Reorganización del poder

Por encima de la narrativa que suele acompañar a decisiones de fondo, el Pacto por México y su primera decisión en la reforma educativa constituyen apenas un comienzo de la reorganización del poder político como efecto de la modernización productiva del sexenio de Carlos Salinas de Gortari.

Carlos Ramírez
Columnas
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Firma del Pacto por México entre las principales fuerzas políticas de México
Foto: Internet

Por encima de la narrativa que suele acompañar a decisiones de fondo, el Pacto por México y su primera decisión en la reforma educativa constituyen apenas un comienzo de la reorganización del poder político como efecto de la modernización productiva del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Se trata de los primeros pasos para poner orden en el desorden acumulado en los sexenios de Zedillo, Fox y Calderón.

No se trata, por tanto, de una reforma, aunque no por menos deja de ser importante. El impacto de las decisiones de meter orden en la jerarquización de los maestros frente al sindicato —su organización gremial— y al Estado —su empleador—, debería ser el primer paso para entrarle de lleno a uno de los principales problemas de gestión del poder derivado de la estructura que creó el sistema político priista: el sindicalismo como instrumento de control social de las masas.

Lo que falta, en todo caso, es la redefinición del modelo educativo en lo conceptual: la educación en el siglo XX nació con el positivismo porfirista y su derivación al cientificismo; luego vino la Revolución mexicana y utilizó al sindicalismo como aparato de control de masas y la educación como un aparato de control ideológico. Se trataba, en suma, de una política educativa para reforzar los valores políticos e ideológicos del PRI, convirtiendo a los maestros en los apóstoles del régimen.

La modernización salinista provocó un deslindamiento de la ideología política respecto del sistema productivo y sus organizaciones de masas. De instrumento de poder, los sindicatos pasaron a una pesada carga política, productiva y de privilegios.

Aviso

Pero el salinismo funcionó por tiempos: primero le dedicó toda su fuerza a la reorganización productiva —el mercado por el Estado— y apenas dibujó el agotamiento de la ideologización de los sindicatos; por eso fue que el SNTE arribó hasta la secretaría general del PRI, no pudo hacerse del control de la presidencia y la maestra Elba Esther Gordillo fue echada del partido no por razones políticas sino de conflictos en las élites dominantes: Roberto Madrazo se apoderó del PRI y lo hundió en el tercer lugar en las elecciones presidenciales de 2006.

El sindicalismo fue marginado por Zedillo en su lógica de la “sana distancia” de las decisiones del Estado respecto de su dependencia del PRI.

Luego los sexenios panistas de Fox y Calderón hubieron de necesitar del poder político de la maestra Gordillo para lidiar con una presidencia sin votos y sin estructura de poder. El regreso del PRI debía pasar por la renegociación con Gordillo, pero la factura era demasiado alta, además de que el modelo productivo de mercado para el sexenio 2012-2018 —segunda generación del salinismo— ya no necesitaba organizaciones sindicales elefantiásicas como el SNTE.

La fase modernizadora peñista del PRI ya no necesita cargar con los sindicatos masivos y dependientes de los beneficios del Estado —maestros, petroleros, electricistas, entre otros— y en ese escenario el modelo de reforma educativa podría ser el indicio de una reorganización del poder político presidencial frente a las estructuras sindicales.

Si en el inicio del ciclo priista los sindicatos nacionales articulados al PRI —el modelo Lázaro Cárdenas del corporativismo— vivieron una etapa de consolidación del poder, hoy esas estructuras de poder son pasivos sociales, económicos y sindicales. De ahí que lo que vaya a ocurrir con el SNTE sea un aviso para el viejo sindicalismo priista.