco mucho, aunque él ha de estar un poco desilusionado de mí, pero yo se lo agradeceré por siempre”.

De ahí siguió invitar a los transeúntes del Metro a las exposiciones provisionales que luego se montarían en Universum, del cual llegó a ser directora.

Julieta Fierro también dirigió la Divulgación de la Ciencia en la UNAM. Ha escrito cientos de artículos y más de un centenar de libros de divulgación científica.

—De toda su trayectoria, ¿qué rescataría?

—El momento más feliz es cuando estaba haciendo Universum. Entonces hice una cama de clavos, pero de clavos de ferretería. La llevé al vestíbulo del Metro Copilco, donde había menos gente y se podía montar ahí una exposición. Llevé globos y mi cama de clavos. Pasaba la gente, hacíamos interacción, les decía “acuéstese”. El mecanismo de la cama consistía en que la presión se distribuía entre todos los clavos y entonces no pasaba nada. Hacíamos todas estas exposiciones temporales en el metro para ver si después funcionaban en el museo. Hicimos una en el Metro La Raza, que era padrísimo por la cantidad de gente que había.

Recuerda: “Una vez iba una señora con su delantal y sus bolsas de mandado. Le dije: “Señora, acérquese por favor”. Entonces ella rompió el globo y luego se acostó sobre la cama de clavos, agarró sus bolsitas y se fue. Lo increíble es que al día siguiente llegó con sus niños y ella les explicó cómo era la dinámica. ¿Te imaginas mi emoción? ¡Así debe ser la ciencia! Que a la mamá le emocione tanto que quiera que sus hijos aprendan. Eso es maravilloso”.

—¿Qué características debe tener un divulgador científico?

—Debe saber ciencia de manera correcta y saberla transmitir dependiendo del público al que se dirija. Además, debe saber utilizar los medios de los que pueda disponer. Por ejemplo, es diferente hacer un museo para niños que para adultos; es diferente dictar una conferencia ante niños de preescolar que a personas con doctorado; si haces un programa de teletambién debes tomar en cuenta a qué público va dirigido.

Asimismo, “desde mi punto de vista tienes que ser original; lo que he visto que funciona es trabajar al mismo tiempo con científicos y comunicadores: esa mezcla de talentos es lo que suele ser lo mejor para la divulgación de la ciencia”.

El problema, afirma, es que en general la divulgación científica no se evalúa. “O sea, cualquiera puede decir ‘yo tengo muchos likes y soy muy bueno’. A los profesores y a los científicos nos evalúan todo el tiempo; nos evalúan los alumnos, los colegas, las universidades, los congresistas, los árbitros de las revistas, el Conacyt… Todo el tiempo nos están dando seguimiento y eso desafortunadamente no sucede con la divulgación. Es una pena, porque la UNESCO ha creado un instituto de educación y de ese proyecto todos podríamos aprender, actualizarnos, reinventarnos y tener acceso a cursos masivos, gratuitos, a distancia. Se espera que la cultura llegue a todas las personas, que sea un derecho humano, pero mientras la divulgación de la ciencia no se evalúe en México será muy difícil que ingrese a esta plataforma internacional”.

—¿Qué otros retos existen para la divulgación de la ciencia?

—El de formar divulgadores. Yo traté cuando era directora de Divulgación de la Ciencia en la UNAM. Abrí un doctorado en Divulgación; quería que fuera un doctorado interdisciplinario donde hubiera comunicadores y científicos que aprendieran a trabajar en conjunto, dominar un medio de comunicación. Pero nunca lo logré en los institutos de investigación y ciencia. Se hizo un piloto en el Instituto de Investigaciones Filosóficas, pero no resultó esta idea.

—¿Los científicos están muy alejados de la divulgación?

—El problema es que hasta hace muy poco tiempo el Conacyt no tomaba en cuenta la divulgación. Como éramos muy pocos, resultaba muy difícil que hubiera árbitros anónimos internacionales evaluando el trabajo de los divulgadores. Para muchos científicos significaba hacer el mismo esfuerzo hacer un artículo de investigación que dedicarse a la divulgación. Y como lo que se premiaba era la investigación, pues se hacía investigación. Y con toda razón, porque el salario depende de tu productividad.

Grata sorpresa

La Academia Estadunidense de Artes y Ciencias se fundó en 1780. Su objetivo es honrar a los líderes en todos los campos de la actividad humana para examinar nuevas ideas y abordar cuestiones de la nación y el mundo.

Curiosamente, la doctora Fierro no tiene idea de cómo ingresó a la Academia. Incluso, cuando vio la invitación pensó que se trataba de una fake news. Después entendió que era real y se siente muy agradecida por la oportunidad.

—¿Cómo fue el proceso para ganar este reconocimiento?

—No tengo idea. Me mandaron un correo diciéndome: “¿Acepta? Por favor, mándenos una carta diciendo si acepta o no”. Pensé que era una broma. Uno de mis hermanos me comentó: “Te están choreando”. Él se metió a buscar en la página de la Academia y me dijo: “Aquí estás, mira”. Yo simplemente no lo creía. Después me empezaron a mandar información sobre el hotel, el transporte y todos los honores que iba a recibir. Fue cuando pensé: “Sí es en serio”. Ahora tengo que mandar mi currículum y los libros que he escrito, entre otras cosas. He estado tan rebasada de la emoción, que no he hecho ese trabajo. Espero este mes, que hay menos actividad, poder mandar un currículum razonable.

El cargo para Fierro Gossman se hará oficial en una ceremonia a finales de septiembre en Cambridge, Massachusetts, cuando firme el documento junto con otros nuevos miembros.

—¿Qué le representa este reconocimiento?

—Es un honor enorme, inesperado, apreciadísimo, un regalo de la vida. Mi mamá era norteamericana, hija de un campesino canadiense analfabeto e ilegal. Ella logró hacer la prepa. Aún tengo un primo en Estados Unidos; va a ir a la premiación en Cambridge. Mis dos hijos, que también viven en Estados Unidos, van a estar ahí. Entonces, no solo es el hecho de este reconocimiento internacional tan importante y que tan pocas personas han recibido: también voy a festejar con mi familia, lo cual no siempre se da.

—¿Se visibiliza lo suficiente la labor de científicas?

—No, me parece muy injusta la situación que hay en general en materia de educación. Tradicionalmente los hombres son los que iban a la escuela; hoy ya son otros tiempos: ahora las mujeres podemos decidir cuántos hijos vamos a tener y cuándo, ya podemos incorporarnos a la fuerza de trabajo. Además, por desgracia, en mi generación empezamos a estudiar y ser exitosas, más mujeres quisieron estudiar, y bajaron los salarios al haber más personas educadas. Pero los planes de estudio y toda la vida social no han cambiado para los nuevos tiempos de las mujeres. Nosotras debemos tener a los hijos cuando somos jóvenes, o sea no nos podemos esperar a los 50 años. Lo justo sería o bien darnos un espacio para tener a los niños cuando somos jóvenes y después regresar a la vida académica o profesional, o bien que se prolongaran las becas de posgrado, que hubiera más becas en los centros de trabajo. Es decir, hoy por hoy no hay condiciones para que las mujeres puedan ser científicas.

Hay problemas, agrega, “que tenemos las mujeres y que los hombres no van a resolver hasta que nosotras los solucionemos. Por ejemplo, las pruebas de cáncer de mama son horribles; si a los hombres les hicieran este apachurramiento habría otro sistema. Los cólicos menstruales no se han analizado a profundidad. Las mujeres debemos tener oportunidades, debe haber justicia para que podamos incorporarnos, pero además nuestra cultura no favorece que pidamos ayuda, ya que culturalmente somos las que damos y brindamos la ayuda y el cobijo. Las mujeres terminamos agotadas, cansadas y fastidiadas como para hacer ciencia”.

—En su opinión, ¿cómo se encuentra México respecto de apoyos a la ciencia?

—Por fortuna en la astronomía somos tan pocos, que nos incorporamos a los proyectos multinacionales. Pero en otras ciencias hay dificultades, porque se necesita mucho dinero para hacer ciencia de vanguardia y ahora no se favorece la vinculación de la ciencia con la industria.

Por ejemplo, dice la astrónoma, para el Telescopio Webb, que es un proyecto multinacional, se contrataron directamente a las industrias. “Dijeron: ‘Tú haces telescopios, tú los paneles solares, tú los sistemas de comunicación y esa tecnología ya es de ustedes, pero nos la van a dar primero a nosotros’. En México no hay confianza con la industria ni con la ciencia, pero lo ideal es que tanto el Estado como la industria apoyen a la ciencia. Por ejemplo, hubiéramos mandado a nuestros científicos a trabajar a Moderna y a Pfizer para ayudar a hacer la vacuna, porque la idea de usar las espículas para la vacuna fue de un mexicano que trabaja en Texas, pero México es reticente. La política actual tiene esta idea de que un país puede ser científicamente independiente, pero la realidad es que ahora la ciencia es multinacional”.

—¿Cómo lograr esta sinergia?

—Un caso práctico son los SpaceX’s: sus carteras están abiertas a científicos de todo el mundo porque necesitan cocineros, gente que haga ropa, médicos, especialistas en robótica y comunicaciones; entonces reclutan a los chavos más listos del planeta: la ciencia tiende a ser internacional.

—¿Cuál sería la recomendación para todos estos investigadores mexicanos que buscan becas, apoyos, lugares para desarrollar su investigación fuera del país?

—Que se vayan. Y si deciden regresar a México, que sepan que pueden seguir colaborando en cualquier lugar del mundo donde hayan hecho sus posgrados. Y si alguna vez la situación en México mejora podrán entonces contar con infraestructura, hacer investigación, pero por ahora va a estar muy difícil. Los científicos siempre están enfrentando nuevos retos; eso siempre produce felicidad; así que a los jóvenes les digo adelante, sean científicos, van a tener una vida interesante, se van a despertar contentos con ganas de ir a trabajar, se van a dormir cansados, pero felices.

Mujeres, México y la ciencia

De acuerdo con la organización de Naciones Unidas (ONU) las mujeres siguen enfrentando grandes desigualdades para desarrollarse en el ámbito de la ciencia: representan 33% a nivel global de todos los investigadores; son 12% de los miembros de las academias científicas nacionales y suelen recibir becas más modestas que sus colegas masculinos.

Estudios en el tema apuntan como principales barreras los estereotipos de género, el ambiente de clases, la falta de orientación vocacional y la influencia social. La falta de modelos femeninos a seguir contribuye a que la siguiente generación de niñas tenga poco contacto con figuras femeninas en estas áreas dominadas por hombres. En este contexto Julieta Fierro se ha caracterizado por ser un emblema de la mujer dentro de la ciencia.