Despartidizar al INE

Sesión del Consejo General del INE
Foto: NTX
Columnas
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Entre los absurdos de la democracia hay que anotar de manera sobresaliente la crisis en el Instituto Nacional Electoral: es el caso típico en el que los patos le tiran a las escopetas.

La función central del INE es la de regular los procesos electorales y por tanto su labor es la de controlar el funcionamiento de los partidos. Pero en los últimos días de febrero hubo una rebelión de los partidos en el INE para someter a los funcionarios del organismo al control por parte de los partidos.

Por tanto, llegó el momento de reformar las reformas y poner orden político en el desorden de la democracia caótica donde las mil voces no garantizan el funcionamiento institucional a favor de la dinámica política.

El problema del INE es el mismo de la vieja Comisión Federal Electoral y luego del Instituto Federal Electoral: la presencia en el consejo electoral de los partidos, quienes deben ser regulados por el órgano realizador de las elecciones. De ahí que los partidos como protagonistas de las elecciones están en el consejo del organismo electoral para defender sus propios intereses, no los de la democracia.

Los partidos tienen una sobrerrepresentación en el INE; de hecho, por partida triple: los partidos eligen a los consejeros y lo han hecho en función de cuotas partidistas de poder; en el Consejo General del INE hay consejeros que representan a cada uno de los partidos registrados, y por si fuera poco, los representantes del Poder Legislativo están representando a cada uno de los partidos. Así, los once consejeros tienen que lidiar con los partidos en tres pistas.

Las representaciones de los partidos de ninguna manera defienden la democracia electoral ni el sistema de representación de los partidos, sino que se defienden a sí mismos dentro del consejo electoral; además, luchan entre sí como si el INE fuera el pleno legislativo.

Lo paradójico es que los once consejeros electorales no partidistas llegaron como cuota de poder de los partidos, pero ya en las sesiones tienen la obligación moral y política de defender la democracia electoral. Pero chocan contra los intereses de los partidos.

Autonomía

La crisis en el INE será permanente mientras los partidos sigan teniendo triple presencia en el organismo. Una verdadera democracia necesita autonomizar al organismo electoral, sacar de su seno a los partidos y profesionalizar a sus funcionarios.

El INE debe sólo organizar las elecciones, la credencial de elector debe ser sustituida por la cédula de identidad y los partidos deberían tener una ventanilla especial fuera del INE para sus quejas. El modelo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación puede ser válido: un espacio sin presencia partidista.

El absurdo funcionamiento del INE se puede ilustrar con una imagen surrealista: como si en la Suprema Corte tuvieran presencia en el pleno los delincuentes que llevan sus expedientes a desahogar. En este sentido, nada tienen que hacer los partidos en el organismo responsable de realizar las elecciones, si los partidos son los protagonistas del proceso electoral.

En otros países los partidos tienen estructuras para la canalización de sus quejas, pero fuera del organismo electoral. Ello llevaría a convertir al INE en una instancia menos política y lucidora, pero más eficaz para consolidar la democracia electoral.

Como van las cosas, las elecciones próximas serán desordenadas por culpa de los partidos dentro del organismo electoral. Así que la reforma electoral que necesita la democracia mexicana tendrá que echar a los partidos del INE y dotar al organismo de autonomía absoluta respecto de los partidos.

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