Lágrimas de tranvía

Tranvía
Foto: Internet
Alberto Barranco
Columnas
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La sorpresa llegó a la legendaria calle de Granada en un pliego apresado con un coqueto moño rojo, la invitación para acudir al último día, la última vez, el adiós a una añeja tradición: el tranvía de mulitas 2133 que cobijaba el tramo del Centro a Tepito.

La pieza de museo, la momia que vivió 30 años más que ninguna.

Se suplica no enviar ofrendas florales.

El discurso, la oración fúnebre, el réquiem, lo firmó el periodista que utilizaba el seudónimo de Jacobo Dalevuelta.

La crónica derramaba lágrimas: “Las veteranas mulitas lucían penachos negros, y todo el mundo —las señoras de quinto patio, el pulquero de la vuelta, el boticario, la chiquillería…— tenía cara de funeral”.

Era el 7 de diciembre de 1932. Era la última página del México viejo. La nostalgia por “la novela de un tranvía” que escribiera a bordo El duque Job, Manuel Gutiérrez Nájera, armando historias sobre los rostros de los usuarios que hacían el viaje.

El paso firme a la modernidad que había truncado la tracción animal por energía eléctrica a la llegada del siglo XX.

A las 8:50 cada martes, y a viajar por todas partes, repetía el anuncio en los lejanos sesentas.

El tranvía que le rompió la vida a una joven preparatoriana llamada Frida Kahlo. El que inspiró al genial Luis Buñuel su inolvidable película La ilusión viaja en tranvía, filmada en 1953.

Las piernas, las curvas de Lilia Prado entrelazadas con las ocurrencias de Fernando Soto Mantequilla, los corajes del inspector Papá Pinillos, los sudores de El Caireles, al fragor del sensacional robo del tranvía 133, al que otro capítulo de la modernidad pretendía jubilar.

Qué poca abuela.

De mosca

Y si en los cuarentas el depósito de tranvías estaba en la calle de Las Artes, hoy Antonio Caso, en un colosal terreno donado por Ramón Guzmán, quien alcanzaría nombre de calle, por su parte los talleres estaban en Indianilla, cobijando los cuchitriles donde se vendían los mejores caldos de gallina de México… y se filmaban las películas viejas.

El drácula de la Ciudad de México. El oasis de la resaca. El final de la pachanga.

Y el tranvía que corría hacia el río de La Piedad se alquilaba para cortejo fúnebre: un carro para el muertito, otro para los dolientes. Y bájale mi chófer, que no llevamos prisa.

La primera vez fue el 15 de enero de 1900.

Don Porfirio Díaz de gala, colección de medallas al calce, cortando el listón para la corrida del Zócalo a Tacubaya, vía Chapultepec.

Siete años después nacería, con capital inglés, la compañía de Tranvías de México, que sería municipalizada en noviembre de 1952, poquito antes de la llegada al poder del presidente Adolfo Ruiz Cortines.

Bajo la nueva ruta morirían los viejos equipos destartalados, a quienes el ingenio apodaba El Tuercas, para dejar la escena a los nuevos color crema y franja verde… con posibilidad para viajar de mosca.

Del Obregón-Insurgentes, La Rosa, Martínez de la Torre, Hospital General, Tacubaya…

Y alguna vez hasta había de dos pisos.

Pérese, mi joven, no se baje de angelito.

La página se volvió amarillenta.