UNA MONEDA PARA EL SIGLO XXI

“Una moneda estable es la base de la civilización: promueve el comercio y el comercio es la paz”.

Ricardo B. Salinas
Columnas
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MicroStockHub/Getty Images/iStockphoto

La tecnología todo lo cambia. Consideremos simplemente Internet, que ha revolucionado cada aspecto de nuestra vida: la forma en que vemos películas, cómo nos ponemos en contacto con nuestros amigos, la forma en que compartimos recuerdos y cómo reservamos un alojamiento o una mesa en nuestro restaurante favorito.

Es natural y deseable que el dinero también evolucione. Desde mi punto de vista, Bitcoin marca un paso adelante en esta transformación, como lo argumenta Saifedean Ammous en su libro El Patrón Bitcoin.

Este texto nos permite hacer un recorrido por la evolución de la moneda a lo largo de la historia de la civilización: desde las formas de dinero primitivo como las conchas y las cuentas de vidrio, pasando por las monedas y el papel respaldado por metales preciosos, hasta las tarjetas de crédito. Para abordar este asunto primero debemos plantear una cuestión fundamental.

¿Qué es el dinero?

El dinero cumple tres funciones esenciales en la economía:

  1. Medio de cambio: la moneda es aceptada de manera generalizada por la sociedad a cambio de cualquier bien o servicio.
  2. Reserva de valor: la moneda conserva su valor a través del tiempo.
  3. Unidad de cuenta: todas las transacciones económicas —los precios, los créditos, los salarios, etc.— se pueden registrar en términos de la moneda en cuestión por lo que la moneda se convierte en numerario.

Gracias a estas propiedades, todos los hechos y transacciones económicas se pueden realizar a través del tiempo y del espacio y mientras mayor espacio y tiempo abarque una moneda, mayor será su utilidad. A esta propiedad también se le llama vendibilidad. La vendibilidad de escala implica que cualquier transacción, no importa qué tan ínfima sea, se puede registrar en esa moneda.

Antes de la invención de la moneda las transacciones económicas se realizaban a través del trueque, es decir, el intercambio físico de un bien por otro. Pero para que esto ocurriera debía existir una “compatibilidad de deseos”: si yo produzco muebles y tú produces bicicletas y yo quiero una bicicleta y tú un mueble, podría llegar a darse una transacción —de otra forma el comercio se vuelve increíblemente complejo.

Naturalmente, conforme la diversidad y la especialización en las actividades humanas se fue expandiendo, el trueque se tornó imposible.

Por lo tanto, una moneda que cumple con sus funciones básicas facilita el comercio. Esto es el fundamento de la civilización y de la paz; lo contrario es la barbarie y la guerra, como lo demuestra la historia. Basta recordar los argumentos de Ludwig von Mises en el sentido de que las restricciones al comercio internacional llevaron eventualmente al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Explica que en un mundo donde impera el proteccionismo cualquier nación pequeña pero rica en recursos naturales está expuesta a un grave peligro de invasión por parte de países industrializados que buscan asegurar el acceso a insumos básicos de producción.

A través de los siglos el patrón oro es el que mejor cumplió con las tres características fundamentales de la moneda, logrando una excelente vendibilidad a través del tiempo y del espacio. La invención del papel moneda respaldado por ese metal resolvió el tema de la vendibilidad de escala.

La corrupción de la moneda

Así como las monedas de oro y el papel respaldado por este metal trajeron una enorme prosperidad a las regiones que los adoptaron a través de la historia, siempre existió un gran incentivo por parte de distintos gobiernos de monopolizar la emisión del dinero y devaluarlo: en el caso de las monedas de oro, esto se hizo a través de emisiones con menor contenido áureo y en el caso del papel respaldado por oro, por menores reservas metálicas.

Esta corrupción de la moneda fue un factor que influyó en el desplome del Imperio Romano y sólo hasta que en Florencia se retomó la emisión honesta de una moneda de oro, se volvió a un periodo de auge en la civilización: la época que hoy conocemos como el Renacimiento, donde gracias a la expansión del comercio y de la banca, florecieron el arte y la cultura.

La corrupción de la moneda ocurre cuando dicha moneda se aprecia: entonces, quien tiene la capacidad de producirla, enfrenta enormes incentivos para crear la mayor cantidad posible. Las monedas basadas en metales como la plata y el cobre pierden valor rápidamente cuando el productor de estos metales incrementa aceleradamente la producción. Esto se explica por principios de economía básica: es fácil que se desplome su precio al incrementar la oferta del metal.

Después de la Segunda Guerra Mundial el dólar se volvió el dinero del mundo, entre otras cosas porque se estableció con los Acuerdos de Bretton Woods el equivalente de una onza de oro por 35 dólares estadounidenses. Así fue hasta 1971, cuando el entonces presidente de EE.UU., Richard Nixon, repudió el compromiso. Desde entonces el dólar cada día vale menos. Solo en los últimos 12 años la creación de dólares ha sido estratosférica, pasando de 0.8 billones, es decir millones de millones, a más de 19 billones en circulación.

Esto debería abrirles los ojos a los ciudadanos del mundo. Pero ha sucedido muy lentamente: tuvieron que pasar más de dos mil años para que se presentara una nueva revolución en el dinero. Actualmente, la onza de oro solo cuesta alrededor de US$1,750 dólares. Sin embargo, el Bitcoin se ha apreciado mucho más porque su oferta, a diferencia del oro, eventualmente se limitará a 21 millones de monedas.

El patrón Bitcoin

Bitcoin es más que una moneda digital, ya que está respaldada por una red encriptada que centraliza los registros a través de la tecnología blockchain, que en sí misma puede revolucionar muchas otras actividades humanas.

Esta red encriptada evita la duplicación de la moneda, algo que no ocurre con los bancos centrales, que han expandido sin control la emisión de moneda, devaluándola. Eventualmente habrá sólo 21 millones de Bitcoins, divididos cada uno de ellos en 100 millones de satoshis —lo que le otorga una total vendibilidad de escala.

Como comenté en una entrevista con Cointelegraph, algo que me gusta mucho de Bitcoin es la posibilidad de tener finalmente una moneda digital que puede ser libremente intercambiable en todo el mundo. Bitcoin tiene la gran ventaja de que, a diferencia del dinero Fiat, no necesita cambiarse de una moneda nacional a otra para tener valor en los países del extranjero: es cuasi universal. También tiene grandes ventajas frente al oro: su división, el fácil almacenaje y cero costo de transporte de un lugar al otro, más la certeza que nos da la custodia personal, lejos del alcance de gobiernícolas insaciables.

Una moneda sólida genera bienestar a través de la posibilidad de planear el futuro y, por lo tanto, invertir. Una moneda estable es la base de la civilización; promueve el comercio y el comercio es la paz. Por todo esto creo que Bitcoin tiene un gran futuro por delante... ¡habrá que ver!