Mozart revisitado

La adversidad empuja. Obliga. Entonces el artista se convierte en un guerrero. Su arma es la creatividad

Redacción
Columnas
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Sinfónica
Foto: NTX

Cuando menos hay dos modos de cruzar el umbral del arte en lo que a la composición musical se refiere:

1. Luchando contra la adversidad, con el mundo encima, no a favor; que cada obra signifique un logro de la voluntad creativa —léase Beethoven; y,

2. dejándose llevar por el corcel del arte. Que cada obra signifique un viaje por la exaltación creativa; por la profunda satisfacción de asistir al nacimiento de una obra plena y absoluta —léase Mozart.

Precisemos.

La adversidad empuja. Obliga. Entonces el artista se convierte en un guerrero. Su arma es la creatividad. Todo artista de esta naturaleza se ve impelido a demostrarle al mundo que la vida tiene un sentido de lucha para él. Y una obra consumada es una batalla ganada. Un combate fraguado en el campo de batalla. Por eso este artista es invencible. No hay quien lo detenga. Desde tal óptica, solo los pusilánimes se arredran. El enemigo a vencer, la adversidad, es lo que el artista necesita. Y se siente atraído por ella. Si tiene dos caminos, escogerá el de la adversidad.

Pero el artista que no vislumbra adversidades en su camino, ¿saborea el triunfo de la misma manera?

Sí.

Porque en su caso las adversidades no se presentan en forma beligerante sino investidas de pensamiento. Son las adversidades de la innovación. Cualquier obra maestra de Mozart —que tiene obras que no son maestras— posee el logro del triunfo íntimo. Las adversidades a las que se enfrentaba Beethoven provenían desde el exterior; las adversidades a las que se enfrentaba Mozart provenían desde su fuero interno: lo desbordaban las ideas musicales, henchidas de un nuevo formato, toda vez que las hechuras convencionales le resultaban insuficientes. No es difícil imaginarse las nuevas ideas en la cabeza mozartiana. Cada una sobrepasando a las demás. Cada una colmada de mayor relevancia espiritual, de más belleza, de más conmoción. Es el triunfo del arte por el arte. Del arte sobre el arte.

Sendero

Y ese triunfo es aún más abstracto que el arte sobre la adversidad. Porque el triunfo del arte por el arte a lo que conduce es a la satisfacción espiritual, a la suficiencia personal que ha provocado que el arte avance. El artista de este forje va recorriendo su sendero sin importarle vencer a nadie. Ni le importa quién lo mira. Ni quién lo espíe. Ni quién lo siga. Porque es dueño categórico de su propia voluntad, que es la voluntad del arte —porque uno se pregunta si Beethoven no hubiese tenido tantos enemigos que vencer, lo mismo patológicos que de carne y hueso, uno tras otro, ¿habría llegado donde llegó? O a la inversa, si Mozart hubiese tenido ante sí una adversidad tras otra, ¿habría llegado más lejos aún? Porque las tuvo, pero no tan notables. Más bien fatalidades comunes a todos los hombres: muerte de los progenitores, crisis financieras, enfermedades galopantes, engaños amorosos.

Sentirse desafiado por la belleza no es nada nuevo. Una aplastante mayoría de artistas se ve impelida a crear por el “simple” hecho de darle forma a su imaginación ungida de pasión creadora. No es descabellado precisar que la fecundidad de Mozart correspondía a este extremo. Todo le quedaba chico. Había que hacer uso de nuevas formas de expresión. Había que medir los alcances de la música bajo un torrente sonoro innovador. Y nadie mejor que Mozart para emprender esa tarea.