Cada compositor busca a su intérprete. Sin importar que pueda ser tocado por una diversidad de músicos, de pronto hay uno que en lo particular extrae la musicalidad óptima de aquel maestro. Como acontece con Felipe Villanueva y Edison Quintana en el excelente cd Villanueva, del sello Urtex.
Sin duda, Felipe Villanueva fue uno de los más altos compositores mexicanos del siglo XIX. Nacido en Tecámac ─hoy llamado Tecámac de Felipe Villanueva─, una pequeña población del Estado de México, hijo de un modesto presidente municipal que se ayudaba con servicios de arreo para caballos y hospedaje para viajeros, Villanueva fue lo que se conocería como niño prodigio.
Se dice que sin saber la menor regla de la música le arrebató a su hermano mayor el violín y que se puso a tocar como si llevara tiempo estudiando el instrumento. Se comentan más cosas, que al piano era capaz de improvisar sobre cualquier tema que alguien le ponía a modo de desafío. Y que fue un hombre muy atormentado por la pasión amorosa.
Como compositor llegó a ser profundamente valorado. Su música se tocaba en los salones y en las casas particulares a modo de entretenimiento, costumbre que venía de los salones de París y de Viena. Sin ser propiamente mexicana ─no podía esperarse otra cosa, si los ojos de los diletantes estaban puestos en Europa, además de que no había acontecido el momento histórico de justipreciar lo mexicano─ la suya es una música cautivadora. El musicólogo Robert Stevenson dijo de él que era “genio de primer orden, verdadera gloria para su país, el Franz Schubert de América”.
Posee la esplendidez del genio. Que Edison Quintana capta a la perfección. Pianista de escuela que hace suyas las más diversas corrientes de la música. Intérprete versátil, que lo mismo ha incursionado en el clasicismo que en el romanticismo, en la música antigua que en la contemporánea, Edison Quintana se empapa del espíritu de la época y toca un Felipe Villanueva sentido pero musicalmente impecable.
Porque el estilo de Villanueva tiene mucho de Chopin y de John Field, que exige para su cabal interpretación una madurez a toda prueba, una introspección atrás de cada pieza para no sonar excesivo. Puesto que no son obras que se destaquen por sus dificultades técnicas es muy común que el pianista se deje llevar por esa sensación de que ya domina el pensamiento de aquel compositor y pierda de vista la contención, recurso para disfrutar de este tipo de música sin empalagamientos.
La verdad es que más que la escuela, lo que pesa mucho en Edison Quintana es su larga experiencia. Con más de 50 discos en su haber, este músico de origen uruguayo y ahora naturalizado mexicano ha sido sobre todo un pianista en vivo. Lo mismo se le ha visto ─oído sería más apropiado decir─ al lado de enormes instrumentistas de arco ─aquellos recitales con el violinista Jorge Risi son memorables─, que estrenando conciertos para piano como el IV de Prokofiev.
A modo de conclusión, la Tercera Mazurka y el vals Amor son piezas que requieren de un arte de la musicalidad extremo. Y uno se atrevería a decir que el mérito de Edison Quintana radica en que le da a su interpretación un sabor genuino sin que suene antiguo. Es decir, se escucha moderno. Y esto es para agradecerse.